Cada vez me siento más español, y recalco lo de español porque se ha puesto de moda recurrir a algo tan ambiguo como decir «de este país». Yo no soy de este país, sino de España, aunque muchos progresistas, reformistas y renovadores rehúyan utilizar la palabra España porque… No encuentro el motivo para soslayar algo tan entrañable como España, donde hemos nacido tantos millones de persona de uno y otro sexo, tanto en Castilla como en Galicia, en Andalucía como en Extremadura, en Cataluña como en Aragón, etc., etc.

Yo, cuando más español me he sentido es precisamente cuando he salido de viaje al extranjero, y más cuando he vivido escenas y situaciones que me llenan de orgullo, salvo en una ocasión, no recuerdo exactamente en qué lugar (Alemania, Israel o Austria), cuando me integré en un grupo de turistas al frente del cual iba una guía de habla española. Como había varios grupos, la guía encargada de las personas de habla española, dirigiéndose al grupo dijo: «Los de habla española, que me sigan, por favor». Y una individua alzó la voz y dijo: «Nosotras somos catalanas».

No sé, ni me importó entonces ni ahora, dónde se acomodaron las cuatro o cinco que matizaron en qué lugar de España habían nacido; quizá se sumaron al grupo de noruegos… y no se enteraron de nada durante la visita.

En la ONU

Dejando a un lado la inopinada reacción de aquella individua (Diccionario de la Real Academia, tercera acepción de Individua: «Cada ser organizado sea animal o vegetal, respecto a la especie a que pertenece»), mis experiencias en el extranjero han sido muy favorables y a veces emocionantes al ser reconocido como español. Una de esas ocasiones las vivimos varios miembros de mi familia visitando la sede de las Naciones Unidas en Nueva York.

El edificio de la ONU puede visitarse conducidos por guías acreditados; las visitas, no son como a los museos, con días y horarios establecidos. Depende de que haya sesiones o plenos. El día de marras pudimos visitar hasta la sala de plenos en la que los representantes de ciento y pico de países discuten y toman acuerdos muy importantes…, que a veces no sirven para nada porque no se cumplen o se interpretan de forma equívoca.

Pues bien, día de la visita, como es habitual, nos acomodamos al grupo de habla española. Como no era muy nutrido nos autopresentamos para sentirnos más unidos. Había argentinos, mejicanos… Cuando llegó el turno de mi familia nos identificamos como españoles, y varios del grupo, mirándonos con cierta curiosidad, nos preguntaron: ¿Españoles de España? Lo afirmamos. Y nos acogieron como si fuéramos algo especiales, con una simpatía y amabilidad, que a mi realmente me emocionó. «Sois de la Madre Patria», exclamó una de aquellas señoras del grupo de habla española.

En Londres, en Estambul…

En otra ocasión, en una visita a Londres, cuando tres matrimonios paseábamos por Oxford Street y ante un escaparate comentábamos los precios de los artículos, un señor mayor se acercó, y en un buen español después de comprobar que éramos españoles, se ofreció a ayudarnos, si necesitábamos algo.

Nos dijo que había estado varias veces en España, país que admiraba, y que de alguna forma quería expresar su admiración por España y los españoles.

El relato anterior fue en septiembre de 1975, y varios años después, en Estambul, que todavía recibía muy poco turismo (fue en 1978), visitando el lugar más frecuentado por los turistas -el Grand Bazar-, se nos acercó un señor que nos oyó hablar en nuestra lengua. Se acercó a saludarnos, a expresar su emoción de oír hablar en español, un lengua que aprendió de sus antepasados. Era judío y su español era del siglo XV, un regalo para nuestros oídos. Oírlo era algo así como retroceder varias centurias, como si uno estuviera leyendo a Cervantes o Lope de Vega.

También tuvimos una guía -Stella- de ascendencia española, que hablaba el castellano antiguo, aprendido, cómo no, de sus antepasados, de los que fueron expulsados de España tiempo ha.

Estados Unidos

En enero-febrero de 1980 hice un viaje familiar a Estados Unidos. A la anécdota de la visita a la ONU tengo que sumar un par de ellas más, una en la misma Nueva York y otra en Alice, una pequeña ciudad del estado de Texas.

El café en Estados Unidos, y que me perdonen los norteamericanos, es para casi todos los españoles imbebible. No sé cómo lo hacen pero lo consumen en cantidades industriales. Incluso en algunos hoteles en los que me alojé en aquel viaje, en la zona reservada a recepción, había jarras de café y vasos para que los huéspedes pudieran servirse y consumirlo sin pagar absolutamente nada.

Como soy cafetero, desde que pisé tierra americana me pirraba por tomar un café como Dios manda, o sea, coronado con una capa cremosa e inconfundible olor que regala las pituitarias, como el que se toma en cualquier cafetería de Málaga.

No lejos del hotel estaba, y está, la más famosa galería comercial de la cuidad, los almacenes Macy´s. En una de sus plantas descubrí una pequeña cafetería bajo el rótulo Petit Café. ¡Qué satisfacción!

El camarero que me lo sirvió las tres o cuatro veces que fui ex profeso a cumplir el rito del café se esforzaba en cada visita en responderme en español. Me confesó que llevaba poco tiempo estudiándolo porque admiraba nuestra lengua y la consideraba importantísima para su formación y promoción profesional. Esto, hoy, me lleva a pensar que algún día jóvenes catalanes y vascos tendrán que hacer lo mismo que el camarero neoyorquino porque al paso que va la enseñanza en esas dos comunidades solo podrán expresarse en catalán y vascuence, respectivamente, ya que desde niño se les inculca el aprendizaje del vascuence aunque ahora se le denomine euskera.

En Alice, en el estado de Texas, donde se hablaba bastante español (me refiero a 1980; ahora no sé), en un supermercado la chica que atendía una de las cajas, y que hablaba el español, al saber mi origen me dijo que su ilusión era venir a vivir en España, que le buscara un empleo. Que a uno le digan, en estados Unidos o en Austria, que la ilusión de su vida es residir en España, si no se emociona es porque… no es español, sino de «este país».

Otra Francia

Como colofón a estos gratos recuerdos de mis viajes por el mundo y las muestras de cariño que sentí por ser español, escribí y publiqué una serie de reportajes en el diario Sur bajo el título de «Otra Francia», dedicado a los lugares menos turísticos del vecino país, como Burgues, los castillos del Loira, el centro geográfico de Francia…

Le serie de seis capítulos se la remití a los familiares de mi mujer que residen en Saint Florent, departamento del Cher, y que fueron mis cicerones durante los diez días de permanencia en aquellas tierras. Varias semanas después recibí una carta firmada por doce alumnos colegio Voltaire de la citada ciudad, alumnos de español, que acordaron con el profesor, Gerardo Famet, leer y estudiar los capítulos para mejorar el idioma. Nunca pude imaginar que mis modestos escritos pudieran ser utilizados para ayudar a aprender el español.

Tampoco puedo olvidar la visita a la famosa cervecería Hofbräuhaus de Munich, que diariamente frecuentan unas ocho mil personas en las que sirven jarras de la rubia bebida de un litro o medio litro rubicundas muniquesas que son capaces de llevar en cada mano seis jarras para atender la constante demanda de la nutrida concurrencia. A poco de estar en la sala, la orquesta interpretó el ¡Viva España! en honor de grupo de españoles que acabábamos de llegar. Eso sí que emociona.

Solamente no me siento español cuando nuestro país acude a la cita anual de Eurovisión porque el representante (representanta) de turno canta en inglés… y así nos va. Cuando cantaban en español hasta ganábamos…, pero eran otros tiempos.