Ninguna duda es tan famosa entre los que no son de Málaga como la que existe sobre si la capital es realmente tan buena en todo como lo profesan los que han nacido aquí, y que ven en este rincón del planeta la cumbre de la felicidad. Todo lo que yo debería de decir al respecto pierde valor cuando se ha sabido que Málaga ha aparecido de nuevo en las líneas del New York Times, cabecera de referencia mundial, que es famosa por no casarse con nadie, y que ha vuelto a ratificar la excitación cultural que levanta la batería de museos instalada a golpe de talonario. Para los que nos hemos educado principalmente a través de los periódicos, viendo como nuestro padre llegaba a casa después de trabajar y se volvía inaccesible detrás de un montón de páginas que construyen una manera escéptica de ver el mundo, el New York Times ha sido tradicionalmente el paradigma de la verdad cuasi absoluta. Muy difícil objetar algo aquí. A las alabanzas en estas páginas, no es la primera vez que le dedican una página a la capital de la Costa del Sol, se suman las miles de listas en la red que confirman la idoneidad de Málaga como destino turístico que lo abarca prácticamente todo. La más bella, la más excitante, incluso, la más romántica. En tiempos de internet, estas listas son la moneda dura del turismo y si Málaga aparece en todas es por algo. Habrá ciudades y destinos, pero en pocas ha crecido tanto la demanda como lo ha hecho aquí en los últimos años. Eso es indiscutible. Aceptando entonces que Málaga se ha hecho un hueco entre los destinos más atractivos que existen ahora mismo a nivel europeo, cabe también analizar los problemas que genera la eclosión del turismo sin poner en duda que es la principal pata para una economía que, una vez desindustrializada, carece de otros argumentos para generar riqueza y empleo. Todos se apuntan a lo bueno pero pocas veces uno es el culpable de los fracasos y, como en cualquier ciudad que se ha convertido en un destino de masas, aquí también los hay y el ciudadano de a pie que no se beneficia directamente del turismo sí sufre sus efectos negativos. El turismo masivo abarrota lugares históricos, eleva los precios, derrumba puentes colgando candados en sus estructuras y atraviesa los callejones más pintorescos emitiendo gruñidos y cerveza en mano. No sería la primera vez que a los malagueños no les queda otra que emprender la huida. Venecia es un claro ejemplo de ello y Barcelona ya está manteniendo la respiración. La diáspora en Feria ya es un gran clásico. A este problema hay que añadirle otro, que surge como consecuencia directa de la falta de autenticidad y empieza a mermar precisamente el principal atributo que ejerce de escenario para la propia escenificación de una ciudad. Puede que una parte del turismo aprecie la confianza que le genera el grado de reconocimiento de un Starbucks, pero la clave del éxito de un turismo sano debería de radicar en la potenciación de lo local.