Cuenta Jaime Díaz Rittwagen que una galerista suiza escribió una vez una carta en alemán a la Galería Benedito para contratarle, pensando que era un alemán afincado en Málaga, ya que firma sus cuadros con el apellido materno. Por esa rama, la de los Rittwagen, desciende de comerciantes prusianos que llegaron a Málaga hace 200 años tras la derrota de Napoleón, atraídos por sus viñas y frutos secos. Hasta finales de los años 20 del siglo pasado estuvo en funcionamiento la bodega Viuda de Rittwagen.

De esa próspera herencia alemana, truncada en parte por la filoxera, sobrevivió uno de los tres lagares familiares, el de Herrera en Olías, que tanto disfrutó, pero también está presente en él la organización prusiana con la que ha clasificado los cerca de 1.500 cuadros que lleva pintados: «Soy muy metódico, en un dietario tengo las medidas y la descripción de todos mis cuadros, que tienen un número detrás», explica.

Organizado en el trabajo, Jaime Rittwagen es la amabilidad en persona y también un ferviente antidivo: «Yo no voy con ninguna pose, voy de persona normal y a veces intento pasar inadvertido», advierte con una sonrisa.

Este malagueño de calle Fajardo, nacido en el 41, compartió pupitre en los Maristas con el actual alcalde de Málaga, Francisco de la Torre y heredó de su padre, Adolfo Díaz, alumno del pintor Federico Bermúdez Gil, la destreza técnica y artística del dibujo, que ya demostraría en el colegio.

Pero concluido éste no pudo seguir estudiando porque debía atender los negocios familiares: tanto por línea paterna como por la de su madre, Flora Rittwagen, su familia contaba entre otros con una fábrica de muebles y una tienda; una fábrica de sombreros, bolsos y cestos y un aparcamiento en la calle San José. Por eso el servicio militar, 18 meses, logró pasarlo como cartero de giros, y así echaba una mano en la casa. Uno de los encargos más importantes a Muebles Adolfo Díaz (en la calle Echegaray) fue el que hizo el príncipe Alfonso de Hohenlohe: amueblar el nuevo Marbella Club.

Y entre el intenso trabajo, a veces 13 y 14 horas al día, la pintura. «Me casé con 24 años, mi mujer Pilar Ocejo hacía acuarelas y yo paisajes», cuenta. Jaime Rittwagen pintaba entonces el barrio del Perchel, «que conocía muy bien, porque la fábrica de muebles estaba en la calle Cuarteles, 2». Pero también otro tipo de paisajes como el cuadro que rescata de su estudio, en su propia casa en La Malagueta: una catarata de colores suaves y pinceladas impresionistas. «Pero sufro un cambio en un momento determinado, porque me dije: bueno, es que me divierto más con lo otro».

Y lo otro es el estilo por el que reconocido y que se resiste a calificar de pintura naif, «porque nunca me preocupé por estar dentro de esta pintura ya que no sabía lo que era».

Jaime Rittwagen prefiere calificarse de pintor urbano o urbanista, experto en retratar las ciudades «y llenarlas de vida». «Soy un pintor realista porque vengo de la pintura de la calle, de la pintura urbana. Pinto calles, rincones y hago una obra autobiográfica porque estoy pintando mi vida y quien la ve, a lo mejor se da cuenta de que estoy pintando su vida; todo eso es una memoria que revuelvo dentro del visitante de las exposiciones», señala.

En sus cuadros, repletos de luz y color, predominan las vistas aéreas de ciudades. Así ha sido desde su primera exposición individual, una muestra benéfica en la Cofradía de la Expiración en 1976.

Y para capturar con maestría todo el espíritu de una ciudad, la pasea a fondo: «Tengo una buena memoria fotográfica, yo antes tengo que pasear la ciudad, y si expongo en Barcelona, por ejemplo, me tengo que ir 15 días antes a pateármela un poco con un bloc en el que hago monos y a lo mejor digo: esta esquina me gusta. Manolo Alcántara dice que soy un mirador de esquinas».

En el repaso de su vida aparece varias veces el poeta y columnista malagueño, al que conoció hacia 1980. «Compró un apartamento en el Rincón y yo otro cerca. A Manolo le gustaban los pintores y a los pintores nos gustan los escritores». Ahí comienza una gran amistad y muchas horas de tertulia con artistas malagueños y amigos del periodista como José Luis Garci, Alejo García o Alfonso Ussía. «Yo, la Universidad la hice con Manolo Alcántara al lado», recalca.

Precisamente en esos años, del 79 al 83, se produce su gran salto artístico y en los años sucesivos pinta, además de rincones de Málaga y su provincia, las calles de Madrid, Barcelona, Gerona, la Costa Brava, Sevilla y por supuesto Suiza, porque aunque no era un pintor alemán, como suponía la mencionada galerista suiza, terminó pateando ciudades como Ginebra, Lucerna o Lausana para inmortalizarlas en sus cuadros.

A partir de 1991 aparca los negocios familiares para dedicarse en exclusiva a la pintura, aunque explica el paso: «Yo no lo decido, lo deciden los galeristas... mi pintura se vendía». Y se da el caso, cuenta, de clientes con cerca de una veintena de sus cuadros o esa señora que al saber que su yerno le había regalado un cuadro de Rittwagen, acudió a la exposición bianual que ofrece desde la apertura de la Galería Benedito, y al ver el cuadro dijo, «Qué descanso me ha entrado», porque dejaría de ver otro que tenía en casa, también un regalo, y que le daba miedo cuando de noche salía del dormitorio.

Anécdotas de una vida salpicada de reconocimiento público, porque Jaime Díaz Rittwagen ha sido el abanderado en la Feria de Málaga en 2005 y en 2013 el autor del cartel oficial de la Semana Santa, el año en que también obtuvo el premio Sentir Málaga al Arte, concedido por la Asociación Málaga Siglo XXI, entre otros premios. Además, tiene obra permanente en los museos dedicados al arte naif de Jaén, Gerona, París y Coblenza.

En el estudio de su casa en la Malagueta, repleto de libros, carteles y lienzos, Jaime Díaz Rittwagen apenas da las primeras pinceladas esta semana a un cuadro en el que se aprecia el trono de una Virgen por la Alameda. Para realizarlo, se ayuda de un tiento, la barra de madera que le sirve para mantener el pulso y perfilar bien los mil y un detalles que tendrá la obra. Y todo lo realiza sin dibujos previos. «Hace siete u ocho años que trabajo sin bocetos, era mucho tiempo y puedo pintar directamente en el cuadro, tengo esa facilidad», explica.

Para el artista malagueño, «lo que pinta es la cabeza y si la escondes dentro de la cueva no ves el color, la luz, el amanecer, el resplandor; el pintor tiene que estar a la luz, que es primordial».

Las ciudades de Jaime Rittwagen están repletas de color y de luz y la contemplación de sus cuadros transmiten felicidad porque, quizás sin saberlo, lo que en realidad desvela con sus pinceles es la ciudad de nuestros sueños.