Se hablaba del espeto. Acaso de un lugar de transición, de frontera inevitable, sin más paisaje familiar que el aeropuerto. Una ciudad al estilo de las capitales anodinas de provincias,de esas que se agotaban, y por obligación, en las gestiones con la administración o en la visita desganada a los centros comerciales. Nada, ni por asomo, relacionado con el turismo. Y mucho menos con su declinación más aplaudida, la que es capaz de tomar el relevo en la economía y alborotar en poco tiempo al resto de actividades.

Casi treinta años después de su traumática separación de Torremolinos, Málaga puede presumir de haberse subido y con autoridad al carro de la industria. La transformación ha sido vertiginosa. Tan acelerada que casi cuesta imaginar aquel pasado en el que los viajeros se separaban invariablemente de la ciudad al paso de la autovía. Una época, que, pese al contraste, ni siquiera es asistida por el prestigio melancólico del blanco y negro.Entre otras cosas, porque la distancia, por más que cueste creerlo, es de poco más de una década. Lo cuenta siempre Francisco Moro, vicepresidente de la patronal hotelera, que recuerda que en 2000 el 90 por ciento de los que se alojaban en la capital eran viajantes de comercio.

Las cifras del INE le dan la razón. Más que un crecimiento realista, parece un tratado de hipérboles. En sólo quince años se ha pasado de computar 378.000 viajeros por temporada a 1,1 millones, con una subida cercana al 200 por cien que es, incluso, superior en el capítulo de las pernoctaciones. El turismo ha cambiado la fisonomía de la ciudad. Hasta el punto de que muchos analistas no tienen claro qué precedió a qué, si la infraestructura y sus múltiples mejoras a la entrada de los turistas o la llegada de éstos al cambio general de estética y de paradigma.

El avance es notorio en la planta hotelera. Málaga cuenta hoy con un 204 por ciento más de hoteles que en 2000. Y con una imagen de destino dinámico y moderno que contrasta salvajemente con la proyección insustancial de hace apenas dos décadas. Las asociaciones que despierta hoy el destino son otras. Más que una operación de enjuague, se trata de una metamorfosis íntegra y exitosa. Con eco, incluso, en medios aparentemente impenetrables como el New York Times, que no tiene ningún reparo en saludar al fenómeno y situar al que fue el patito feo de la Costa del Sol entre los lugares internacionalmente de moda.

Ignacio del Valle, director de Bypass Comunicación, no quiere ni oír hablar de milagros. Tampoco de una siempre cuestión de suerte o de habilidad retórica. Insiste en que la situación actual es fruto de muchos años de trabajo. Especialmente, en lo que respecta a la coordinación de voluntades. En eso coincide con muchos otros analistas, que fijan el origen en el momento en el que la ciudad, acostumbrada a manejarse a tientas y con golpes alocados de timón, decidió pararse brevemente a pensar y echar el ancla. El propio Del Valle formó parte del embrión de la estrategia del Patronato de la Costa del Sol, uno de los proyectos que junto al reñido y cien mil veces demorado Plan Málaga, contribuyó a diseñar los cimientos de la actual aventura turística y económica. «Teníamos claro que, además del golf, había que buscar una alternativa al sol y playa. Y, en ese sentido, Málaga reunía todas las posibilidades», comenta.

El crecimiento turístico de la ciudad no debe llevar, sin embargo, a imprecisiones. Aunque su consideración como destino es reciente, no surge directamente del laboratorio. Y, mucho menos, de la nada. A los atributos naturales del entorno, el clima, la situación geográfica, se suma una larga vocación exportadora, con productos muy presentes en el espacio internacional como el vino o las pasas. Da la sensación de que la ciudad, pese a sus aires destartalados, reunía todos los requisitos que predisponen previamente a dar el salto. Lo corrobora Gonzalo Fuentes, responsable de Turismo en CCOO, que con apenas 14 años se plantó en la ciudad para trabajar de botones. «Los que hemos estado toda la vida aquí siempre lo hemos dicho: no entendíamos cómo Málaga no aprovechaba sus virtudes», resalta.

El camino, en cualquier caso, no ha sido fácil. De la peatonalización de la calle Larios a los reportajes del New York Times hay una secuencia enorme, repleta de discusiones políticas y de hitos felices como la reconfiguración del puerto y del aeropuerto, la ligazón con la tecnología o la llegada del AVE. El punto de inflexión, la apertura del Museo Picasso, que alineó definitivamente a Málaga junto a una de las referencias más reconocibles y admiradas del planeta, la del propio pintor malagueño. La ciudad, sin duda, en su aceleración turística, ha sabido aprovechar la modernización del sector. Y, muy enfáticamente, el uso de las nuevas tecnologías, que ha convertido la comunicación directa que brindan las redes sociales en un pilar incuestionable de la promoción. La fama, dice Ricardo Bocanegra, presidente de la Federación de Asociaciones de Extranjeros de la Costa del Sol, alcanza hasta Marbella, donde Málaga ya ha dejado de ser simplemente el vestíbulo a franquear de camino a las vacaciones : «El interés es claro. Estamos hablando de un destino muy presente en los medios. Eso ha hecho que ejerza un magnetismo de capital, con visitas constantes y excursiones para disfrutar de la cultura», dice.

Morir de éxito

La solvencia turística de Málaga, que figura anualmente entre las ciudades que más crecen, invita a afrontar el futuro con optimismo. Pero, eso sí, a condición de detener a la euforia a tiempo y no dejarse llevar por tentaciones excesivamente triunfales. Del Valle pone el acento negativo en la falta de saneamiento de las aguas. Y advierte de un riesgo cada vez más comentado por urbanistas, el de la masificación y el colapso. Es lo que describe, por razones de peso y de actualidad, como «barcelonanización», un problema, con todos sus elementos añadidos, incluido el de la burbuja hostelera, que también preocupa a Fuentes. «No podemos morir de éxito. El desarrollo tiene que ir siempre acompañado de calidad. Y eso significa una oferta propia, no igual a las otras, y que el trabajo sea bien remunerado», indica.