Uno de los momentos más esperados de la Semana Santa malagueña, sin menoscabar a otros muchos que dan esplendor a la conmemoración, es la salida y procesión del Cristo de Mena que, como todos los malagueños saben porque se les informa año tras año, no es del escultor granadino Pedro de Mena, sino de Francisco Palma Burgos.

Se conserva la denominación porque la obra del gran imaginero, desde que empezó a procesionarse, fue así conocida familiarmente. La denominación correcta de esta cofradía es Pontificia y Real Congregación del Santísimo Cristo de la Buen Muerte y Ánimas y Nuestra Señora de la Soledad. Entre paréntesis, Mena.

La excepcional obra de Pedro de Mena fue destruida en 1931. Quemada, destrozada, humillada El triste suceso se relata de forma ambigua, como si se tratara de un accidente. No se cuenta la cruda verdad de lo que sucedió en Málaga entre mayo de 1931 y el 7 de febrero de 1937. Lo que ahora se viene en llamar Memoria Histórica no contempla el periodo de referencia para no molestar a una parte de la sociedad; se centra solo en el triste, lamentable y sangriento episodio de la desbandá, con la huida en febrero de1937 por la carretera de Almería de cientos o miles de malagueños, pues con las cifras se juega alegremente. Nadie se atreve a contar la otra desbandá, la registrada en la misma ciudad entre julio de 1936 y febrero de 1937.

Yo puedo escribir algo porque fui uno de los que abandonó Málaga huyendo de lo que ocurría en nuestra ciudad durante esos meses. Quizá lo haga en un próximo reportaje.

Pero hoy me centro en el Cristo de Palma Burgos.

Hijo de un escultor

No he hallado ninguna biografía de Francisco Palma Burgos, malagueño, pintor e imaginero, autor de varias imágenes y tronos de nuestra Semana Santa. Era hijo de Francisco Palma García, nacido en Antequera, escultor también. El taller lo tenía en la calle Cobertizo del Conde.

Además de Francisco, otros dos hijos del escultor malagueño -José María y Mario- siguieron sus pasos. De José María destaca la estatua de don Ángel Herrera Oria, que fue cardenal-obispo de Málaga, erigida cerca de la catedral en una solitaria y desangelada superficie con un solo árbol. Inexplicablemente solo figura el nombre del autor de la obra ¡y se omite el del personaje inmortalizado! Data del año 1969.

Pero vamos con Paco Palma, que llevaba en los genes el arte de la pintura y escultura. Hizo una carrera fulminante. Mi idea no es escribir su biografía, misión que espero que alguien la redacte salvo que ya esté escrita y yo la desconozca. Exista o no esa obra, me voy a permitir aportar un capítulo a sumar a lo ya escrito o, en el caso contrario, enriquecerla porque ninguno de sus discípulos, admiradoress y posibles biógrafos conocen. No es presunción.

Primer retrato: 50 pesetas

Paco Palma se matriculó en la Escuela de Bellas Artes y Oficios Artísticos de Málaga, un centro en el que se formaron numerosos artistas malagueños (entre ellos, Picasso). Como su padre era también pintor y escultor, el joven Palma tuvo una formación completísima. Cuando cumplió trece años, su padre, que tenía depositado en él grandes esperanzas, pensó que el chico estaba preparado para valerse por sí mismo y podía salir del entorno familiar. La pintura se le daba bien y lo que reclamaba era iniciarse en el retrato.

En diciembre de 1931 recibió el primer encargo de su vida: pintar a un niño de cuatro años.

El niño posó para el pintor. Fue tres o cuatro veces al domicilio del niño que habitaba en la Alameda Pablo Iglesias (no el de Podemos, sino el fundador del PSOE), que antes se llamó Paseo Bilbao, después Alameda Principal, en 1931 se le dio el nombre del citado socialista, en 1938 o 1939 Avenida del Generalísimo Franco, ahora otra vez Alameda Principal y quien sabe si vuelve a cambiar de nombre otorgándosela al nuevo Pablo Iglesias. Todo es posible.

La imagen de un pintor de trece años con pantalones cortos pintando a un niño la vivieron los padres del pequeño. Terminado el trabajo -una tabla de catorce por diecinueve centímetros- y enmarcado, el joven pintor se la entregó al primer cliente y cobró cincuenta pesetas, el primer dinero que ganó en su vida en la profesión elegida.

Beca en Italia

La carrera de Palma Burgos subió como la espuma. Le fue concedida una beca para ampliar estudios en Italia; en 1940, con apenas veintidós años, fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Sal Telmo -el más joven de la historia de la academia-; al terminar la guerra civil fue contratado para la restauración de retablos en iglesias de Úbeda y otros pueblos de la provincia de Jaén; fue requerido por cofradías y hermandades de nuestra Semana Santa para tallar nuevos Cristos y tronos

De su etapa malagueña destaca en especial el Cristo de la Hermandad de la Buena Muerte (el sustituto del de Mena destruido), un nuevo Cristo de la cofradía de Zamarrilla (Cristo de los Milagros), otro Cristo para la cofradía de la Sangre (el que presidió el Vía Crucis de la última Semana Santa), restauró la cabeza de Jesús Orando en el Huerto, el trono del Cristo de los Gitanos, la imagen de Jesús de la Humillación, el trono del Nazareno del Paso diseñado por Fernando Guerrero Strachan hasta terminar en el grupo escultórico de la Piedad, sirviéndose del mismo molde que su padre utilizó para del grupo que en los disturbios de 1931 fue destruido.

Palma Sánchez, el padre, no pudo repetir su obra más preciada porque falleció en 1938. Su hijo la talló en 1940.

En varias ciudades y pueblos de Málaga (Torremolinos, Almogía) hay obras de Palma Burgos, y en la provincia de Jaén, especialmente en Úbeda, abundan obras que llevan su firma, no solo imágenes sino retablos restaurados o diseñados de nuevo.

Reencuentro con el primer retrato

En diciembre de 1941, en uno de sus viajes a Málaga (pasaba largas temporadas en la provincia de Jaén, donde falleció y está enterrado, precisamente en Úbeda), Paco Palma quiso contemplar el primer cuadro que pintó y cobró. Habían pasado diez años.

No le costó mucho localizar a la familia, y le hizo llegar un ruego: que le agradecería mucho que fuera con el cuadro al taller en la calle Cobertizo del Conde porque tenía gran ilusión volverlo a ver.

El padre, y el niño que ya había cumplido trece años, fueron una tarde al taller de Palma, que al tomar entre sus manos la obra se emocionó y la contempló con añoranza. Se reencontró con su adolescencia, con los primeros pasos de su rutilante carrera y cogiendo un pincel impregnado en pintura blanca escribió en un lateral de retrato la siguiente dedicatoria: «A los diez años de pintado lo dedico con mucho afecto a Guillermo Jiménez. Palma Burgos. 29-12-41».

Y como era un hombre con gran sentido del humor, le dijo a susodicho Guillermo: «El día que yo me muera podrás vender el cuadro y con el dinero que te den podrás comprarte un traje».

El tal Guillermo Jiménez es el autor de estas líneas. Y afortunadamente no he tenido que vender el cuadro para comprarme un traje.