Hace semanas leí en estas mismas páginas de La Opinión dos interesantes reportajes sobre nuevos productos alimenticios promocionados por dos empresas distintas en dos pueblos de la provincia de Málaga. El primero de ellos, Cuevas Bajas y el segundo, Coín.

Con respecto a Cuevas Bajas el producto básico estrella es la variedad de una zanahoria que se cultiva en aquellas tierras conocida en el lenguaje andaluz por «zanahoria morá», y en español correcto, «zanahoria morada». La diferencia visual entre una y otra variedad está en el color; en relación a sus propiedades, según el reportaje firmado por Rocío Luque, hay a favor de la morá que posee siete veces más propiedades que la tradicional que siempre ha gozado, con y sin razón, de ser muy buena para la vista.

No me voy a detener en sus benéficos resultados para la salud y el paladar porque no vienen al caso; cuando encuentre en los establecimientos dedicados a la alimentación el vinagre balsámico, la mermelada y descubra el sabor a caviar del tubérculo cueveño, seguro que lo probaré. No solo van a disfrutar del gozo de catarlos los ingleses y alemanes.

Los insectos

Las propiedades salutíferas de los insectos que se crían en gran escala en Coín, sin entrar en las recomendaciones de la FAO en favor del consumo por sus proteínas, vitaminas, fósforo y calcio, en principio no me siento muy inclinado -ni poco- a comer gusanos de la harina, grillos, larvas de moscas y otros individuos del mundo de los insectos, y que según el reportaje de la misma Rocío Luque, tienen gran demanda en países tan desarrollados como Alemania, Francia o los Países Bajos. El gusano sabe a patata, el grillo a nueces€ y sirven para preparar postres como el brownie, galletas y pastas, supongo de té. Pero las larvas de moscas, menos mal, solo se destinan a piensos para las vacas, que no podrán protestar porque solo dicen mu.

De momento no tengo proyectado viajar a lo tres países citados por lo que quedo exento del riesgo de comer un brownie elaborado con gusanos y grillos.

Se come con la vista

La aparición de estos nuevos alimentos, que no dudo que puedan contribuir a mejorar la alimentación de millones de personas del mundo, nos invita a mirar hacia atrás y descubrir que nuestros antepasados se encararon con situaciones parecidas a las de hoy. Nos produce repeluzno lo que acabo de contar, ¿pero qué sintieron los primeros que decidieron comer caracoles, que hoy se considera un bocatto di cardinale? Y quien dice caracoles dice ancas de rana, lagarto, las cocochas, nécoras, ostras, almejas, conchas finas, etc., que no entran precisamente por los ojos dado su aspecto. No hay que olvidar que muchas veces comemos con la vista.

Cigalas, no

No hay que remontarse a la Edad Media para admitir o rechazar determinados alimentos. Me refiero a uno de los mariscos más apreciados y tal vez el más deseado: la cigala. A finales del siglo XIX y parte del XX -ayer como quien dice-, los únicos mariscos o crustáceos que se demandaban eran las gambas y las langostas. La gente rechazaba las cigalas por€No tengo la respuesta. El que las cigalas no tuvieran gran aceptación no me lo he inventado yo. Quien me lo contó fue el pintor Manuel Blasco Alarcón, y me lo confirmó su hermano Salvador, dos malagueños de pro y que conocían bien la historia y costumbres de Málaga.

Comida sana

En la década de los años 40 -mil novecientos cuarenta más o menos- en la poderosa Alemania de Adolf Hitler se llevaron a cabo muchas investigaciones relacionadas con la alimentación. Se comentaba que la tecnología germana entregada al estudio de la alimentación había conseguido dos logros importantísimos: elaborar mantequilla a partir del carbón y aprovechar la grasa de las basuras para fabricar las salchichas de Frankfort.

Si era verdad o mentira aquello se esfumó. Lo de extraer la grasa de las aguas residuales para reutilizarla en la preparación de nuevos alimentos no es una fantasía. Ejemplo de reutilización de residuos lo tenemos en la conquista del espacio. Los orines de los astronautas en el espacio se depuran para ser bebidos después por los propios astronautas. O por lo menos yo lo he leído en alguna parte.

Volviendo a la Alemania hitleriana y a la manipulación de productos para conseguir otros, circulaba un chiste que venía a respaldar lo anteriormente narrado. Un señor que viajó a Alemania en aquellos años, temeroso de que le sirvieran alguno de aquellos productos alimenticios de ignota procedencia, tomó sus precauciones al acudir a un restaurante. Nada de carne, nada de salsas, nada de embutidos€ ¡Productos frescos, del campo! Pidió alcachofas. Ni trampa ni cartón, pensó.

Efectivamente el camarero cumplió el encargo y le sirvió unas grandes y apetitosas alcachofas con su verde característico. Empezó a saborear con fruición hoja por hora y ¡oh sorpresa!, cuando estaba a punto de acabar el condumio y cogía una de las últimas, se encontró lo inesperado: grabada aparecía en la hoja la siguiente advertencia: «¡Quedan cinco hojas!». Como en los librillos de papel de fumar.

¡Hasta las alcachofas eran prefabricadas!

Ahora, los chumbos

Coincidiendo con los insectos de Coín y las zanahorias morás de Cuevas Bajas, en la Axarquía se ha empezado a elaborar un nuevo zumo, que va a competir con los ya conocidos de naranja, pomelo, piña, uva, melocotón€ El último grito con siete mil botellas de medio litro en el mercado es el zumo de higo chumbo, que nace precisamente cuando las chumberas de nuestra provincia están afectadas por la plaga de la cochinilla del carmín y que nos ha privado el último verano de saborear una fruta tan denostada como apreciada, porque hay divergencias abismales entre los degustadores y los rechazantes. Los chumbos que se han vendido el pasado verano en los alrededores del mercado de Atarazanas procedían de la provincia de Sevilla.

La nueva bebida, según la crónica de Fran Extremera publicada en nuestro periódico, es rica en fibras, ayuda a combatir la diabetes y el colesterol y, por ende, protege la mucosa intestinal. Total, y esto es de nuestra cosecha, consumir zumo de higo de chumbo nos exonera de tomar atorvastatina, insulina y otros medicamentos que enriquecen a los laboratorios de productos farmacéuticos.

La irrupción del higo chumbo en la dieta malagueña nos lleva a esta otra noticia que reproducimos textualmente sin cambiar ni una sola coma. Reza así: «Confirmando una noticia dada por nosotros, podemos asegurar que algunos exportadores malagueños se proponen enviar desde Málaga cajas de higos chumbos al mercado de Londres, donde este fruto consigue buen precio. Nosotros creemos que deben ensayarse ventas también en los mercados norteamericanos. Es un producto llamado a producir mucho a las casas que lo exporten en buenas condiciones».

Tengo que aclarar que esta noticia «dada por nosotros» no es que la haya publicado La Opinión. La publicó La Gaceta de Málaga en 1891, o sea, hace ciento veinticinco años. Por lo sucedido después se desprende que las optimistas perspectivas no se cumplieron.

Ahora bien, sí hay otra noticia mucho más reciente -1937 o 1938- referida al chumbo que contó en casa de mis padres el cirujano malagueño don José Lazárraga, que viajaba con frecuencia a Alemania donde vivían, creo recordar, sus dos hijas. En un establecimiento de exquisiteces (hoy delicatessen) sito en la Wilhelmstrasse de Berlín descubrió en el expositor una cajita de cartón en cuyo interior cuidadosamente colocados había dos relucientes chumbos sin pelar, con todas sus erizadas espinitas que solo los hábiles vendedores callejeros saben eludir a la hora de mondarlos.

En esos mismos años -yo era un niño-, los vendedores de chumbos ofrecían su mercancía que portaba en grandes serones el animal de carga que circulaba por las calles de Málaga sin peligro de chocar con un automóvil porque eran muy pocos los que conformaban el parque automovilístico de la ciudad. ¡Ah! Cien chumbos -sin pelar- costaban una peseta.

Otro intento de dignificar el chumbo corrió a cargo de un industrial que instaló una heladería en un pequeño local de la calle Pedro de Toledo, frente al antiguo colegio de las Teresianas. Entre los helados que ofertaba se encontraba el helado de chumbo. Cuando alguien me contó la novedad fui ha probarlo, pero ya había cerrado el establecimiento. Y como me gusta probar todo -menos los insectos aunque sepan a nuez-, un día elegí en el Parador de Turismo de Gibralfaro un helado de aceite de oliva, que sabía a eso, a aceite de oliva, no recuerdo si virgen o virgen extra.