Sobre las once de la mañana se abren en Torremolinos las puertas del chiringuito ´La chalana´ (antiguo ´Los remos de la chalana´) en perfectas condiciones para recibir al turista y al lugareño. Todo perfecto. Todo en su sitio, parece que comience la vida del merendero. Pero muchas horas antes, a eso de las siete de la mañana, los dueños de ´La chalana´, Antonio Sánchez y Charo Domínguez, ya se han puesto en pie. Juntos acuden al mercado para comprar de primera mano el pescado que se consumirá después en su chiringuito. «Nos gusta ir a comprar nosotros mismos el pescado fresco. Lo seleccionamos y decidimos nosotros y después de ahí, con el pescado, ya nos vamos para La chalana», comenta Charo Domínguez, que desde hace un tiempo se está haciendo cargo del chiringuito, relevando a su marido en las tareas principales del mismo, mientras se recupera de unos problemillas de salud. Algo antes de las 11.00 la ´familia´ de ´La chalana´ se reúne en el merendero. El cocinero, José Antonio Rodríguez; los camareros, José Miguel Gil y Enrique Romero; el espetero, Carlos Domínguez, y los dueños Antonio y Charo van a comenzar un día más que saben cuándo empieza pero no cuándo termina. Carlos Domínguez se va a su zona, a su barca. Allí comienza a trabajar la leña para los espetos, ordenar los platos que le servirán más tarde para poner el género y por supuesto a preparar las sardinas y las cañas para cuando lleguen los comensales.

No será hasta pasado el mediodía, ya entrada la tarde, cuando Domínguez se tome un respiro. Un par de horitas de descanso y a seguir entre las brasas con sus espetos. Un lugar donde el calor se vuelve muy intenso. Y es que este parece ser uno de los mayores inconvenientes para todos los que trabajan en estos restaurantes de playa. «El calor es lo más duro», comenta el cocinero José Antonio Rodríguez. Él ha trabajado toda la vida en hostelería, 38 años, y desde hace dos está en ´La chalana´. Cuando llega por la mañana se mete en su cocina y empieza a adelantar todo lo que puede: hacer las tortillas, preparar el pescado, € «No me importa el trabajo, hacer arroces, pescaíto frito -cuyo secreto para que esté bueno confiesa que es que el aceite esté muy calentito- cocinar lo que sea porque es mi oficio, pero el calor€ eso es lo peor, lo más duro», comenta Rodríguez. Y mientras el cocinero está en su cocina, los camareros José Miguel Gil y Enrique Romero preparan las mesas y acondicionan el establecimiento para que todo esté perfecto a la llegada del cliente. Todo está listo, a punto para que a las 11.00 se abran las puertas. Charo Domínguez está por allí, supervisando y ayudando aquí y allá. Entre todos han conseguido que el ambiente del personal sea muy familiar y como tal se tratan entre ellos. «Me dicen la jefa, pero saben que no ejerzo ese papel, somos todos compañeros», asevera Domínguez. «Yo hago de todo, estoy para lo que se me necesita, si tengo que servir, cobrar,€ lo que sea, y haciendo mucho de relaciones públicas también», comenta Charo, que lleva 18 años en el chiringuito que su marido abrió hace 24.

En paralelo, muy cerca y en perfecta unión con ´La chalana´ está Juanita, en las hamacas. Ella lleva 24 años allí, pendiente de la comodidad del turista. Está encantada con su trabajo de alquilar hamacas por 4 euros todo el día, desde las 9.30, cuando llegan los más madrugadores, hasta las 20.00 horas. «Yo estoy acostumbrada a esto. Me da vida. Todos los veranos desde que tengo las hamacas estoy aquí. Me encanta el contacto con el cliente, si no lo tuviera caería en una depresión», asevera la hamaquera, que comenta que ya desde las 7.00 horas se empiezan a montar las hamacas, a barrer y limpiar las mesas. Mesas a las que los clientes se bajan la comida de ´La chalana´, que ya tiene en previsión poner en marcha un servicio de atención de comidas en la hamaca, algo que ahora hacen de forma esporádica, sólo cuando el trabajo lo permite.

Allí, en el merendero a las doce del mediodía ya comienzan a llegar los primeros clientes para tomarse las cervecitas de la mañana y poco a poco el ambiente en el chiringuito empieza a ganar en intensidad. Sobre las 13.00 horas, el personal toma lo que ellos llaman ´el desayuno´ un tentempié para afrontar con fuerza las horas fuertes. Un pitufo y un café suele ser suficiente para encarar las horas duras de trabajo, y el calor€ el intenso calor que hace todo mucho más pesado. «De lo más complicado de trabajar en un chiringuito, además del calor y las horas que se pasan aquí, claro, son las prisas con las que viene la gente a comer», comenta el camarero Enrique Romero. «La gente está loca por volver a la playa y le da igual si ve el chiringuito lleno o vacío; quieren comer rápido e irse, no pueden esperar», asegura Romero. Y es que a eso de las 14.30-15.00, ´La chalana´ es un hervidero. Ir y venir de platos, mesas que apenas se quedan libres se vuelven a ocupar. Es la hora punta; la de máxima intensidad. Aquí todos se dan al máximo. José Antonio Rodríguez en cocina sin parar de freír y aunar ingredientes para que vayan saliendo los platos; Carlos Domínguez sacando espetos tras espetos; Enrique Romero y José Miguel Gil sirviendo mesas, y Charo Domínguez pendiente de todo. Una hora, dos, tres€ A eso de las 17.00-17.30 horas vuelve un poco la calma. Aunque aún quedan algunas mesas rezagadas y otras que llegan de vez en cuando, el momento álgido ha terminado. Ahora toca ir limpiando, fregando, recogiendo el restaurante y volviéndolo a preparar para la noche, que, no obstante, es ya más tranquila. En una mesa, todos juntos, ´la familia´ de ´La chalana´ se sienta junta a comer sobre las 18.00 horas. Hoy José Antonio les ha preparado una paellita y la comen, mientras con un ojo van mirando si hay algo que atender o alguna mesa que servir. Es el momento del respiro, cuando se puede, claro, porque haya menos clientes. Entonces llegan los turnos de descanso del personal, hasta que un par de horas más tarde, sobre las 20.00 vuelva a subir la intensidad y ya hasta la hora de cierre, sobre medianoche. Pero Charo Domínguez, ´la jefa´, que antes de trabajar en el chiringuito era administrativa en una empresa, no se va. Ella se queda allí todo el día, el chiringuito es su hogar. «Aquí somos como una familia, y para mí esta es mi casa; realmente paso aquí más tiempo que en ninguna parte. Y para mi marido, sin duda, es su vida» comenta Domínguez en un receso antes de que vuelva la intensidad, esa con la que tiene que lidiar por la noche, y tras la cual, sobre las doce se cierra ´La chalana´, que no quiere decir que se acabe el trabajo. Ahora es el momento de limpiarlo todo, de recoger, de ordenar€ la una de la madrugada, quizás un poco más, según el día hasta las dos o quién sabe. Y entonces sí, entonces Charo y Antonio cierran la puerta de una de sus casas, su merendero donde pasan la mayor parte del día, para abrir su otra casa, el hogar donde descansan con sus dos hijos, pequeños aún para unirlos al negocio, y tomar fuerzas para al día siguiente y al otro y al otro€abrir de nuevo en perfectas condiciones para el turista ´La chalana´.