La abogada de Familia Melita Zafra asegura que nadie se separa «hoy en día por gusto ni para estar peor. No tengo la sensación de haber separado a nadie por capricho». Esta profesional, con años de experiencia en este tipo de pleitos, asegura que la palabra «aguantar ha desaparecido del diccionario». Hasta el 81, recuerda, no existía una legislación que permitiera divorciarse y en aquella época «era una lacra social estar separada. Nadie se separa por gusto, siempre hay una historia detrás».

Esta profesional insiste en que sólo sigue adelante en aquellos casos en los que tiene claro que no hay arreglo alguno. «No quiero un cliente que no esté preparado para la separación y que no esté dispuesto a luchar, por eso yo los mando al psicólogo. Siempre busco el acuerdo. Si el especialista dice que no hay donde rascar, seguimos adelante», relata.

Patricia Criado Navas, abogada de Fuengirola que también posee una amplia experiencia en este campo, dice que «el 95% de los casos los cierro con un acuerdo». «Los jueces son muy duros con los divorcios contenciosos y hay mucha gente que se pelea sólo por fastidiar», recalca. También hay, reseña, quien utiliza a los niños, y que ha llegado a escuchar a un juez decir: «Aquí no estamos para educar a la gente».

Ambas profesionales dicen que ser abogado de Familia es más una vocación que una especialidad del Derecho al uso, puesto que los clientes, que atraviesan un momento clave, para bien o para mal, en sus respectivas existencias normalmente escriben muchos mensajes o los llaman mucho, incluso en días de fiesta o por la noche. Pese a que en ocasiones hay amenazas en una separación entre los clientes, Patricia Criado afirma que «casi nunca llega la sangre al río», aunque esta jurista en concreto afirma haber sido testigo de maridos que han acosado a su mujer continuamente.

«Te da también muchas satisfacciones, porque ellos suelen hacer lo que queremos los abogados y hay muchos clientes muy desesperados, sobre todo si la separación va por violencia y luego les cambia la vida», indica. Tal vez, el eslabón más débil de la cadena sean los niños, en algunos casos usados como moneda de cambio y, habitualmente, los que más sufren un divorcio.