«Yo antes no cantaba, ahora quiero desarrollar mi vida y morirme cantando o bailando», confiesa José Velázquez, más conocido como Pepito el Cariñoso, el Gorrión de Málaga. Este perchelero de 84 años, nacido en el número 5 de la calle Peregrino, lleva más de tres lustros mostrando su arte por el Centro de Málaga: el cante y el baile a cambio de unas monedas, «con las que no se paga el alquilar pero se apaña uno, para seguir tirando».

Pepito -a quien su doble apodo de el Cariñoso, el Gorrión de Málaga se lo puso una mujer que se enamoró de él- tiene los ojos azules y una piel sin apenas arrugas: «Es que me baño todos los días con agua fría», asegura. Lo del apodo fue hace bastante tiempo, cuenta, cuando le abundaba el pelo, que ahora le escasea: «Ahora estoy como el gallo de Morón», bromea, al tiempo que se descubre el sombrero en el que lleva bordado su nombre artístico y muestra una cabeza reluciente.

Le acompaña en su trasiego diario por las terrazas del Centro George, su guitarrista flamenco desde hace una década. Nacido en Rumanía, George confiesa que al principio le costó hacerse con la técnica del flamenco, pero ahora no tiene problemas. Su mayor orgullo, el que su hija, una violinista con la que tocaba por las calles de Málaga, sea ahora profesora de conservatorio en Budapest.

También la vida ha dado muchas vueltas para el veterano cantante del Perchel, que nunca conoció a su padre: «No sé quién es, no lo he visto nunca, desgracias de la vida». Su madre, cuando él era muy pequeño -Pepito era el menor de cuatro hermanos- lo ingresó en la Casa de la Misericordia. «Mi madre limpiaba bajones de coches en Granada porque mi padre, según me cuentan, era de la Renfe».

La infancia y adolescencia de Pepito estuvo ligada a la Misericordia y a las Hijas de la Caridad, al frente de la Casa, una de las cuales le vio aptitudes para ser panadero y convertirse en «maestro de pala». Allí, en la Misericordia, junto al campo de fútbol, ejerció de panadero hasta marchar a la mili: «Hacía pan para las monjas, para la Casa Cuna, los hospitales... tras la mili me busqué la vida a mi manera».

El ejemplo de su madre. Y Pepito trabajó en lo que pudo, incluida la construcción, pero siempre tuvo el cante en la sangre. «Mi madre cantaba cuplés como Lola Flores, cantaba en el trabajo, se dedicaba a darle alegría a los que trabajaban con ella. Mi hermana, que en paz descanse, también cantaba muy bien y a mí también me ha tirado el cante», confiesa.

No recuerda cuándo dio el paso de cantar en la calle, sí algún momento aislado, como cuando tenía 23 años y le escuchó cantar un muchacho en la calle Granada y le dijo que tenía madera. «Y ya empezamos las galas».

Pero su época de más actividad llegó con los años mozos, cuando ya peinaba todas las canas en el bigote. Pepito tuvo de pareja artística a un guitarrista, «hasta que se enamoró y encontró novia» y le sustituyó George.

También José Velázquez encontró alguna vez el amor, aunque sin dar el paso siguiente: «He estado con mujeres, me hubiera gustado casarme pero a lo mejor me hubiera arrepentido. Lo que no tengo es hijos, pero eso ya pasó a la historia», zanja.

El Gorrión de Málaga vive de alquiler en el Centro y destaca que recorre las terrazas, «porque antes te dejaban entrar en los bares, ahora sólo en las terrazas». La fama de dar más propinas cuenta que la tienen los extranjeros, «porque los españoles, como está la cosa ahora...».

El perchelero, el antiguo niño de la Misericordia, sigue teniendo el brillo de la infancia en los ojos, también cuando alza los brazos y pega un voletío mientras canta, con una letra de su cosecha, Vino amargo, la copla que puso de moda Farina. «Este Vino amargo lo aprendí yo en un día», asegura con una sonrisa mientras destaca que sigue componiendo canciones: «Salen de aquí», y se señala la cabeza.

Es Pepito el Cariñoso, por eso, antes de seguir callejeando con George, se despide con un abrazo y una disposición como hay pocas: «Si quiere alguna cosa, si estoy vivo cuente usted conmigo».

Con 84 años, el Gorrión de Málaga continúa en la brecha. Quiere seguir cantando y bailando, con el permiso de su año de nacimiento.