De Jacinto Esteban sorprenden su cercanía, el sentido del humor y el hecho, no tan usual en el mundillo artístico, de que no se dé demasiada importancia.

Quizás tenga que ver esa actitud vital con que, desde niño, siempre tuvo los pies en el suelo. Sus muchas tablas en el teatro, la dirección cultural, el periodismo y hasta la hostelería, con el legendario bar El Corral, de calle Ollerías, pueden ahora disfrutarse en Nombres amigos para una vida incompleta Obras/Viajes, un libro de memorias acompañado de una selección de su producción teatral, que acaba de publicarle la Diputación de Málaga.

Hijo de un alcarreño y una asturiana que tras la Guerra Civil marcharon a Madrid a ganarse la vida, él como zapatero y ella como asistenta, de su infancia en la capital recuerda «una ciudad sin gatos porque se los comía la gente y por eso había tantas ratas». Miseria absoluta y una dieta a base del llamado puré de San Antonio: «Harina negra como la vida».

Como sus padres no podían pagarle el bachillerato, pese a que en el ingreso sacó sobresaliente, dejó el colegio y se metió en la formación profesional. Iba para instalador electricista cuando, por un conocido, que trabajaba de meritorio en el Teatro de la Zarzuela, se enteró de que necesitaban un niño. No había cumplido los 14, así que su padre firmó la autorización y comenzó a trabajar como comparsa, primero en El rey que rabió y luego en Bohemios, con un tal...Alfredo Kraus.

Para este niño de familia humilde, el escenario fue como visitar otro planeta, una tierra inolvidable: «El teatro me enganchó totalmente. Me sabía las zarzuelas de memoria. Me veía todas las funciones entre bastidores y observaba a todos los actores y cantantes».

De comparsa a meritorio y por fin, actor, así que pasó de cobrar 7,50 pesetas diarias en los comienzos a 90 cuando actuaba en provincias.

Sus dos grandes maestros de dirección escénica han sido José Tamayo y Luis Escobar, cada uno con sus peculiaridades. «Pepe Tamayo colocaba las luces como nadie, era un hombre tremendamente ingenioso pero muy pesado, con ensayos generales de 4 o 5 días. Luis Escobar era todo lo contrario, medía más sus ensayos uno por uno con lo que cuando llegabas al ensayo general lo tenías todo hecho. Era una gran persona, Pepe también pero con otro aire».

Pese a las reticencias paternas, Jacinto Esteban, que lo mismo trabajaba con Miguel Ligero que con Adolfo Marsillach, comprobó que lo suyo era el teatro y con 17 años entró en el Conservatorio de Arte Dramático de Madrid.

Su carrera le llevó a salir de España por vez primera para actuar en París, al sustituir a un actor enfermo. También hizo televisión en los nacientes estudios de Miramar de Barcelona y Prado del Rey de Madrid.

Los 14 meses de mili le cortaron una progresión que le había conducido al Palau de Barcelona, con El mago de Oz, con Silvia Tortosa, dirigida por su amigo Eloy de la Iglesia. «Actuar en el Palau fue alucinante. Silvia Tortosa, que tenía 17, 18 años, hacía de Dorita y yo del hombre de paja», recuerda.

Tras la mili tuvo hasta compañía propia con la actriz Argentina Cases, luego montó un bar en Madrid con un nombre que tuvo problemas con la censura (Del coro al caño) porque «atentaba a la moralidad y a la Iglesia» y por esos azares de la vida, terminó afincándose en Málaga.

La apuesta de hace medio siglo

Porque lo cierto es que si Jacinto Esteban es malagueño de adopción se debe al azar. «Me vine una Semana Santa a Málaga con el periodista Eloy Rosillo. Fue en el 66. Tardamos dos días porque venía estrenando un coche de segunda mano que iba a 40 0 30 km/h. A la vuelta hicimos la apuesta de ver quién se venía a vivir antes a Málaga», cuenta.

Y ganó Jacinto Esteban. Empezó en una rama muy alejada del teatro, la de los famosos electrodomésticos Taisa, con técnicas de venta nunca antes vistas en Málaga: «Empezamos a hablar con los curas para que predicaran en la misa que la gente comprara electrodomésticos. Hubo un cura en El Palo que lo hizo en la misa de los domingos y entonces, todos los gitanos de las Cuevas de las Viñas empezaron a comprar electrodomésticos con nosotros».

Desde el punto de vista cultural, Jacinto Esteban llegó a una ciudad en la que sólo una elite participaba en actos culturales, que se celebraban de forma esporádica: «El Ateneo hacía una exposición cada tres meses; el Cervantes tenía revistas malas de mallas rotas; el Teatro ARA, el repertorio con el alumnado y la Económica con una exposición cada mes y medio o dos meses».

El bar que abrió en Ollerías, El Corral, se convirtió en un sitio muy especial en el que se daban cita «toda la elite de Málaga con la Cruz Verde». Allí se organizaron homenajes a figuras como Bernabé Fernández-Canivell o Pablo García Baena, así que hubo prohibiciones del Gobierno Civil, que Jacinto Esteban sorteó gracias a un acuerdo con el secretario general, Ceferino Sánchez Calvo: «Él retenía la orden y cuando la policía llegaba, el acto ya se había celebrado».

Después de El Corral montó la bodega El Chinitas, en la calle Beatas, y de la época fue su participación en la Asociación Culturas Andaluzas, «con la que hicimos conciertos, conferencias y con Pedro Aparicio las jornadas municipales de Cultura en las que montábamos a Calderón».

De su carrera profesional guarda especial recuerdo de la etapa de 11 años en Benalmádena, primero como coordinador teatral, luego como director de Cultura y, finalmente, como jefe de prensa.

«Todas mis épocas han sido muy bonitas y estoy orgullosísimo de ellas pero la de Benalmádena es especial porque saqué El Paso a relucir, que estaba olvidado. Cogí a todos los niños, que no habían hecho teatro en su vida y la verdad es que se consiguió hacer un espectáculo grandioso», confiesa.

En ese tiempo creó además dos grupos de teatro y esos niños sin experiencia se convirtieron en consumados actores y actuaron, con La zapatera prodigiosa, en Canal Sur.

Café de Chinitas y Miguel de Molina

En 1986 estrenó una de sus obras más conocidas y que el próximo 18 de abril debutará de nuevo en el Teatro Muñoz Seca de Madrid: Café de Chinitas. De esta faceta de dramaturgo con obras muy populares cuenta: «Llegó un momento en que tenía que comer del teatro y hacer un teatro popular. Me hubiera encantado escribir más poemas pero no me daba de comer».

Del estreno de Café de Chinitas en el Teatro Alameda recuerda, además de la impresionante ambientación, con la reproducción en la fachada del Cine Pascualini, las 16 funciones vendidas con el cartel de no hay localidades.

En 1991, Jacinto Esteban se hizo muy popular entre los malagueños de la capital por su participación más que activa en Canal Málaga. «Hacía entrevistas, teatro, guiones... en esa época teníamos una audiencia impresionante».

A mediados de los 90 se produjo su otro gran éxito, Miguel de Molina. «A partir de entonces hice varias versiones, en Madrid, la que estuvo en el Arenal y el Muñoz Seca contaba con Charo Reina y Máximo Valverde». Jacinto pudo hablar incluso con el propio Miguel de Molina para que acudiera a Benalmádena. «Pero me dijo que ya era tarde», lamenta.

Estas y muchas otras historias están recogidas en estas espléndidas memorias de Jacinto Esteban «con todos los nombres que ha cobijado mi vida».

Una vida que cuando ese niño de la posguerra pisó un escenario por vez primera cambiaría para siempre. Había encontrado su razón de ser.