Cada vez que se convocan elecciones -más que partidos de fútbol del siglo-, entre una pléyade de partidos y siglas, figura uno por lo menos que sale en defensa de los animales o contra su maltrato, loable intento porque no hay mayor salvajada que maltratar a un ser de inferior inteligencia como son los animales irracionales aunque unos más que otros en lo que se refiere a inteligencia. Un perro, al parecer, es más listo que un cebra, por citar un miembro de la larguísima fauna mundial. No me he leído, ni creo que lo vaya a hacer, los programas o ideas de los colectivos animalistas y sus derivados o coetáneos. Y justifico mi postura.

Por lo que leo, oigo y veo, los amigos de los animales se centran en cuatro especies: toros, caballos, perros y gatos. Pero los caballos de carreras, ojo, para ganar, son azotados con el látigo por el jockey que además pica espuelas a todo trapo para que corra más.

Los defensores de los toros o antitaurinos enarbolan un ideario en el que se maldice el maltrato que sufren los bóvidos y salen en su defensa a ultranza. Incluso se acercan a las plazas de toros para insultar a los toreros y al público que acude al sangriento espectáculo. Lo de Fiesta Nacional les irrita y animan a las autoridades a su prohibición. El caso más reciente es el de la muerte del torero segoviano Víctor Barrio.

Sin entrar en disquisiciones de si se deben o no prohibir las corridas de toros -eso se lo dejo a los catalanes que mandan ahora-, me formulo una inocente pregunta: ¿Esa inquina contra las corridas de toros se extiende hacia otras prácticas sanguinarias que afectan a otras especies?

Un toro o novillo protesta con un «muuu» cuando es objeto de un puyazo por parte de un picador, del daño que le causa el banderillero cuando le clava un par y hasta tres pares de banderillas y no digamos cuando el matador, haciendo gala de su oficio, intenta acabar con su vida con la espada, y tras varios intentos lo consigue, y para rematar la faena, el puntillero o cachetero le clava la puntilla y en el primero…o tercer intento acaba con su vida. El toro, repito, a lo largo de los veinte minutos de la faena que le lleva al occiso, ha tratado, y a veces conseguido, herir o matar a su agresor.

Ahora bien, ¿ese comportamiento antitaurino se corresponde con otras especies?

Los mariscos, los crustáceos, los moluscos...

Nunca he observado en los partidos políticos u organizaciones en defensa de los animales la misma beligerancia contra los consumidores de mariscos, crustáceos y moluscos, como las gambas, las cigalas, las langostas, las almejas, las conchas finas, las chirlas, los mejillones, nécoras, erizos, coquinas, centollos, bogavantes, ostras, lapas, bígaros, berberechos…, que sometemos a los mismos o peores tormentos a la hora de guisarlos.

En el caso concreto de las conchas finas ¡nos las comemos vivas!, eso sí, con unas gotitas de limón y una pizca de pimienta…, que quién sabe si tienen efectos sedantes como la epidural o de anestesia total, y el bicho sufre menos o no se entera cuando lo masticamos con saña y lo acompañamos con un trago corto o largo de cerveza.

Los mejillones, vivitos, y no digo coleando porque carecen de ese apéndice, los arrojamos en agua hirviendo o los matamos al vapor.

No he oído protesta alguna contra la salvajada de zambullir vivas en agua hirviendo y un puñado de sal las sabrosas y caras cigalas, algunas embarazadas por la cantidad de huevas de color rojo brillante que descubrimos cuando nos las ponen en el plato.

Cuando las langostas son arrojadas al agua hirviendo se oye el crujido de los caparazones. ¿Será el crujido la señal o grito de socorro por el sufrimiento? El toro hace «muuu» cuando es castigado, pero el lenguaje de las ostras, de los berberechos… no lo conocemos. A lo mejor cuando crujen están mentando a nuestros padres.

Tampoco han llegado a mis oídos las protestas de los animalistas cuando un hombre armado con una escopeta fabricada en Eibar mata perdices, tórtolas, pajaritos y otras especies que después degustamos en pepitoria o escabeche y que podemos preparar de mil maneras porque todas las televisiones tienen programas dedicados a la cocina.

¿Qué nos dirían en su desconocido medio de comunicación los salmones, las sardinas, los boquerones, las merluzas, los bonitos del norte… cuando los pescamos con redes, garfios, anzuelos y otras sanguinarias artes haciéndoles pupa?

Y de los caracoles, ¿qué decir? Los dejamos en ayunas varios días, y antes de que fallezcan, hala, a la cazuela.

Los humanos nos comemos crudos o guisados después de sacrificarlos toda clase de animales; no es un vicio de nuestros días. Nuestros ancestros, desde Adán, Eva, Caín, Abel, Cam, Set… y toda la parentela, se han alimentado de la carne de los animales, de los peces, de las aves… y de los frutos de la tierra, ya sean tomates, patatas, rábanos y todo cuanto se puede engullir para seguir viviendo. Eso mismo es lo que hacen los animales: comerse unos a otros incluso de la misma especie. Está claro que todos, de una u otra manera, estamos expuestos a ser devorados por otros de la misma especie. El canibalismo no es una leyenda, como tampoco es un invento el dicho «el pez grande se come al chico».

Un animal de los que nos comemos toda su carne y derivados es el cerdo, que sí protesta y grita como un desesperado cuando el matarife le larga una cuchillada en el gaznate para aprovechar primero su sangre para la elaboración de morcillas, y tras posterior descuartizamiento, para fabricar chorizos, salchichones, mortadelas, las patas para los ricos jamones, las paletillas con el mismo fin, y para que no se pierda nada, las manitas, otro plato muy apreciado.

El Día de San Martín es la fatídica fecha de la raza porcina. Nada menos, que la matanza. Y nadie protesta…, salvo los aullidos de las marranos que se oyen a varios kilómetros a la redonda.

El censo de animales que sacrificamos para nuestro sustento diario es enorme, y va en aumento porque ahora, para poder alimentar a los varios miles de millones de habitantes del globo, nos hemos lanzado a los insectos ricos en proteínas.

Claro que si se crea un partido político que prohiba el consumo de las especies apuntadas, incluidos los insectos, ¿qué sería de la especie humana? porque los vegetales también están vivos…¿o no?