No parece casualidad que uno de los más tempranos dibujos de Manolo Robles (www.manolorobles.es), realizado a los 15 años, sea una aguada de la cabeza de José Ortega y Gasset ni que uno de sus últimos cuadros aluda a las famosas «circunstancias» del pensador madrileño. Si algo ha hecho Manolo Robles ha sido superar las circunstancias de su vida para que, finalmente, venza el amor por la pintura.

Hijo de Manuel, un pintor decorador y de Concepción, ama de casa, Manolo nació en 1948 en la calle Eslava del Perchel, esquina con calle Cuarteles. Los recuerdos «más gratos, idílicos» de su infancia están ligados al Colegio San Manuel, donde permaneció hasta los 8 años, porque solo a las niñas se les permitía continuar.

Pero el mayor cambio llegó entonces con el fallecimiento de su padre. «Después del Colegio San Manuel me pongo a prepararme para el bachiller pero como no hay muchos ingresos económicos, hice formación profesional», cuenta.

Así que el niño que «utópicamente», soñaba con entrar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, estudió formación profesional (Delineación) en la Escuela Franco de Málaga y maestría industrial, aunque también hizo la convalidación para poder entrar en la Universidad y estudiar Económicas, estudios que no pudo completar porque «ya estaba trabajando».

Este obstáculo no impidió que el joven Manolo se empapara de pintura y del ambiente cultural de los años 60 en Málaga. Tendría unos 13 o 14 años cuando acudió a una academia de pintura, «pero no me gustó la lentitud de la academia, me aburrí a los seis meses porque era ponerse con un cacharro de escayola y la carboncilla y yo era muy inquieto».

Con el tiempo, él y otros jóvenes artistas de su generación comienzan a acercarse a pintores algo más mayores como Paco Hernández, Eugenio Chicano o Paco Moreno Ortega y a la vez,contacta con el artista Pepe España y el periodista Julián Sesmero, «que fueron como mis maestros y padres adoptivos artísticamente hablando». Así que Manolo aprende mucho con ellos, sobre todo de arte de vanguardia. Son ellos, Pepe España y Julián Sesmero, quienes le hablan de Picasso. «Aunque tenía 14 o 15 años, por medio de Pepe y Julián sabía todo lo que había significado Picasso».

Gracias a todos estos artistas y expertos, el joven Manolo conoce las reuniones de la famosa Peña Montmartre y las de La Buena Sombra de la calle Sánchez Pastor, «unas tertulias impresionantes de pintores, poetas y gentes relacionadas con la actividad artística».

No es extraño que hace ahora medio siglo, en 1966, cuando solo tenía 18 años, participara con un cuadro en la exposición colectiva del Salón de Otoño de la Sociedad Económica de Amigos del País. «Fue toda la familia y los amigos. Eso es la mayor ilusión que puede tener una persona dedicada a esto», confiesa, aunque reconoce que ese primer cuadro, una marina nada convencional, «quedó estéticamente bonito pero todavía estaba verde».

Manolo Robles vivió el mundillo artístico malagueño hasta los 24 o 25 años, cuando tuvo que cruzar el Rubicón: «A partir de ahí había que decidir, o te arriesgas y apuestas por la pintura a tope o tú, para progresar profesionalmente, le tienes que dedicar más tiempo al trabajo». Manolo, de nuevo impelido por las circunstancias, eligió la actividad profesional, de la que confiesa estar «muy orgulloso, porque llegué a ocupar puestos importantes».

Aparte de algún pequeño paréntesis, su vida profesional se ha centrado sobre todo en los talleres metalúrgicos de Tamese, junto al actual Centro Cívico, en los que estuvo 20 años y a comienzos de los 90 y hasta su jubilación hace tres años, en Fujitsu. «Ahí he estado como técnico en distintas facetas, el puesto que dejé era técnico de compras, el responsable de compras mecánicas».

El artista malagueño explica que las obligaciones laborales hicieron que, a veces, pasaran cuatro años entre exposición y exposición, aunque superados los 50, «a medida que pasaban los años mi actividad se volcó cada vez más en la pintura».

Etapas artísticas

Como detalla, en su evolución artística ha habido tres etapas. En la primera, de aprendizaje, cuenta que le da «una importancia enorme a la figura humana». De ese tiempo detalla que realizó más de medio centenar de dibujos a su abuela materna, Agustina «y todo el que se ponía a tiro», ríe. También realiza en ese tiempo de formación retratos de escritores y dibujos, aconsejado por Pepe España, con bolígrafo negro o rotulador, «y si sale, sale y si no, se rompe; dibujos hechos, digamos, sin trucaje».

La segunda etapa, más comercial, aunque sin abandonar la figuración, dura unos 15 años. Es la de las materias muertas, marinas y paisajes urbanos, «con una pintura más agradecida, en el sentido de que en las exposiciones este tipo de obras era más vendible», aclara.

En la tercera y última etapa está inmerso desde los últimos 20 años. «En esta etapa he empezado a hacer pintura más de laboratorio e investigación para romper con las formas, analizar el color y desdibujar. En este sentido, recuerda que Picasso comentaba que «era mucho más difícil desdibujar que dibujar, porque primero tienes que saber dibujar para luego desdibujar».

Esta tercera etapa creativa puede verse en la exposición que hasta el 29 de julio este miembro de la Asociación de Artistas Plásticos de Málaga (Aplama) ofrece en la Sala Barbadillo, junto al CAC, en la que pinceladas de surrealismo se combinan con un predominante expresionismo. 34 cuadros pero también cerámicas que constatan su búsqueda de la vanguardia y el predominio del color: «Soy una persona inquieta y constantemente trato de ir buscando nuevas formas».

Casado con Lydia desde 1975 y con dos hijas, hace cerca de dos décadas que disfruta de un piso en La Carihuela del que ha reservado unos 40 metros cuadrados para un estudio bañado de luz en el que cada día pinta y disfruta más. Pintor, ceramista, también escritor (ha publicado tres libros), Manolo Robles ha vencido a sus circunstancias.