­Una imagen que se repite a diario como un ritual único en toda Europa. A partir de las 11.00 horas de la mañana, las barras de los bares se llenan de nuevo de trabajadores que se enfrentan al segundo desayuno del día. Cafés, periódicos y tertulias con compañeros. El desayuno del trabajador español se produce, cuando en el resto de países de nuestro entorno se empiezan a poblar las cantinas de las empresas para el almuerzo. Es sólo la antesala a una jornada laboral que se estira hasta altas horas de la tarde y que es la consecuencia directa de unos horarios que poco tienen que ver con los del resto de países de Europa. El trabajador español tiene fama de vago. Sólo hay que viajar para comprobar que es un pensamiento ampliamente extendido y que emerge como un estigma. Aunque, a luz de los últimos datos publicados por la Oficina Europea de Estadística (Eurostat), se antoja como una afirmación amortizada que ya no corresponde a la realidad. Tanto, como la propia esencia que lo alimentaba y que sitúa al trabajador nacional en la órbita de la siesta y del aperitivo porque los españoles son los ciudadanos de Europa que más horas pasan en sus puestos de trabajo. Por delante, incluso, de otros países del Mediterráneo como Italia, Grecia o Portugal. Algo que no se traduce automáticamente en la productividad porque la fórmula de a más horas igual a mejor rendimiento no está en sintonía con la productividad.

Una jornada que empieza más tarde y que concluye cuando en otros países del entorno ya disfrutan de su tiempo libre. La causa principal de esta peculiaridad española está en un retraso que comienza por la mañana y se arrastra a lo largo de todo el día. El español medio desayuna a las 9.00 horas. Tres horas más tarde, por ejemplo, que en Suecia o dos horas más tarde que en Alemania. La anomalía de estos horarios afecta a la organización diaria en todos los ámbitos y se traduce en la dificultad para aunar vida laboral y vida familiar bajo un mismo techo, además de hacer de la conciliación casi una quimera. Ahora, cuando los españoles reclaman cada vez con más fuerza que quieren recuperar parte de su tiempo, la provincia de Málaga se topa con una dificultad añadida: la fuerte dependencia económica del sector servicios, cuya actividad se rige por unos horarios que dejan poco margen a la flexibilización.

María Rubio, profesora en la Facultad de Economía, dirige un grupo de investigación en la Universidad de Málaga, que analiza la productividad y la eficacia en diferentes empresas, se muestra tajante: «La actual manera de trabajar en España, con unos horarios que se extienden durante toda la jornada, es una mezcla de la realidad económica imperante y de los hábitos que ya trascienden a aspectos sociológicos». El sector marca, por lo tanto, el camino y una radiografía sobre la situación económica de la provincia resulta reveladora. Los servicios acaparan todo el protagonismo en la economía. Su peso es del 83,34 por ciento, mientras que la construcción ocupa un 8,12 por ciento y la industria aporta un 6,25 por ciento a la riqueza de la provincia. El sector de la agricultura aparece en la cola con un 2,29 por ciento.

Teniendo en cuenta que en el turismo semanas laborales que llegan hasta las 70 horas son más norma que excepción, Rubio concluye que queda poco margen para adaptar los horarios laborales de España a los horarios europeos. «Para garantizar una conciliación en el sector servicios, habría que doblar los turnos. En vez de tener a los trabajadores durante 14 horas, pues se establecerían dos turnos de 7 horas cada uno», señala Rubio, consciente de la dificultad de imponer esta medida que puede ir en contra de la cuenta de rentabilidad.

Otro factor que influye negativamente en la conciliación y que no está extendido en el resto de países de Europa es la jornada partida. «Nos hemos acostumbrado a cerrar a medio día o a utilizar determinadas horas, normalmente, de 14.00 a 16.00 de la tarde para parar». Un descanso, en muchas ocasiones, engañoso ya que impera el hábito de acudir a un restaurante cercano y se aprovecha el almuerzo para seguir hablando de asuntos relacionados con el propio trabajo. Después, probablemente dos o tres vinos más tarde, se retoma el trabajo hasta las 20.00 horas. Cuando muchos padres sueltan el bolígrafo agotados, queda poco margen para ver a sus hijos. A partir de un déficit que se arrastra desde primera hora de la mañana, la conciliación laboral es una utopía.

En ningún otro país, el prime time (horario de máxima audiencia en la televisión) comienza a las 22.00 horas de la noche. A partir de ahí, la cena también se retrasa y el español medio no se acuesta antes de las 01.00 horas. Al final del año, el ciudadano español duerme dos semanas menos que sus vecinos europeos.

En todo caso, para entender los motivos, sobre todo, de la jornada partida hay que remontarse a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Debido a la acusada falta de recursos, los hombres, quienes mayoritariamente trabajaban entonces, se vieron obligados a desempeñar dos trabajos a la vez. De esta forma, las mañanas servían para atender el primer trabajo. A medio día se descansaba, antes de afrontar el segundo trabajo por la tarde. Esto también dio lugar a la famosa siesta española, una costumbre que se ha perpetuado hasta nuestros días.

Al principio de la última legislatura, el ahora ministro de Economía en funciones, Luis de Guindos, llegó a la conclusión de que había que adecuar el horario laboral español al horario europeo. Y, en el mejor de los casos, siguiendo el horario imperante en las Islas Británicas, ya que España ahora mismo se mueve una hora por encima de lo que realmente le corresponde.

Para el turismo, sin embargo, esta decisión creó un marco favorable. Los días son largos y hay más luz. Hecho que estira, a su vez, las jornadas laborales de los trabajadores del sector del turismo creando, a su vez, una espiral que supone más calidad de vida para unos y jornadas maratonianas para otros.

«Un cambio de horario tiene que ir automáticamente ligado a un cambio de hábitos», insiste también Rubio. Hay gran parte de la población que trabaja para vivir. Además, al contrario que pasa en otros países de Europa, no existe en muchas ocasiones un vínculo de identificación con el trabajo y esto influye en que el trabajador no se esfuerce mucho.

Centrando la mirada de nuevo en la Costa del Sol, la cuestión es la siguiente. La provincia resultaría igual de atractiva para el turista que llega aquí atraído por el mar y por un ritmo de vida distinto al de sus países. A pesar de todo, la esperanza de vida en España es la más elevada de Europa.