Mirar atrás bien puede hacerlo la óptica Fernández-Baca 1913 de la plaza de la Constitución, 12. Al frente se encuentra el joven óptico Rafael Prado Fernández-Baca, de 29 años, que aunque confiesa que de pequeño «quería ser inventor» y hasta comenzó los estudios de diseño industrial, finalmente siguió la tradición familiar y hoy es la cuarta generación de ópticos.

El iniciador de la saga fue su bisabuelo Juan Fernández Ortega, un joven de Colmenar llegado a Málaga que aprendió el oficio con su primo Prudencio Ortega, que tenía la óptica Ortega también en la actual plaza de la Constitución, junto al Pasaje de Chinitas.

Hacia comienzos de siglo Juan pasó un tiempo trabajando en la conocida casa mercantil Viuda de Pedro Temboury y como destaca su bisnieto, «mi abuela me contó que les hizo un neceser con una maleta, que no tenían, y quedaron asombrados con lo hacendoso que era, así que en agradecimiento le dieron un billete grande y con eso montó la óptica».

El caso es que Juan Fernández prosperó y en 1913, junto con el granadino Ángel Herrero constituyó una sociedad y abrió la óptica Fernández y Herrero en el número 21 de la calle Granada. La tienda nació no sólo para mejorar la visión de los malagueños sino que también era relojería y tienda de artículos fotográficos, como puede verse en varios anuncios en La Saeta a lo largo de los años 20 y 30, en los que también se especificaba que el establecimiento vendía las famosas lentes alemanas de la casa Zeiss.

El joven óptico se casó en 1916 con Trini Baca Aguilera, discípula del pintor José Nogales y amiga de Victoria Kent, además de descendiente de una conocida familia de Málaga. La pareja tuvo un hijo, Ildefonso, nacido en 1917, pero el matrimonio fue breve porque Trini falleció al año de nacer su hijo a causa de la gripe asiática. Como era costumbre en la época, Juan se casó entonces con su cuñada, Victoria, con la que tuvo cuatro hijos.

Juan Fernández falleció cuando su hijo mayor contaba unos 13 años, así que el jovencísimo Ildefonso se convierte en socio de Ángel Herrero. Pero a los pocos años se queda solo porque Herrero muere en su pueblo natal, Dúrcal, en un encontronazo con los maquis hacia 1938-40. La viuda de Herrero recibiría hasta su muerte en 1965 la mitad de los beneficios de la sociedad, gracias a la generosidad del joven pero además, Ildefonso se encargaría de mantener a sus cuatro hermanos menores (Antonio, Juan, Trini y José Aurelio) hasta que fueron solventes.

Ildefonso Fernández Baca se casó con la joven emprendedora Concha Casares, con quien tuvo siete hijos (Juan, Conchita, Ildefonso, Román, Trinidad, Álvaro y Rocío).

Con la llegada de los años 50 los estudios de Óptica se oficializan e Ildefonso estudia en la Escuela de Óptica de Madrid. Como curiosidad, en esa temprana promoción 55/56 también se encontraba su tío Prudencio Ortega, el de la óptica Ortega.

Pero no sólo Ildefonso siguió la senda académica, también su mujer, Concha, que hoy cuenta con 94 años, emprendió entonces el mismo camino: «En época de Franco surgió la posibilidad de que las mujeres de los ópticos pudieran tener una adaptación y ser ópticos y optometristas y ella lo hizo», cuenta su nieto.

Así que Concha Casares abrió una óptica en un local familiar de la calle Salinas, con la particularidad de que también ofrecía joyas y entre sus clientes tuvo sobre todo a guardias civiles, que no le pagaban directamente, sino a través de la administración, explica Rafael. Estuvo al frente del negocio, aproximadamente, desde 1960 hasta 1979.

Ildefonso Fernández Baca muere en 1990 a los 72 años y se hacen cargo del negocio la viuda y su hijo, Álvaro Fernández-Baca, hasta que hace cinco años cierra sus puertas por jubilación y el relevo lo toma Rafael Prado. El joven, que ya trabajaba en calle Granada, abre un nuevo establecimiento en la plaza de la Constitución, después de que no hubiera acuerdo con los propietarios del local en el que la familia llevaba desde 1913. Le acompaña en la aventura el veterano Manuel Ávila, que lleva en total 35 años trabajando en la óptica.

Una de las decisiones del óptico fue dejar la cooperativa Federópticos, fundada por su tío, Juan Fernández-Baca -el hijo mayor de Ildefonso, con óptica en la calle Mármoles- «porque pensaba que la marca Fernández-Baca tenía entidad suficiente para caminar sola», argumenta Rafael.

El nuevo establecimiento, FB 1913, recuerda el año de origen de esta saga familiar de ópticos, pero también de médicos, dentistas, arquitectos y oftalmólogos.

Rafael Prado, que se considera casi más empresario que óptico, cuenta que no deja de pensar en nuevas iniciativas, por eso organizó un reciente desfile de modas y presentó unas gafas hechas de madera con un número muy limitado, diseñadas para celebrar el siglo de la óptica.

El próximo objetivo, que Fernández-Baca tenga su propia colección de gafas, hechas de acetato, que él mismo ha diseñado y que le fabricarán en Italia.

La óptica se precia en estos 103 años de vida de haber tenido entre sus clientes a personajes como el cardenal Herrera Oria, el poeta Jorge Guillén, el empresario José Prado -abuelo de Rafael, el creador de las medidas de los cafés en Málaga- el alcalde García Grana o el jugador del Unicaja Jayson Granger, al que siguen atendiendo aunque juegue fuera de España.

Y de vez en cuando acuden clientes como esa señora que mostró unas gafas de oro redondas con varilla de gusanillo y una funda de la óptica Fernández y Herrero. «De los años 20 como mucho», sonríe el joven óptico. La Historia de Málaga, a la vista.