­El 12 de diciembre de 2016 será una fecha que muchos malagueños no olvidarán. Entonces, la ciudad hizo realidad una de sus grandes aspiraciones, llegó al final de un trayecto comenzado veinte años antes: entonces, el Palacio de la Aduana, uno de los grandes edificios civiles de la capital, se puso de largo para albergar uno de los más importantes acervos artísticos y patrimoniales del que disponemos, las colecciones de Bellas Artes y Arqueológico que componen el Museo de Málaga.

La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, y el ministro de Cultura, Educación y Deportes, Íñigo Méndez de Vigo, presidieron la inauguración del centro expositivo que ha puesto la guinda al parque museístico de nuestra ciudad. Pero no es un museo más; es el nuestro: faltaba en este reciente desembarco de pinacotecas más o menos extranjeras un centro con nuestros fondos, con nuestro acervo, con nuestro propio stock. De ahí que, astutamente, la Junta, ya en el lejano mandato cultural de Carmen Calvo, se decidiera por bautizar la ambiciosa empresa cultural de La Aduana como Museo de Málaga, no Bellas Artes y Arqueológico. De Málaga. O sea, de la ciudad. Es un museo en que la ciudad se enseña a sí misma a los demás y, muy especialmente, a los suyos, a sus propios habitantes. Porque esperemos que éstos conviertan este espacio en el Museo de los Malagueños. Por lo pronto, en una semana de apertura más de 12.000 personas pasearon por sus salas. Como aseguró Díaz en su discurso inaugural, «éste es un museo que va en el ADN de los malagueños».

Al estreno oficial, protocolario no quiso faltar nadie. Especialmente emotiva fue la presencia de los miembros de la Real Academia de San Telmo y los componentes de la plataforma que reivindicó La Aduana para Málaga a finales de los años 90. Quién iba a imaginarse entonces que en aquella ciudad, en aquel momento, miles y miles de personas iban a tomar las calles para reivindicar un edificio y un museo.

En el recuerdo de todos ellos, tantos y tantos hombres y mujeres de la cultura que habían luchado muchos años por la liberación de los fondos del Museo de Málaga y la recuperación de la Aduana. Autores recientemente desaparecidos como Dámaso Ruano, Jorge Lindell, Francisco Hernández, José Díaz Oliva y Pepa Caballero, los nombres de la Generación de los 50 y Rafael Puertas Tricas, director del entonces Museo Arqueológico y de Bellas Artes de Málaga durante dos décadas, responsable de que la efervescencia de las primeras manifestaciones no languideciera en medio de la desidia y el erudito que logró convencer a muchos de la idoneidad de unir las dos secciones del museo en un edificio.

Realidad

Hoy, la Aduana y el Museo de Málaga son una realidad para los malagueños orgullosos de su patrimonio y los visitantes que quieran conocernos mejor. Más de 15.000 metros cuadrados útiles que atesoran algunas de nuestras joyas artísticas y arqueológicas, desde obras de Muñoz Degrain hasta un imprescindible stock de piezas de nuestro pasado fenicio. Dice la directora del flamante museo, María Morente, que el centro puede recorrerse razonablemente en dos horas y media. Pero lo cierto es que conviene ir y repetir innumerables veces, habida cuenta de la cantidad y calidad de lo que se puede contemplar en el edificio. Por no hablar, por supuesto, de la imponente presencia de la propia Aduana, un verdadero edificio emblemático, con su propia esencia, identidad e historia y cuya recuperación casi constituye el 50% de esta compleja y ambiciosa empresa cultural.