­Málaga se rearma. Con más atributos que los que impulsaron a la Costa del Sol, con una velocidad económica que, si bien todavía tiene mucho margen de crecimiento, muestra ya cimientos firmes para afrontar el futuro con garantías de éxito. La transformación experimentada en los últimos quince años, y pese a la conmoción de la crisis, ha dejado a la provincia en un lugar privilegiado para asomarse al nuevo horizonte en el que se mueven los negocios y las inversiones. El turismo, sin duda, es el gran motor y el bastión; pero también se han dado pasos en el desarrollo de un semillero que, en conexión o no con la industria de los viajes, puede dejar al conjunto de la Costa del Sol muy cerca del milagro de la diversificación, con mucho que decir en muy distintas fortalezas.

Por lo pronto, y en espera de cerrar las cuentas del ejercicio, Málaga puede presumir de haber dado una marcha más durante este año a sus principales avales. En la industria turística no sólo se ha cumplido el pronóstico, sino que se ha puesto una pica más por encima del umbral histórico de 2015. De acuerdo con los datos que maneja Turismo Costa del Sol, serán en torno a 12 millones los turistas que se alojen en la provincia. Una cifra sin paralelo, que ha servido, además, para aminorar la llamada estacionalidad -la diferencia de demanda entre los meses más cálidos y los más templados-y empezar a ganar peso entre mercados de futuro como el ruso y el asiático, que ya cuenta con el destino como una opción más que revelante para sus desplazamientos y acuerdos comerciales.

Buena prueba de la salud del turismo está en la sólida relación con viajeros como los británicos, que siguen aumentando el flujo comunicativo con la Costa del Sol, a pesar del desplome de la libra y la incertidumbre sobrevenida por el Brexit. Málaga tenía una oportunidad histórica para ganar nuevos clientes después de la caída en desgracia de la competencia; la trágica situación que viven países como Turquía, Egipto o Túnez ha convertido a España en una alternativa. Y la provincia, en este sentido, ha hecho los deberes, tratando de fidelizar a los llamados clientes prestados y buscando nuevos elementos de atracción. En muchos casos, de manera combinada.

Poco a poco, y esa es una ventaja, la Costa del Sol va extendiéndose en sus posibilidades turísticas, dejando de lado la monomanía del sol y playa. E, incluso, haciendo que la cultura del veraneo cuente con virtudes adicionales como la posibilidad de simultanear el descanso con expediciones culturales. En un plazo de tiempo relativamente corto, han despertado vías de negocio como los congresos, el lujo, el golf; también destinos completos como la ciudad de Málaga, en plena propulsión, y con una oferta de museos de flamante ampliación y al alza.

El despliegue y la profesionalización del sector ha permitido ejercer una presión lo suficientemente persuasiva como para reclutar la inversión de las administraciones públicas. Especialmente, en la época anterior del estallido de la burbuja, que sirvió para poner a punto algunas de las infraestructuras que más empuje han dado en los últimos años a la economía malagueña. La llegada del AVE, el metro de la capital y, sobre todo, la ampliación del aeropuerto, finalizada antes del bocinazo que significó la crisis para la financiación, han permitido ensanchar el espectro de posibilidades, con nuevos enlaces y mercados que han pasado a estar más cerca.

Al hablar de crecimiento de la industria turística no se puede olvidar que el concepto engloba también a la hostelería, que está viviendo un buen curso, con recuperación de la rentabilidad y una subida de la facturación vinculada principalmente a la llegada incesante de viajeros. Los números del turismo no son los únicos, pero sí han sabido progresar con una solidez que no se olvida de ninguna de sus vertientes. Incluido el volumen de cruceros y de cruceristas, que retorna también a la senda positiva.

El buen momento que atraviesa la provincia se nota asimismo en el repunte experimentado en sus sectores más deprimidos; la construcción, aun lejos de exhibir su antiguo potencial, empieza a recuperarse. Y surgen vías de desarrollo esperanzadoras para actividades con gran tirón en el extranjero como la llamada industria agroalimentaria, que apunta a convertirse en un complemento estratégico y sostenible para acompañar en el futuro al turismo.

Otra alternativa productiva de lujo es la tecnología, que continúa dando frutos a través de las firmas instaladas en el PTA y otras alianzas suscritas recientemente con multinacionales con el objetivo de atraer talento. Al trabajo productivo le corresponde también un aumento de la popularidad: la Costa del Sol, alicaída por los escándalos urbanísticos de hace diez años, vuelve a estar de moda. Y, además, con una imagen más dinámica y un concepto de sí misma que va mucho más allá de los aires pintorescos de los sesenta; Málaga, con razón, empieza a creer. Sin renunciar a nada. Con planificación. Buscando adelantarse a la próxima revolución económica.