Desde hace algunas semanas, el cruce del semáforo que enlaza la Carretera de Cádiz con la autovía dirección a Torremolinos se ha convertido en un foco de mendicidad. A la altura de la Repsol, cada vez que los vehículos se detienen saltan a la escena dos personas ataviadas con sendas muletas. Siempre con una, nunca con dos. La semejanza entre ambas sugiere la sospecha de una compra al por mayor de muletas. Lo hacen cojeando y sosteniendo un vaso de plástico que sirve como recipiente para las posibles donaciones. Cuando el semáforo salta al verde, los coches salen disparados y, como por arte de magia, la hasta ahora visible cojera desaparece al instante. No quiero prescindir de mi voluntad de dar dinero a quien pide. Considero que el altruismo es una expresión de humanidad que está al alcance de todo el mundo. Sin embargo, me niego a darle algo a estos simuladores. Su petición se desploma ante semejantes contradicciones. Detrás de la llamada a la solidaridad, seguramente, haya una red de explotación capaz de clavarles una flecha en el talón a estas pobres criaturas con tal de que den más lástima.

De camino al trabajo, me cruzo a diario con uno de los rostros más conocidos del Centro Histórico de Málaga. Conocido, sobre todo, por su cante anda encogido y vuelve a lucir una barba desatendida. Después de unos meses en los que parecía haber salido de los infiernos, su pecho descubierto y la lata de cerveza que pasea a las 10.00 de la mañana hacen intuir que ha vuelto a las andadas. Después de dar un trago, prende fuego a un cigarro y no se limita a aspirar suavemente el humo, sino que pide también dinero. El cantante frustrado se tambalea ligeramente y apenas le queda un diente. Seguramente, su mundo se tambalea a cámara lenta entre alguna de las múltiples adicciones que parece atesorar. El alcohol, una de ellas, sin duda. Seguramente también acabe los días estrellado y fulminado por un chute de heroína. La pregunta que surge ahora es la siguiente: ¿Es correcto darle dinero a alguien cuando seguramente acabe en manos del primer camello que pase por ahí? Lo que no le ayuda en absoluto a nuestro amigo sería facilitarle dinero para una nueva dosis. Hasta aquí llega la voz de la responsabilidad. Pero ayudarle a que se desenganche de las drogas no es algo que esté en mis manos. Mi amor al prójimo no es lo suficientemente profundo como para cogerle de la mano y hacerme responsable de su futuro. Soy una simple persona de camino al trabajo que puede dar unos euros o no. El único momento de felicidad al alcance de esta persona, seguramente, esté ahora mismo en el consumo y eso plantea un dilema elemental: si le doy cinco euros no le ayudo a salir del círculo vicioso, pero sí a que alcance un placer instantáneo. Si tiramos de Kant, cabe preguntarse qué pasaría si todos se comportan como yo. Tendría dinero de sobra para drogarse si quiere. Es el precio que tiene su libertad.