A veces, las imposibles películas de intriga que algunas cadenas emiten los domingos por la tarde se convierten en realidad. En este caso, un increíble ejemplo de acoso vecinal que el traslado de la presunta autora no ha logrado, al parecer, contener.

«Al poco de llegar al bloque hace tres años me encontré con mis macetas espachurradas a la entrada de mi puerta. Pregunté, enfadado, quién había sido el hijo de... que había hecho eso. Mi vecina estaba en el descansillo hablando con otra y cuando entré en casa escuché que decía: A este lo tengo que echar yo de aquí», cuenta José Fernández.

Este vendedor de almendras de la calle Larios de 68 años vive en una promoción de viviendas del Instituto Municipal de la Vivienda en la calle Juan del Encina. Hace más de un año que no ha vuelto a su puesto de trabajo, falto de fuerzas, desmoralizado y con problemas de salud a causa del acoso constante de su vecina, una joven treintañera que hasta la primavera del año pasado vivía debajo de su casa, y tenía constancia de ella en forma de ruido de muebles, música a gran volumen y gritos cada noche y durante horas.

«Solo una vez le llamé la atención, eran las 6 de la mañana y estaba con la música a toda pastilla, le dije que llamaría a la policía», recuerda este malagueño, que señala que la joven le llegó a enviar a una pareja de extranjeros con palos para pegarle. «Los vi por la mirilla y les dije que yo no le había hecho nada a ella, que se fueran».

Al parecer, en el bloque de viviendas nadie rechistaba con la presencia de esta joven conflictiva. «En el patio decía para que lo oyeran todos que el que pusiera un parte se iba a enterar», cuenta José, que en numerosas ocasiones ha llamado a la policía. «Ellos me conocen de vender en calle Larios y me dicen que no pueden hacer nada porque cuando llegan, ya no hay ruido. La vecina me oye llamar a la policía y deja entonces de hacer ruido».

El vendedor de almendras llegó a recurrir a la mediación municipal, con dos policías locales y un cara a cara con su vecina, sentados los dos en una mesa, pero la joven negó todo.

La pesadilla continúa. Al final, los partes al Instituto Municipal de la Vivienda surtieron efecto y, en la primavera de 2015, la joven fue trasladada a una casa en La Trinidad. Pero esa misma noche, «llegó con un grupo haciendo ruido». Como detalla José, deprimido, la vecina se las ha ingeniado para, a lo largo de este último año, seguir visitando varias noches a la semana el piso contiguo al de él y continuar así con los golpes.

El veterano malagueño ha llegado a dormir en un colchón en el descansillo para dejar de escuchar los ruidos y ahora vive con la puerta de casa fuertemente atrancada. «En una ocasión la pillé con un guarrito para abrir mi puerta», cuenta.

La hija de José, que ahora estudia en Badajoz, también ha padecido el acoso de esta vecina sin control y le ha pedido a su padre, que ha ido varias veces al hospital por arritmia y tiene continuas pesadillas y falta de sueño, que se cambie de vivienda. José Fernández subraya que «no quiero que le hagan nada a esta mujer» sino que, después de recapacitar y como nada parece frenar a la joven, pide al Ayuntamiento un piso en el Centro, para que pueda retomar su vida y volver a vender almendras en paz.

El gerente del IMV, José María López Cerezo, informó ayer de que la petición de traslado de José volverá a debatirse en la comisión de cambios de este organismo municipal.