Luis Molledo falleció hace unos años a edad muy avanzada. Era un dibujante excepcional, un gran pintor, restaurador, creador€ No creo que exista un documento escrito y publicado dedicado a su obra€ y a su curiosa existencia, porque era un bohemio, dibujaba y pintaba cuando le acuciaba la necesidad para subsistir y vivió su libertad sin importarle el mundo que le rodeaba.

Antes de entablar cierta amistad lo conocía de vista porque tenía su rincón vital y taller en la buhardilla del número 33 de la Alameda Principal, compartiendo entrada con el número 31, que es donde yo residía con mis padres. Me cruzaba con él a la entrada del inmueble y no pasábamos del protocolario buenos días o buenas tardes.

Poco después lo conocí en la Residencia que Educación y Descanso tenía en Torremolinos, reservada para el veraneo de trabajadores, que entonces se les denominaba «productores». En una habitación compartida por cuatro personas coincidimos Luis Molledo, Rafael Lafuente (padre del colaborador La Opinión del mismo nombre), un hermano mío y quien escribe este capítulo de las Memorias de Málaga. Aunque nos separaban años (Luis y Rafael me llevaban lo menos veinte años) nos entendíamos muy bien; tuve la suerte de tener dos grandes profesores, Luis en materia de arte, y Rafael en el campo de la radio porque había trabajado varios años en Radio Nacional.

Un cartel

Si me ocupo de este artista casi olvidado es porque leí precisamente en las páginas de La Opinión el 16 de marzo de este año una información firmada por Víctor A. Gómez sobre «la clínica municipal de obras de arte que está en el Pompidou».

Daba cuenta de los trabajos de conservación y restauración de piezas que se conservan en los museos del Consistorio.

Entre las obras en fase de restauración se mencionaba y completaba con una fotografía un cartel firmado por Luis Molledo, concretamente el que anunciaba una Exposición Provincial de Arte del Productor. En aquellos años, década de los 40 o 50 del siglo pasado, se impuso el vocablo «productor» en sustitución de «trabajador». En España no había trabajadores sino productores.

¿Quién era Luis Molledo y de dónde vino? Este es el reto de este nuevo capítulo de las Memorias de Málaga.

Luis era bastante reacio a contar detalles de su existencia, pero, como apunté antes, hice amistad con él en Torremolinos y la mantuve durante muchos años aunque los encuentros cada vez se producían en periodos más dilatados.

Era natural de Asturias, y llegó a Málaga sobre los años 30 porque se negó a hacer el servicio militar, que entonces era obligatorio. Sería declarado prófugo. Pero no lo localizaron. Se instaló en Málaga y se entregó al dibujo y pintura, especialmente a la restauración de cuadros.

Amante de la cultura, se hizo socio de las bibliotecas que funcionaban en Málaga en aquella época; la Cervantes, que estaba en la Alameda Principal y la de la Sociedad Económica del País, en la plaza de la Constitución fueron sus refugios preferidos. Se pasaba horas en una y otra leyendo libros de arte, de poesía, de historia, de religiones€ Precisamente los carnés de lectores de los citados centros le sirvieron para legalizar su situación ya que al huir de Asturias para no vestir el «caqui» estaba indocumentado. Con los dos carnés obtuvo el primer DNI.

Hizo amistad con periodistas, poetas y escritores y siempre fue celoso con su propia filosofía y libertad: nunca fue subordinado de nadie.

Pocas obras firmadas

Que yo sepa, y Eugenio Chicano que fue amigo suyo me lo confirmó, hay muy pocas obras firmadas por él. Yo poseo dos, una Virgen estilo Rafael y un retrato a lápiz.

Alternó la pintura creativa -algunas familias malagueños tienen obras suyas- con la restauración de cuadros antiguos. Como todo pintor residente en Málaga hizo trabajos para cofradías de Semana Santa, como dos estandartes de la cofradía de Zamarrilla, entre otras obras.

Cuando el obispo de Málaga, cardenal Herrera Oria, autorizó que los sábados por la noche se oficiara una misa en la redacción del diario Sur para los periodistas que trabajan hasta la madrugada pudieran cumplir con el precepto de la misa dominical, Molledo se encargó de pintar un pequeño tríptico para el altar.

Serie del Greco

Sin firmar, por supuesto, realizó una serie de cuadros inspirados en la pintura de El Greco, con rostros sombríos, figuras alargadas y tristes, obras cuyo destino desconozco pero que estarán en hogares malagueños, seguro.

Hizo un colección de dibujos eróticos cuyo destino final fue la Casa Natal de Picasso. Poco antes de fallecer firmó su donación. Precisamente Eugenio Chicano fue el encargado de rescatar de sus escasas pertenencias esa colección que Molledo pensó que era su mejor destino.

San Jerónimo

De su larga historia, hay un capítulo casi ignorado y que él me contó en su día.

En un tienda de antigüedades encontró un vieja tabla con una pintura sin valor alguno. Decidió pintar sobre la misma una imagen de San Jerónimo, personaje que inspiró a Durero en un par de obras. Yo tuve la suerte de ver la fotografía del cuadro. Sin ser experto podría pasar por obra del famoso pintor y grabador de Nuremberg, representante del Renacimiento alemán. Tanto es así que un marchante, al ver el cuadro, convenció a Molledo para que lo firmara€ como Durero.

Pocos meses después se desplazaron a Málaga dos expertos del Museo de Berlín para conocer el original, el falso Durero. Se interesaron por su compra, convinieron con el marchante una nueva visita de otros técnicos del museo berlinés para ultimar la compra€ y la historia terminó ahí porque esto sucedió en 1945, cuando la Guerra Europea entró en la fase final y las tropas norteamericanas, inglesas, francesas y rusas entraron en Berlín, Hitler se suicidó y todo el imperio alemán cayó.

La historia del falso Durero tiene un epílogo€, que me reservo porque las referencias que tengo no son, digamos, contundentes.

Si algún historiador le atrae la figura de Molledo y su obra, que investigue.

Quiromántico

Entre las muchas habilidades y conocimientos de Luis Molledo estaba la quiromancia. Presumía de averiguar rasgos de la vida de las personas a través de la lectura de las rayas de la mano. Accedí a que leyera las de mi mano izquierda que, según él, era la más fiable porque la derecha, en el caso de los diestros, está sometida a más esfuerzos y por lo tanto a más desgaste. Mi dijo: «Vivirás mucho tiempo». Acertó, porque sigo vivo.

Lo más curioso que me contó en torno a la quiromancia es lo que le sucedió años antes cuando se bañaba en «las rocas», como se denominaban las inexistentes playas de la Malagueta y Caleta. Todavía no se había construido el Paseo Marítimo. Él no sabía nadar. Un día una ola lo arrastró hacia mar adentro sin tener donde asirse. ¿Tuviste miedo por el peligro que corrías de ahogarte", le pregunté. Y me contestó: "No, porque yo me había leído mis rayas de la mano y sabía que iba a vivir muchos años". Como así fue porque murió pasados los noventa.