Usted tiene cáncer. La mirada deambula intranquila por la consulta y cae a la mesa de madera. Las cortinas correderas se funden en una. La noticia acaba de impactar como un rayo. El suelo se pierde bajo los pies. Se tarda un momento en darse cuenta de lo que está pasando. Pero el cáncer ya está aquí. Las preguntas que surgen en la cabeza empiezan a colapsar el pensamiento. La pantalla se vuelve negra. ¿Por qué yo si en mi familia no hay precedentes? ¿La casualidad puede ser fatídica? ¿Ahora qué? La enfermedad de ricos y pobres sigue siendo el asesino número uno. El que agarra por el tobillo y arrastra a familiares. No se ha extinguido. En España, la mortalidad por cáncer supera por primera vez la causada por enfermedades cardiacas. Así lo marcan las cifras heladas.

Pero la enfermedad también puede convertirse en un proceso para volver con más fuerza. Las protagonistas hablan de «comerse la vida a bocados». Marian, Susana, Patricia, Carmen y Yolanda lo han demostrado. Cinco desconocidas unidas por un mismo destino. La primera mirada al espejo tras la amputación del pecho, la primera ceja que cae como hielo, la soledad de la radioterapia, las sonrisas forzosas para no asustar a los niños. Ahora, después de haberle hecho un corte de mangas a la enfermedad, han decidido acometer una nueva travesía para celebrar que no están «entre las que no lo logran». Surcarán el Atlántico hasta llegar a las cálidas aguas del Caribe con la misión de concienciar y dejar claro que hay mucha vida tras el diagnóstico.

Las cinco se han enrolado en el Cannonball. Un velero que este martes atracó en el Muelle Uno y recordó a una cáscara de nuez entre tanto megacrucero. La travesía prosigue ahora hasta llegar a Tenerife cruzando el Estrecho. El cuaderno de bitácora marca el final el 1 de diciembre en un paraíso de playas blancas. Para atracar en Martinica quedan muchas noches en alta mar. Más experiencias que sumar a las acumuladas desde que partieron la semana pasada del puerto de Valencia. «Respeto al mar todo, miedo ninguno», coincidieron ayer las cinco protagonistas durante la parada táctica en Málaga. Pocas cosas asustan después de haber mirado de tú a tú a la muerte. No son exageraciones, recuerda Patricia. «Cuando te diagnostican la enfermedad no sabes si vas a ser una de las que cae», asegura la única de las cinco con leve experiencia en el mar. A sus 38 años, siendo de Mallorca, ha tenido incursiones modestas. Aunque nunca en vela. En su caso, se notó el bulto en plena lactancia. «No le eché mucha cuenta. En este caso lo achaqué a que estaba dando el pecho». Un mes más tarde, de estar volcada con su bebé, su vida se alineó en sesiones de quimioterapia. «De golpe, todo lo que te preocupaba resulta tan insignificante», admite que ha aprendido a disfrutar de las cosas cotidianas. «Un café, un encuentro con alguien conocido. Cada día es un plan», explica que el reto que planteó Pelayo tenía su nombre escrito. Algo en lo que coinciden sus nuevas compañeras de viaje.

Una familia sobre el agua. «No nos conocíamos de nada, pero enseguida hemos establecido un lazo especial. Todas hemos pasado lo mismo», resume Yolanda al referirse al ambiente después de que la vida se haya vuelto de nuevo diáfana. «Al principio lo ves todo negro», dice y admite que se encontró herida en el momento del diagnóstico. Ahora, el Cannonball entra en mares a la espera de que el cielo se ponga Caribe. Entre el solazo de ayer a mediodía, el contraste del frío que pasó la tripulación la noche anterior. Carmen, con 57 años la mayor de todas, no se arruga en reconocer que no dudó en pasar de la recomendación estética y tiró de traje pesado Helly Hansen. La tripulación consta de 12 personas y cuenta con Alberto Francés, traumatólogo experimentado en el Hospital Infanta Elena.

Tras una breve estancia, surcaron con capa solar contra las perfidias de alta mar.