­Su nombre, de resonancia cantarina, arrastra, como los de los grandes matarifes, una gran nube de pólvora. Nadie, quizá en esa guerra, mantiene bajo su sombra un número tan elevado de muertes, aunque, su prestigio, cosas de la historia del hombre, no está tan ligado al estudio del horror universal como al de la estrategia. Revisando la vida de Lothar von Arnauld de la Perière, sus números y victorias, uno se siente tentado a tratarlo todo con la frivolidad que envuelve a las gestas del deporte. Es tan impresionante la estadística, con tantas magnitudes, que enseguida se olvida que no son tiros a canasta o carreras de cien metros, sino ataques brutales, con muertos reales, los que sobresalen de sus méritos militares. Von Arnauld disparó y acertó más que nadie, pero también manejó el submarino mejor que nadie. Y eso lo convierte automáticamente en un portento. Aunque sin abandonar del todo la vía macabra.

Con el U35, la máquina que tumbó al Namur, el marinero alemán sembró una leyenda que casi opaca en su globalidad la de la propia batalla. Su palmarés en destrucción sigue siendo inigualable: está constatado que se encargó de derribar a un total de 193 barcos, además, de buques de guerra. Como prueba de su destreza, nada más que la campaña de 1916, en la que en apenas cinco semanas consiguió hundir 54 naves. Y, además, disparando sólo 4 torpedos, lo que habla con claridad de su capacidad para manejar el resto de arsenal ofensivo del que estaban compuestos los submarinos.

Del número de tripulantes que sucumbieron a la habilidad y ferocidad de Von Arnauld apenas existen datos. Pero el cálculo se vuelve fiero si se tiene en cuenta que nada más que en una de sus conquistas desaparecieron 1.300 personas.

Los registros aluden a marcas de enciclopedia. El marino alemán alimentó la boca insaciable del mar con 459.679 toneladas de materia. Principalmente, durante la Primera Guerra Mundial, porque en la posterior, aunque participó, ya no tuvo un papel tan protagónico. Sobre todo, a raíz de 1941, cuando, después de haber pasado a la reserva e, incluso, de convertirse en instructor para la academia turca, se estrelló en una avioneta cerca del aeropuerto de Le Bourget, en París. El pistolero más temido de la mar muerto en el aire. La historia y sus paradojas heroicas.