­La vibrante evolución del turismo durante los últimos años ha puesto de manifiesto varias cosas en la provincia. La primera, acaso por su importancia, es la cohesión con la que cuenta Málaga, que, lejos de desarrollar una oferta uniforme y de fuerte competencia interna, se ha visto favorecida por la consolidación de un mapa de destinos anejos diversos y, en muchos casos, complementarios. El último en incorporarse a la lista ha sido la capital, que ha entrado en el mercado ejerciendo un gran poder de atracción en un tipo de turismo que se le resistía a la Costa del Sol: el que prioriza las escapadas y las visitas a los museos.

La provincia, sin duda, ya no se limita a la costa: hay un lugar para cada tipo de clientela, desde la más atraída por el lujo, que tiene predilección por Benahavís o Marbella a territorios de playa consolidados y de gran concentración como Torremolinos o Fuengirola. Sin contar, claro está, con el interior, que incluye tanto a Ronda y Antequera como a nuevos productos vinculados con la naturaleza. Entre estos últimos, destaca por su capacidad de impacto El Caminito del Rey, con eco, incluso, entre las principales publicaciones senderistas de Norteamérica.

La diversidad geográfica coincide, además, con una apuesta decidida por un discurso turístico heterogéneo, capaz de aprovechar las bondades del clima y la suavidad del invierno para sacarle partido a subsectores como el golf o la salud. Un centro de la economía transversal, diseñado para buscar el contagio de otras actividades.