Hace poco más de un siglo, el patrimonio romano de Marbella era poco más que una insinuación atiborrada de retazos bibliográficos, un conjunto más o menos amorfo de indicaciones y citas flotando alrededor de un promontorio de piedras campestres, las de las termas de Las Bóvedas, que casi nadie sabía lo que significaban. No fue hasta 1911, con el descubrimiento de la basílica de Vega del Mar cuando los historiadores empezaron a especular con la posibilidad de encontrar un material mucho más rico de lo esperado. Una posibilidad que llegaría a su punto culminante en 1960, con las catas arqueológicas de Carlos Posac Mon y Fernando Alcalá, que acabaron por arrojar a la superficie la espectacular villa de Río Verde. Fue durante el último día de campaña, y con una puesta en escena casi cinematográfica: la expedición, a punto de abandonar, recibió la alerta de un campesino, Manuel Sedeño, que aseguraba haber hallado piezas de cerámica en un terreno cercano.

Desde entonces, y pese a los expolios, relucen los tres enclaves. Y, en la práctica, dice Juan Carlos García, resta menos por excavar que por otro tipo de trabajo no menos importante: el de seguir avanzando con las hipótesis y la investigación y difundir su excepcionalidad. Conocer es conservar, dice el apotegma del gremio. Quién sabe si Roma en Marbella será en el futuro tan famosa como sus playas.