Hasta la providencial llegada de Iván Nicolás Perchante a Obout, una ciudad a 100 kilómetros de la capital de Camerún, si a un paciente del hospital le sorprendía un apagón en plena operación, le operaban a la luz de las linternas y algunos morían. Los más de mil euros que ha costado el generador eléctrico, recolectados por Iván, ya han logrado que se salven vidas.

Iván, de 29 años, residente en Málaga desde los 14, acudió por vez primera a Camerún en febrero del año pasado, para trabajar durante un mes en un hospital de enfermos terminales y como informó entonces La Opinión, su vida cambió para siempre.

«Yo estoy atado para siempre a este lugar», confiesa, por eso los dos primeros meses de 2016 los ha vuelto a pasar en la población camerunesa de Obout, después de que pidiera permiso en su trabajo, un barco turístico del puerto: «Pedí que me cortaran ese tiempo el contrato y de momento lo han aceptado», cuenta.

Su vuelta ha supuesto importantes mejoras para el hospital, regentado por monjas de la orden de Santo Domingo: además del generador, ha puesto en marcha una caja social que ya ha permitido atender a 11 personas sin ingresos, todo un drama en el país. «En Camerún todos los hospitales son privados, así que la gente que no tiene dinero se muere en la puerta del hospital y no pasa nada», señala.

Ahora, además de en la caja social, está centrado en enviar dinero para costear transfusiones de sangre, vitales para vencer la malaria. «Una transfusión de sangre cuesta 27 euros y eso puede salvar una vida», resume. Iván Nicolás explica que el precio se debe al estudio que el hospital tiene que hacer a cada donante, «para evitar que pueda transmitir alguna enfermedad».

«Pero no soy yo sólo, es gracias a la toda la gente que ha colaborado, yo intento ser el punto de conexión», apunta.

Porque lo peculiar de esa generosa labor del joven argentino es que utiliza las 15 lenguas que estudia al aprovechar el trabajo en el barco turístico para contactar con los turistas y explicarles su proyecto solidario.

Ya sea en polaco, holandés, danés, chino o árabe -algunas de las lenguas que domina- Iván se dirige a los turistas en su lengua natal, algo que, para empezar, les sorprende, sobre todo si se trata de idiomas minoritarios (en la actualidad, por ejemplo, está estudiando búlgaro).

Además, ha colgado en youtube un vídeo en doce idiomas con un mensaje de ayuda al hospital de Obout grabado allí mismo y también ha editado y traducido -por el momento en cuatro idiomas- su novela Doble corazón, con la que quiere conseguir ingresos para el hospital.

Como resultado, de ciudades de Suecia, Alemania o Polonia le envían un dinero del que de forma sistemática da cuenta exhaustiva a sus donantes por correo electrónico. «Si quieres hacer algo en África tienes que estar ahí, porque si no te van a mentir», señala. Ivan, que quiere agradecer la colaboración de su jefe, sus compañeros y la policía portuaria de Málaga, que también le ayuda, tiene ya en mente el siguiente paso: montar un orfanato en ese perdido rincón de la selva.

Volverá a Obout a finales de 2017, un viaje que pagará de su bolsillo, pero antes quiere visitar la frontera con Melilla y ver de qué manera ayudar a los emigrantes.

¿Su motivación?: «No lo hago por bondad sino porque creo que es justo. La gente tiene que tener lo mínimo, lo indispensable para vivir». África ya la lleva en la sangre.