Bien sabido es que los desbordamientos del Guadalmedina han constituido, al menos desde el comienzo del siglo XVI, una constante en la historia de Málaga. De este período data la primera propuesta para resolver tan grave problema, concretada en desviar su cauce por un canal que desde la zona de Ciudad Jardín derivaría sus aguas hacia el mar, discurriendo por encima del convento de la Trinidad.

Durante cuatrocientos años Málaga ha padecido en numerosas ocasiones las consecuencias de furiosas y trágicas riadas, que provocaron multitud de víctimas y daños en la población. Los proyectos de desvío se sucedieron, pero por distintas causas ninguno llegó a prosperar, aunque el problema se afrontó en el siglo XX con diversas y sucesivas actuaciones: construcción de fuertes muros, repoblación forestal -corrección agrohidrológica se dice hoy- y las presas del Agujero y el Limonero.

En estos días vuelve a hablarse de un convenio entre las administraciones local y autonómica para propiciar el uso ciudadano de la parte del cauce más próxima al centro de la ciudad, y ello sin que la posible actuación suponga disminuir la actual capacidad de evacuación, estimada en unos 600 m3/sg.

Bienvenido sea el consenso de las administraciones. Bienvenida sea esta nueva iniciativa, que de realizarse habrá de suponer una importante mejora. Pero€ por muy buena que pueda ser, no puede obviarse una demostrada realidad: la amenaza que el Guadalmedina supone.

No puede olvidarse que el año 2001 se presentó un gran proyecto para desviar las avenidas extraordinarias que pudieran presentarse en la cuenca del río, que originarían un caudal bastante superior a los citados 600 m3/sg.

Tampoco puede olvidarse que los arroyos que afluyen al Guadalmedina aguas abajo del Limonero pueden aportar unos 250 m3/sg. Las cuentas no salen€

Tampoco puede pasarse por alto que nuestro planeta se enfrenta a las consecuencias de un evidente cambio en el Clima, que ha originado en la aún reciente conferencia de París un insólito -por excepcional- consenso mundial. Ello debe conducir a que se extremen las precauciones ante el riesgo de que se acentúen la frecuencia y las consecuencias de catástrofes naturales.

El gran estudio redactado el año 1970 por las consultoras Ayesa y Pantecnia motivó la construcción de la presa del Limonero, de cuya seguridad estructural nadie duda. Pero lo que está en cuestión es si hoy, a la luz de posteriores estudios, la presa sería capaz de contener una avenida extraordinaria que superase el caudal para el que fue dimensionada.

El proyecto del año 2001, redactado por un ingeniero que en nuestra humilde opinión es el mejor conocedor de nuestro río, centraba la seguridad de Málaga ante tal riesgo -muy alto aunque de baja probabilidad- con la construcción de un gran túnel que derivase al peñón del Cuervo un caudal superior a los 900 m3/sg.

Es decir: tal proyecto vino a poner en evidencia lo que proclama el titular de esta reflexión: que nuestra ciudad está amenazada por la posibilidad de que una avenida extraordinaria del Guadalmedina llegue un día a provocar una catástrofe.

Por ello, aún insistiendo en lo bueno que resulta consensuar una mejora ciudadana, actuando sobre el tramo central del cauce, no debería olvidarse que el auténtico y preocupante problema, aparte de sus connotaciones urbanísticas y estéticas, está aún pendiente de la necesaria y adecuada solución.

Un dirigente local, a nuestro juicio con gran acierto, afirmó no hace aún muchos meses que «resolver el problema del Guadalmedina era más prioritario que el Metro». Y coincidimos plenamente con tal aserto.

En nuestra modesta opinión los representantes políticos habrían de coger de una vez el toro por los cuernos y comenzar a plantear la definitiva solución al problema de seguridad que amenaza a Málaga.

La Divina providencia me condujo hace cuarenta años a comenzar a interesarme por la historia del Guadalmedina, las crónicas de sus devastadoras riadas y los remedios que se estudiaron para resolver sus trágicas consecuencias.

Fruto de tal dedicación es el deber de difundir lo aprendido, por cuanto llena muchos capítulos de la historia de nuestra ciudad. Pero, además, el haber profundizado en la cuestión me ha llevado a lo que considero un deber moral, que es mucho más importante: descargar mi conciencia al poner de manifiesto que Málaga necesita imperiosamente afrontar definitivamente la solución al problema que ha quedado expuesto.

Reiteramos que hoy el Guadalmedina constituye un serio riesgo para Málaga. En nuestra opinión es una cuestión de Estado. Considero que todas las administraciones, comenzando por la Central, deberían implicarse en la urgente tarea de eliminar el riesgo que hoy nos amenaza. El proyecto del año 2001, pese a su alto coste, no debiera mantenerse por más tiempo olvidado, aunque puede existir una solución alternativa que representaría un coste sensiblemente inferior. Pero nadie es profeta en su tierra.

Delenda est...

Dos siglos antes de la era de Cristo, en la Roma republicana, vivió Marco Porcio Catón, que hoy es famoso por su entrega a la cultura y a la política, por sus obras históricas y literarias y por su defensa del latín. En su honor se nombró un librito en el que aprendieron a leer muchos niños españoles. Pero sin duda hoy Catón es recordado porque todas sus intervenciones -ya fuera sobre temas militares, sociales, literarios o agrícolas- terminaban con la coletilla: «Por lo demás opino que Cartago debe ser destruida». Y de ahí la conocida frase: «¡Delenda est Cartago!»

Pues con tal precedente histórico, con tan rotunda afirmación, hemos querido enfatizar la imperiosa necesidad de que los malagueños se conciencien de la grave amenaza que constituye la actual situación del río Guadalmedina, un serio problema que considero debería constituir la más principal preocupación de nuestros políticos.