La muerte de la princesa Leia, Carrie Fisher, ha devuelto estos días a escena a los locos de la saga de la Guerra de las Galaxias. Las redes sociales de muchos malagueños se han llenado de fotos de la actriz dándole las gracias por un buen rato de cine o porque, de una forma u otra, marcó a muchos de nuestros conciudadanos en diferentes sentidos. Pero me ha llamado la atención especialmente una nota biográfica sobre la intérprete norteamericana que yo, la verdad, no conocía: algunos medios han explicado que Fisher sufría de trastorno bipolar y, con eso, trataban de interpretar los vaivenes de una vida convulsa, no más que las de otras personalidades de Hollywood, pero lo cierto es que nos gusta demasiado un estigma para definir a quien ya se ha ido.

Digo esto porque hace unos días, charlando con unos amigos, estos me comentaban la facilidad que tenemos muchos para hablar de enfermedades mentales y la ligereza con la que se trata en los medios, como si los que sufren este trastorno u otros fueran casi responsables de su dolencia, una satanización que no ocurre, por ejemplo, cuando alguien dice que sufre de cáncer o de otro tipo de mal.

Hay muchos que sufren una auténtica muerte en vida por depresiones o desórdenes de ansiedad, dentro del espectro de los cuadros neuróticos; y, más graves aún, son los desórdenes psicóticos. También existe una importante red asistencial de carácter solidario que trabaja con estas personas para tratar de normalizar sus vidas, huyendo de los estigmas que el propio lenguaje impone, lo que no es más que un reflejo de la sociedad en la que vivimos.

Hace poco leía una información en un diario de tirada nacional sobre cómo ha crecido el consumo de ansiolíticos y las consultas de psiquiatras y psicólogos se llenan a pasos agigantados, también por los efectos devastadores que ha tenido la crisis para muchos. Algo estamos haciendo mal: primero, no hablar de esta realidad, escondiéndola, como si el que sufre una depresión o quien tiene esquizofrenia fuesen personas débiles e incapaces de tener una relación fluida y feliz con el mundo, con su entorno familiar o de amistades, cuando ya se ha demostrado que, con el tratamiento adecuado, todo es controlable; y, segundo, cuando se habla de ello, haciéndolo desde una superioridad moral, como si la gran masa fuese ajena a esta realidad callada que muchos arrastran sin que los de alrededor se den cuenta de la verdadera profundidad de los males del individuo. Cuando veo caminando a alguien solo por el parque, con la mirada baja, siempre pienso en esa frase que se ha popularizado en las redes sociales sobre las batallas que cada individuo libra sin que el resto atisbemos siquiera ese abismo interior. Todo eso me ha traído el hecho de saber que la princesa Leia sufría de trastorno bipolar y los estúpidos intentos de definirla por lo que, al final, no es más que una enfermedad que, bien tratada, permite al que la sufre tener una vida normal y productiva.