Rara vez un problema de gestión del patrimonio cultural en Málaga enciende una polémica más viva que cuando el mismo está asociado con un gran proyecto empresarial. Esto es lo que ha ocurrido a propósito del edificio histórico de Hoyo de Esparteros, al que ha convenido en identificarse como La Mundial por el último uso que albergó. Sorprende la virulencia con la que algunos estamentos han intervenido para reafirmar la conveniencia de demolición, unas veces cuestionando a sus defensores, y otras los valores patrimoniales del edificio.

Dentro de esta última opción los medios de comunicación han difundido algunas afirmaciones poco acertadas, y a ellas dedico estas líneas con la intención de contribuir a clarificarlas. Alguno de los argumentos esgrimidos para cuestionar el interés del edificio se ha basado en el hecho de que el autor del proyecto, Eduardo Strachan Viana-Cárdenas, estuviese en posesión del título de maestro de obras, y no el de arquitecto.

Es sabido que las lenguas están vivas, y que no solo desaparecen palabras y se incorporan otras nuevas, sino que a menudo cambian o matizan su significado. En el habla actual puede utilizarse el término maestro de obras para calificar a un albañil avezado y hábil en su profesión, pero este significado en modo alguno se corresponde al del siglo XIX, que es cuando Strachan realizó este edificio.

La centuria decimonónica resultó clave para la delimitación de las competencias entre las diferentes profesiones dedicadas a la construcción: partíamos de una tradición anterior en la que los ingenieros eran militares y los constructores se formaban en los gremios. Pero esto cambió, especialmente a partir de la creación de la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1844 y, sobre todo, desde su nuevo plan de estudios de 1845, que endureció las condiciones para acceder al título de maestro de obras tras superar cuatro años de formación en materias como dibujo, topografía, proyectos, materiales, cimbras, matemáticas y otros aspectos técnicos.

La misma normativa delimitó el ámbito de actuación de los maestros, a quienes se permitía proyectar edificios en poblaciones de menos de 2.000 habitantes o en aquellas en las que no hubiese arquitecto.

Sin embargo, esta medida se aplicó con enorme laxitud, y dada su buena formación y las tarifas que cobraban, inferiores a la de los arquitectos, hicieron de su prolífica actividad clave del proceso de transformación que experimentaron nuestras ciudades. Por supuesto, que esta situación generó roces de competencias, cuando no verdaderas disputas, que trató de apaciguar el Real Decreto de 8 de enero de 1870, que reconocía la capacidad de proyectar de los maestros edificios que no tuviesen carácter público, ámbito este exclusivo de los arquitectos.

Pero en modo alguno podemos caer en la simplista interpretación de considerar su arquitectura de inferior calidad. En Málaga se documenta la actividad de 22 maestros de obras desde 1840, algunos de forma efímera. Entre los más destacados se encuentran el mencionado Eduardo Strachan, Diego Clavero y Zafra, Rafael Moreno y Antonio Ruiz. Si admitiésemos prescindir de su arquitectura Málaga tendría que despedirse de edificios singulares de su arquitectura decimonónica, como es el asilo de las Hermanitas de los Pobres, la portada del Cementerio Inglés (Clavero), el mausoleo de la familia Larios en el cementerio histórico de San Miguel (Pérez Giménez) o la chimenea de la fábrica de electricidad en calle Maestranza (Strachan).

Eduardo Strachan (1853-1899) inició su actividad profesional en 1870 y hasta su muerte realizó arquitectura doméstica de todo tipo, desde corralones hasta hotelitos del Limonar, así como fábricas. Su consideración fue tal que a su muerte el pleno municipal hizo constar en acta su pesar por el óbito. Años después le dedicó una calle aledaña a la calle Larios, cuyos edificios había proyectado, y un artículo del diario Sur lo calificaba como «genial arquitecto de la calle Larios».

Por estas mismas fechas el panorama legal comenzaba a clarificarse: los ingenieros -ya civiles-, asumieron la exclusividad de las obras públicas, los arquitectos el diseño de arquitectura, y la profesión de maestro de obras desembocó en la de aparejador, concebido ya como un auxiliar del arquitecto, que es como se afrontaría el siglo XX.

Pero durante la centuria anterior fueron aquellos maestros quienes imprimieron su impronta a nuestras ciudades y creo que no podemos otorgarle mejor reconocimiento que conservando sus más notables construcciones.