Las conversaciones ajenas siempre desvelan heridas eternas. En los últimos meses, en esas charlas cazadas al aire he escuchado varias veces el mismo asunto, lo que revela que en el corazón de los malagueños es un tema enquistado que puede acabar pudriéndose, como tantos otros proyectos han entrado en la senda de la putrefacción en esta bendita ciudad que todo lo soluciona con sol y nazarenos. Me refiero a la situación de los Baños del Carmen, a ese mágico balneario que al caer la tarde de agosto se difumina entre brumas y olas, como si quisiera evaporarse para volver a reconstruirse ya entrada la noche. Ya asistimos a la lamentable guerra entre administraciones sobre qué hacer con ese espacio, a los intentos de unos por convertirlo en otro puerto deportivo con atraques para yates hurtándolo al pueblo llano, al inmovilismo al que las constructoras que lo poseían hace unos años lo sometieron, dejando que el bello jardín marítimo de Málaga se convirtiera en un estercolero lleno de okupas, a esa Demarcación de Costas que ni se mueve ni avanza, a la Junta, que azuza sus competencias para que todo siga igual, y a ese Ayuntamiento que ahora se ha empeñado en que el negocio que allí florece acabe descarrilando por no sé qué clase de razones, aunque las puedo imaginar. Y en esas llega un grupo de empresarios, le lava la cara al balneario, hace negocio, lo dota de contenido y lo convierte en un referente para todos los malagueños; otra vez el balneario late en nuestros corazones, no con el esplendor de los años veinte, pero sí con un renovado fulgor que se concreta cada tarde del año en una cerveza bien fría sobre la mesa mientras ríes junto a tus amigos y las olas rompen furiosas contra el muro.

Toda esa magia puede acabarse pronto, cuando los diferentes procesos judiciales acaben llegando al final de sus agónicos trámites. Entonces veremos qué pasa, si los Baños son cerrados al público para esperar otra vez a que haya dinero y ganas en nuestros políticos -voluntad política lo llaman los cursis- para hacer de ese rincón de la ciudad un emblemático punto de encuentro o nos meterán, de nuevo, un hotel muy chachi para que disfruten los cruceristas y los malagueños tengamos que mirar desde lejos la prosperidad ajena.

Siempre he defendido que, hasta que se decida qué hacer con los Baños, hay que dejar a estos empresarios seguir con lo que están haciendo, porque están devolviéndole a la zona el espíritu que un día tuvo. Y, por otro lado, creo que allí la actuación ha de ser mínima: reformarlo todo para que se quede como está. Luego, hablaremos de contenidos.

Cualquiera que haya recibido a amigos de otros lugares de España en los calurosos días de agosto sabrá cómo se les iluminan los ojos mirando a la imponente bahía malagueña mientras disfrutan de una cerveza espumosa al tiempo que te dicen: «Esto en mi tierra no existe». La lástima es que aquí no lo valoramos.