­El mercado siempre ha sido lugar de reunión. Un caos de personas entrando y saliendo, comprando, que es su sustento más importante. Así ocurría también con el mercado de Atarazanas y sus alrededores, pequeñas tiendas y bares de barrio, hasta que cinco meses atrás comenzaron las obras que sembraron la ruina. La calle Sagasta se encuentra abierta en canal, con un espacio mínimo a los lados como espacio peatonal. Ese acceso, tan estrecho como difícil, ha provocado un descenso de la clientela en los establecimientos de la zona. Con un futuro incierto, pues no conocen la fecha de finalización de las obras, temen por sus negocios, no sabiendo si podrán mantenerse a flote.

La panadería Nuestra señora del Socorro se encuentra casi en la esquina, justo al lado de El Marisquero, y guarda la peor secuela: «Estamos teniendo unas pérdidas bastante grandes, se vende lo mínimo. Ya son mayores que las ganancias, así llevamos desde enero», contaba ayer la encargada, Ana María Fernández.

Fue en ese mes cuando comenzó el proceso de rehabilitación de la zona, cuyo objetivo es convertirla en peatonal, pero su construcción, retrasada por el descubrimiento de restos arqueológicos, está perjudicando a los comercios a los que tenía la intención de ayudar: «Ahora no llegan clientes porque tienen que dar mucho rodeo. Antes salían del mercado y tan sólo tenían que cruzar la calle, ahora tienen que dar toda la vuelta y vienen sólo los que saben que estamos aquí».

Es la queja que se ha extendido alrededor del mercado, en la que coincide también Sandra Arrabal Pinto, de la Clínica Benzaquén: «Tenemos muchos retrasos con las citas porque la gente no puede acceder a la calle, así que también nos llegan quejas por eso. También lo hemos notado en la limpieza, nos entra mucho polvo y no es nada agradable». Y, además, les es imposible captar nuevos clientes: «La gente bordea la calle y se pierden clientes de paso, nadie pasa ya por aquí para entrar y preguntar». No hay quién se salve de la situación, ni siquiera el típico ´chino´ atestado de la esquina: «Las pérdidas son casi la mitad de las ganancias», coincidía en el diagnóstico Cong Jun Zhan.

Un poquito más lejos, entre las calles Olózaga y Sebastián Souvirón, se llega a El templo del vino. El bloqueo de la entrada norte al mercado les costó los meses de enero y febrero, donde tuvieron que tirar de ahorros, aunque las ventas han ido decayendo desde que los obreros inundaron la zona en enero: «Se han cargado la impermeabilidad del mercado. La salida norte ahora es inexistente, no se puede acceder a ella de forma normal y se elimina entonces esa clientela», relataba la trabajadora Yolanda Segura. Después de cinco meses, en los que aseguran que nadie se ha puesto en contacto con ellos ni con el resto de negocios, la protesta es clara: «El tiempo no da igual, es dinero y gastos».

Tampoco ayuda la desinformación que rodea al proceso. Ninguno sabe cuánto tiempo seguirán así, siendo general la preocupación por las cuentas: «No nos han comunicado cuándo van a finalizar y las obras no van a durar seis meses como nos dijeron». El descontento es la sintonía principal, aunque hay excepciones como la de José Luis García, encargado de los recreativos Pineda Campos, que curiosamente se encuentra en la calle más perjudicada: «La espera valdrá la pena. Es bueno que se hagan las obras, que esto sea peatonal, porque será buenísimo para el turismo y estamos contentos, porque es una obra que hacía mucha falta». Aunque claro, su caso admite que es diferente, las ventas y los clientes siguen siendo los mismos que meses atrás. Manteniéndose.

Por desgracia, lo común es lo contrario. Es lo que apunta apenado Paco Barea, desde la barbería de mismo nombre: «Aquí en el Centro, entre una cosa y otra, van a acabar con todos los negocios antiguos. Solamente hay franquicias y multinacionales. Ellos son los que pueden, nosotros no». Es la súplica del pequeño comercio que, resistiendo, no quiere decir aún adiós.