Han pasado apenas cinco días de la inauguración a puerta cerrada. Sin embargo, la apariencia es otra, muy distinta a su vez a la quincallería omnipresente y la agitación de las primeras visitas de prensa. El Miramar, ahora, se empieza a adecuar a sus verdaderas proporciones, con esa sucesión de espacios luminosos y molduras de película de época -Karlovy Vary es una bella tarta imperial, diría Le Corbusier- que tanto les ha costado remedar a los autores del proyecto.

Poco queda ya de la claudicación estética que significó para el edificio -diseñado por Guerrero Strachan- su periodo de palacio judicial, cuando se levantaron tabiques, salas que sajaban sin sentimentalismo alguno bóvedas lujosas y antiguos dormitorios. Por no hablar del personal, con aquella foto de Gil, la del abanico y el pechazo al viento. Lo comentaban ayer dos señoras: «Todo se parece. Aquí veníamos a bailar y a las presentaciones de sociedad. Han pasado muchas décadas».

Después de una inversión de 65 millones y de un reinicio lleno de incertidumbre, el hotel está de vuelta. Adaptado a un mundo menos enguantado y con internet. Con una apariencia líricamente especulativa, que le otorga al mismo tiempo presente y decorado de los tiempos de los mozos con librea. De momento el hotel, revitalizado por el arquitecto José Seguí y el grupo Santos, ha optado por una apertura de rodaje. De sus doscientas habitaciones, solamente cuarenta están disponibles para el público. Un funcionamiento engañosamente de mínimos, por lo que supone sostener la actividad, pero que confiere al edificio el mismo aire de extraordinario lujo y soledad relativa de los escenarios de Sorrentino y de Sofia Coppola.

«Viene mucha gente a preguntar si esto es un museo. Los propios clientes quieren que se incluya en los circuitos turísticos», comenta el director, Israel Martínez. La curiosidad, por ahora, es grande. En plena ociosidad navideña, el Gran Miramar, primer cinco estrellas gran lujo de Málaga, se ha convertido en una atracción. A todas horas se percibe un hormigueo de personas. Algunos que se acercan sigilosamente a mirar la entrada, gente que va a comer, a tomarse un café. Incluso los que no dejan para más tarde el acto supremo de la vida social de provincias: gastarse el dinero para poder contarlo. «Ha sido una sorpresa grata descubrir entre los clientes a gente del entorno que se ha quedado una noche para descubrir la obra», comenta.

Israel Martínez confiesa que el hotel, aún sin demasiada publicidad, no ha tenido ningún problema en llenar sus primeras camas. La exclusiva es de una familia árabe, a la que se ha unido un mosaico de nacionalidades que sirve para anticipar el que será presumiblemente en el futuro el tronco de la clientela: británicos, españoles, alemanes, franceses. Cada uno en su escala dineraria, que en estas primeras semanas viene acompañada de ofertas. Dormir en el Gran Miramar cuesta ahora entre 193 y 400 euros, en función de si se busca una habitación interior o con vistas a la playa.

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Así quedará el Hotel Miramar

A pesar de concentrar temporalmente todos los focos, la dirección sabe que no será hasta dentro de varias semanas cuando el hotel empiece realmente a comprobar su capacidad de seducción. A mediados de febrero está previsto que se abran al público las zonas todavía opacadas: la fachada sur, con la piscina, el spa, las suites. En estos días de transición, lejos aún del potencial y del funcionamiento a pleno rendimiento de los 200 dormitorios, Israel Martínez hace cálculos con la vista echada hacia la temporada alta: en su primer año el Miramar calcula una ocupación media del 60 por ciento. Queda un largo camino hacia la rentabilidad.

Aunque en el edificio reina el optimismo. Israel Martínez confía apasionadamente en las virtudes del complejo. Las reservas están funcionado a buen ritmo. Incluido en servicios complementarios como las salas de reuniones y del espectacular salón para eventos, que, de acuerdo con los cálculos iniciales, podrían aportar más de un tercio de la caja anual. Una oportunidad, sin duda, para Málaga, que ingresa con el Miramar en otra competición, la del turismo de élite. «Lo que es bueno para el hotel es bueno para Málaga y viceversa», dice. ¿La gran inauguración? Habrá que esperar. Presumiblemente hasta el otoño, con el regreso de la melancolía y de lo de la Coppola.