­El padre de Luis Franco formaba parte del personal que hacía los aeropuertos de diversas provincias españolas y, claro, en los 60 recaló en Málaga. Una decisión laboral hizo que la familia se instalara en la capital malagueña y fundara Casa Franco en 1962, un chiringuito o merendero, como prefiere llamarlo Luis Franco, el sucesor del fundador que hoy regenta este restaurante con su hijo en la bajada de Playamar, en Torremolinos.

¿Cómo recuerda aquellos primeros años en Casa Franco?

Uf, cuando se abrió el merendero yo tenía unos 5 ó 6 añitos y, claro, ya todos ayudábamos. No sabe la vergüenza que pasaba cuando me colgaban una cajita para vender pipas, caramelos y chicles por la playa; lo pasaba fatal, lloraba desconsoladamente.

¿Empezó joven, eh? ¿Cómo fue cogiendo responsabilidad?

Bueno, he ayudado siempre, cuando no era con la cajita, me ponía a ayudar con las hamacas. Claro que las hamacas de antes no son las de ahora. Eran de madera, de aquellas que se abrían con una loneta. Te tenías que llevar la hamaca donde te dijera el cliente, a 200 metros por ejemplo, y luego la tenías que traer y estar pendiente de ella. Era muy complicado. Después llegaron las hamacas que en realidad eran sólo cabeceros que se regulaban, y ya las modernas como las de hoy.

Vamos que ahora es el dueño, pero empezó desde abajo, ¿no?

Ya le digo, he pasado por absolutamente todos los oficios de un chiringuito, por todos. Sólo hay uno que no he hecho nunca, a excepción de alguna reunión con mis amigos, que es el de espetero. No lo he hecho no por nada, sino porque no me gusta el fuego.

¿Y cuándo toma las riendas de Casa Franco?

Con unos 24 años. Vine de la mili, seguían mis padres, terminé la carrera de Turismo y mi padre me dijo que se tenía que jubilar. O yo me hacía cargo del merendero o nos teníamos que deshacer de él. Yo trabajaba en una agencia de viajes mientras estudiaba Turismo, pero me hice cargo del merendero porque mis hermanos estaban en Madrid. Y desde entonces aquí sigo.

En un chiringuito toda la vida, ha estudiado Turismo, ha trabajado en una agencia de viajes… está claro que conoce al turista, ¿qué dirían que han significado los merenderos para el sector turístico en la Costa del Sol?

Para la Costa del Sol los chiringuitos significan absolutamente todo. Se lo puedo garantizar. Sin chiringuitos el turismo se hundiría totalmente. No vendrían los turistas.

¿Y cuáles diría que son los atractivos principales que ofrece un chiringuito al turismo?

Comodidad, servicios, atención, cuidados. Lo hacemos todo, hasta seguridad. Yo habré salvado a 40 ó 50 personas de ahogarse en el mar. No dejamos ninguna faceta descuidada. En un chiringuito la atención es personalizada, muy diferente a los restaurantes convencionales en los que comes y te vas y sólo se preocupan de que comas bien, claro. Aquí es muy distinto, se está todo el día con el cliente, yo siempre digo que no tengo clientes, que tengo amigos. Pasas con ellos desde la mañana a la noche.

¿Cuál es su cliente más fiel?

Bueno los clientes más antiguos que tengo son del 62, precisamente, de cuando se funda Casa Franco. Son franceses. Sus padres hicieron los apartamentos MaryPaz y nosotros estamos muy cerca. Fueron nuestros primeros clientes, aparte de los inquilinos de los apartamentos que eran gente muy importante, como El Cordobés, Lola Flores … Ahora ya vienen sus hijos, sus nietos... Ya ve, clientes de toda la vida.

¿Cómo han evolucionado los merenderos?

El cliente ha ido cambiando y nosotros también, claro. Antiguamente era más de camaradería, éramos incluso más amigos de ellos. Ahora, al ser más restaurante, cambia un poco la relación. Ahora el cliente exige más, lo que es buenísimo porque nos mantiene alerta y nos mantiene vivos. Mire, es que antiguamente cuando los chiringuitos eran de madera y cuando llovía había clientes que terminaban comiendo en nuestra cocina para no mojarse. Eso hoy claro es impensable, dentro del chiringuito ya no te mojas.

¿Y el trato con el cliente?

Bueno, pues sigue siendo de amistad, claro. Aquí tengo clientes que comen, se van, no me pagan día tras día y ya hacemos la cuenta cuando se terminan las vacaciones y se van; imagínese el trato.

¿La oferta gastronómica también ha cambiado?

Sí muchísimo. Ahora hay de todo en los merenderos, desde carne a pescado, a la brasa, al horno, a la plancha,…Aunque realmente lo fuerte de los chiringuitos, el pescado, sigue igual.

¿Qué es lo que más le gusta de un chiringuito?

El ambiente, sin dudarlo, el ambiente. Por la cercanía que tengo con los clientes. No sé la de veces que me han invitado ir a Bélgica, Italia, Holanda…

¿Visita usted otros merenderos?

Desgraciadamente no tanto como quisiera, porque no tengo tiempo. Entro aquí a las nueve de la mañana y me voy a las dos de la madrugada. En invierno sí que me gusta dar una vuelta y charlar con los compañeros.