A pocos días del cierre de la joyería en la que ha pasado la mayor parte de sus días, Pepe París se sienta en una de las sillas del local y lee el periódico. Saluda a los que pasan rezagadosa recoger sus regalos horas antes de la llegada de los Reyes Magos y centra su vista de nuevo en el papel. Lleva desde los 14 años siendo parte de uno de los locales más emblemáticos de la ciudad y el próximo día 30 de enero le toca despedirse.

La Virgen de la Victoria preside la escena. «La imagen la puso mi abuelo en el año 1946 cuando abrió el establecimiento en la calle Santa María. Cuando nos tuvimos que mudar, antes que los muebles, fue la Virgen de la Victoria la primera en entrar por la puerta», recuerda Pepe París que durante el mes de octubre del 2015 se vio afectado por la subida del alquiler de los edificios de renta antigua. «Lo pasamos muy mal, nos multiplicaron el alquiler por cuatro y tuvimos que mudarnos a la calle Sánchez Pastor», dice París que confiesa que lo que más le duele es seguir viendo el cartel en el letrero bajo el que se encontraba su negocio hace poco más de un año.

Pepe París fija su vista, entonces, a menos de 20 metros de la puerta de su actual tienda y señala a la antigua La Suiza. «Allí están todos mis recuerdos, mi historia», asegura emocionado.

Su mujer, que es la actual titular del establecimiento se jubila y, de momento, ninguno de sus hijos quiere continuar con el local por lo que, inevitablemente, París dejará de estar cada día en la joyería.

«Toda mi familia ha sido joyera siempre y yo soy una tercera generación», asevera y confiesa que los días que restan hasta el cierre del local el próximo 30 de enero están siendo difíciles. «Hay que mentalizarse para ello y después de tantísimos años no es tan fácil», dice.

La Suiza es la segunda joyería más antigua de Málaga tras Joyería Marcos. «Mi trayectoria ha sido muy buena», asegura Pepe París que recuerda miles de anécdotas «porque 50 años de trabajo no se pueden borrar». El joyero rememora algunos casos como aquella vez en la que un cliente le pidió una caja para guardar el vello de sus familiares como recuerdo o aquella otra en la que otro de los asiduos visitantes del local llevó la dentadura de oro de su padre fallecido para que con ella, el veterano joyero hiciera un anillo y varios pendientes. «Le metí un trozo de la dentadura en la sortija», recuerda París y sonríe. «Esto es como un confesionario», asevera. «Muchos maridos han venido a mí para regalar algo a sus mujeres y debo decir que en el 95% de los casos no me he equivocado». Para él, sus clientes «son amigos» y amenaza con no dejar de lado sus relaciones sociales cuando se marche del histórico negocio. «Siempre estaré a disposición de mis clientes, esté en la tienda o no, Pepe París seguirá existiendo», confiesa.

Ahora, a más de 20 días del cierre del local, París disfruta de cada conversación. «Todo el mundo cuando se jubila quiere disfrutar pero yo quiero vivir y hacerlo sin problemas», dice el que creciera en la joyería de su abuelo y de sus padre. «El local se llama así porque mi abuelo y la sociedad Gran París, en la que se enmarca la tienda, fue una de las primeras marcas españolas en patentar un reloj en Suiza», dice y tras ello vuelve al local para seguir luchando contra el tiempo.