En sus últimos años, Miguel de Cervantes conoció la fama, simbolizada en ese estudiante montado en un burro que bajó de su montura para abalanzarse emocionado sobre el escritor, al descubrir que era el mismísimo autor del Quijote.

También el malagueño Francisco García, en sus tempranos años de estudiante en las Escuelas del Ave María, se topó con Cervantes gracias a las lecturas escolares del Quijote y la pasión por la obra no le ha abandonado desde entonces.

Francisco, uno de los más veteranos clientes del rastro, que frecuenta desde hace más de medio siglo, desde los 12 años, ha ido recopilando en estas décadas una colección de ediciones del Quijote que ronda los 110 ejemplares, además de un buen número de libros sobre asuntos cervantinos.

«Me lo he leído dos veces completo y luego, todo tipo de artículos y cosas relacionadas con el libro», cuenta.

Su afición por el rastro de Málaga, pero también por las librerías de viejo y anticuarios le ha llevado a disfrutar de joyas cervantinas como una voluminosa edición del Quijote en dos tomos, editada en España en 1880, anotada por Nicolás Díaz Benjumea y repleta de preciosas ilustraciones de Ricardo Balaca. «La tengo desde hace 30 años, dicen que es la mejor que se ha hecho en color en España. Por las noticias que tengo, se trata de una editorial que sólo hacía ediciones de lujo».

De ocho años más tarde, 1888, es otro Quijote editado en España, de hermosas tapas rojas y que él mismo llevó a restaurar a un desaparecido restaurador de Capuchinos.

También le tiene mucho aprecio a una preciosa edición en tapa dura de Ramón Sopena, de 1931, con elegantes guardas (el papel doblado que une el libro y la tapa), así como con fotografías y dibujos.

Pero no sólo le tienta el mercado español cervantino. Francisco García se acerca a un rimero de libros y extrae otro grueso volumen. Se trata de una edición publicada en Nueva York con su pedigrí en forma de un par de dedicatorias, pues en 1885, el libro fue un regalo de bodas; en 1915 pasó a otras manos como regalo de cumpleaños y Francisco dejó constancia escrita de que lo compró en Málaga hace diez años.

Otro de sus quijotes más exóticos es una edición danesa publicada en 1926. Pero como complemento, tampoco faltan varias ediciones del Quijote de Avellaneda, el libro del embaucador que quiso aprovechar la enorme popularidad de la primera parte de las aventuras de Alonso Quijano. «El de Avellaneda sólo lo he leído una vez. No me gusta tanto», admite.

Además, ha reunido muchos libros inspirados en el Quijote. Uno de los más curiosos, un ejemplar de 1915 de Don Quijote en la guerra. Fantasía que pudo ser verdad, de Elías Cerdá, que elucubra sobre las consecuencias de la participación de España en la I Guerra Mundial, que entonces se estaba librando.

La huella de Málaga. El coleccionista tiene también libros y objetos cervantinos relacionados con Málaga, como una litografía de Picasso; una charla sobre Cervantes celebrada en la Sociedad Económica en 1948; dibujos del Quijote de un artista del Torremolinos de los años 60 y 70 y, por supuesto, las láminas del ingenioso hidalgo que hace medio siglo regalaba la desaparecida librería Cervantes. Si no amplía la colección, explica, es porque ya tiene problemas de espacio. El manco de Lepanto, como el saber, siempre ocupó lugar. En este caso, un lugar privilegiado.