Con experiencia directa en las principales iniciativas puestas en marcha en Málaga para medir la huella del cambio climático, en aquellos años en los que estos asuntos sonaban a Europa e importaban, Marcos Castro es de los pocos economistas, y más en estos tiempos tan erráticos para su profesión, que ha sabido construir un discurso por encima de la inmediatez de la crisis y de los accidentes bursátiles. Sus opiniones ventilan, pero en ningún caso son dulces. Y más si se tiene en cuenta la deriva de la que, según él, forman parte sociedades como la malagueña, tan llena de tentaciones como de amenazas. Algunas de un potencial destructivo ensordecedor, casi irrevocable.

La crisis y sus urgencias parecen haber rebajado el interés, prioritario a principios de siglo, hacia el cambio climático. ¿Nos pasará factura esa relajación?

Realmente la cuestión del calentamiento ha estado presente en el ámbito científico desde el siglo XIX, sin embargo la sociedad no ha empezado a abrir los ojos hasta los informes de los setenta y los ochenta que desembocaron en compromisos como el de Kioto. En cualquier caso, nunca ha sido una preocupación prioritaria. Ni siquiera ahora cuando se ha constatado su magnitud y su incidencia directa en el bolsillo. Se ha impuesto el «sálvese quien pueda», un tipo de miopía que lleva a combatir sus síntomas pero no la raíz de la enfermedad. Seguimos prefiriendo creer en el engaño, en el crecimiento ilimitado.

¿La amenaza ha aumentado?

El problema no es el cambio climático, sino la falta de reflejos ante una realidad incuestionable. Se sigue pensando que el Titanic es insumergible y actuamos como si nada pasara. Sin embargo, la economía mundial está haciendo aguas y no es un mero problema de desajuste entre producción y demanda. La solución es una verdad incómoda que diría Al Gore, porque pasa por frenar el crecimiento del consumo, explotar las burbujas financieras que todavía sostienen las economías de manera ficticia y redimensionar la economía, acercándonos a la verdadera economía real, aquella que contabiliza los flujos materiales y energéticos y sus efectos en el ecosistema.

¿Cuál es la situación en la provincia? ¿Se ha conjurado el riesgo o todo lo contrario?

La situación en Málaga es muy peligrosa porque se está tardando en pasar a la acción y se necesitan medidas paliativas urgentes. La transformación del territorio motivada por el crecimiento urbanístico y turístico ha sido explosiva, muy alejada de cualquier criterio de sostenibilidad. Los ciclos naturales (del agua, de los materiales o de la energía) se han modificado drásticamente, provocando complejos e irreversibles problemas como la erosión o la pérdida de masa forestal. A eso se suma la concentración en las ciudades, que ha multiplicado el gasto energético y las emisiones.

¿Acabará Málaga adoptando políticas de choque como las del Ayuntamiento de Madrid? Lo pregunto, sobre todo, por las polémicas restricciones al tráfico.

Sin duda. Y, además, en un plazo de no más de cinco o diez años. Málaga cuenta con el mar, que, en términos de polución, funciona como una gran esponja. Sin embargo, eso no quita que los niveles de contaminación obliguen, como en tantas otras ciudades, a limitar la velocidad y el número de vehículos. Por muy impopular que sea.

¿Ha salido el calentamiento global de la agenda política de las instituciones?

Las administraciones están jugando a evitar su parte de responsabilidad. Están echando balones fuera, culpando a otras administraciones, a los ciudadanos o las empresas. Tendrá que ser finalmente la sociedad civil la que inicie una reacción en cadena. Hay que tener en cuenta que para un economista, el clima es un recurso de libre acceso, sin permisos ni derechos de propiedad ni nadie que vele por la calidad del bien público. Ahí radica el verdadero problema, la falta de un valor real que refleje su calidad o escasez. Se necesita una fiscalía climática que aplique políticas regulatorias y fiscales dirigidas no a fines recaudatorios sino a la reducción efectiva de las emisiones.

En la Costa del Sol cada vez que se produce un fenómeno meteorológico no demasiado habitual se apunta al cambio climático.¿Son variaciones más o menos normales o se puede hablar ya de un nuevo escenario?

Hay mucho eco propagandístico en esos comentarios. Muchas veces el verdadero interés de estas noticias no es cambiar las dinámicas urbanísticas para corregir el problema, sino asegurar la declaración de zona catastrófica de esos lugares para conseguir una financiación dirigida a volver a reconstruir todo tal y como estaba. El clima está en constante evolución, y en Málaga, donde ya de por sí es irregular, es evidente que, con el calentamiento, está cambiando a peor. Los expertos vaticinan un aumento muy importante en la temperatura media y en el número de anomalías como la sequía y los temporales.

Muchos especialistas sostienen que el sur de España acabará por asumir un clima parecido al del norte de África.

El norte de África realmente no tiene un clima muy distinto al nuestro. Ambas zonas están sufriendo un proceso de erosión y estrés hídrico que conduce a la desertificación. Y eso no sólo se debe al cambio climático, sino también a la acción directa del hombre. a la deforestación y el agotamiento de los recursos. La tendencia apunta hacia un clima más extremo en sus períodos de sequía y con lluvias más escasas y torrenciales. Hace diez años se hablaba de un horizonte de cien años. Los informes más recientes avisan de que los efectos serán muy graves ya en cincuenta años. Málaga tendrá que mejorar su respuesta. Sobre todo, frente a problemas como el urbanismo difuso, las aguas residuales o la dependencia hacia los combustibles fósiles.

En los últimos años la presión inmobiliaria se ha mitigado. ¿La Costa del Sol ha aprendido la lección o es simplemente consecuencia de la caída de la demanda?

Algo se ha aprendido. Especialmente, después de comprobar el efecto en la imagen turística. A pesar de todo, el problema sigue siendo el mismo: la escasa cultura ecológica de las empresas del turismo, muchas de ellas compañías foráneas sin raíces en el territorio, que importan modelos y actividades ajenas a la cultura de la zona y que consideran el medio ambiente como un mero recurso productivo o paisajístico y no como soporte de la diversidad biológica, clave para la sostenibilidad del sistema global.

¿El turismo ha conseguido librarse de la cultura el pelotazo?

Las decisiones de inversión en cualquier sector productivo se guían por buscar a corto plazo el máximo beneficio económico. El sector turístico no es, en este caso, una excepción. De hecho, con la excusa de la generación de empleo se han justificado proyectos y promociones turísticas que han llegado a crear barrios enteros en la Costa del Sol. Esta forma de hacer ciudad, alejada de lo que sería un crecimiento natural de la población, es perversa en la medida que se asienta en una fuerte presión sobre los servicios y en la necesidad de seguir creciendo. En un endeudamiento, en definitiva, sin fin.

¿Y en el caso de Málaga capital? Muchos agitan ya el fantasma del colapso que están empezando a padecer destinos como Barcelona.

Málaga capital está enredada en una carrera por ganar visitantes. Y para eso está importando modelos internacionales de turismo urbano que están funcionando muy bien, como el crucerístico, el de museos o el Soho. Algunos de los efectos no son siquiera a medio plazo; la gentrificación es una realidad palpable ya en determinados barrios del centro, donde los precios de la vivienda han crecido espectacularmente, incluso a pesar de la crisis. La inversión extranjera está comprando muchos inmuebles, con un efecto de desplazamiento de la población local hacia barrios periféricos más baratos.

¿Existe redención para la costa? ¿Sería posible con toda esa infraestructura y lista de pecados articular un modelo de futuro con garantías y sostenible?

En la contabilidad ambiental no hay cajas B ni contabilidades fuera de contabilidad. No es posible luchar frente a la irreversibilidad derivada de agotar la biodiversidad o destruir un ecosistema. La burbuja del turismo inmobiliario se estudia en nuestras facultades como ejemplo de lo que no ha de hacerse. Resulta vergonzoso mirar atrás y ver la impunidad con la que han actuado este tipo de empresas, financiadas por cajas de ahorro y bancos y actuando a sus anchas con el beneplácito de la administración pública a pesar de los numerosos incumplimientos legales, sobre todo en materias ambientales.

¿Alguna solución al margen de la traumática, del derribo?

La solución ha de ser no volver a repetir este tipo de situaciones que hipotecan a las generaciones futuras. Nosotros estamos sufriendo los desastres urbanísticos de los años 60. Nuestros hijos sufrirán lo que nosotros estamos haciendo ahora agotando el poco suelo libre que queda. Las soluciones a estos casos llegan tarde y de nuevo asumiendo un elevado coste la administración, o sea, todos nosotros. No hay más que recordar el caso del Algarrobico en Almería. La justicia en España debe modernizarse en materia de delito ambiental y ponerse al día siguiendo el ejemplo de países como Islandia o Suecia donde existen procesos de actuación inmediata para fiscalizar a las empresas que contaminan. Por otra parte, en muchos foros se habla de la necesidad de «deconstruir» la ciudad y el paisaje litoral.

Imagino que todo eso no se logra con un rato de iluminación en los despachos.

No, hace falta volver a implicar a instituciones como la Diputación y poner en marcha un plan estratégico para la provincia. Y cuando me refiero a un plan me refiero, sobre todo, a que no se limite a un conjunto de acciones aisladas, sino a un programa de trabajo participativo, con concienciación e impulso de administraciones, empresas y ciudadanos. Con la Junta desarrollamos un proyecto para trabajar en los barrios y nos dimos cuenta de que el cambio climático se percibía como algo remoto. Hay que lograr que todo el mundo se de cuenta del impacto directo de su consumo, de los problemas que genera en su zona inmediata.

Uno de los problemas crónicos a atajar es el de la falta de contención frente a las inundaciones. ¿Cuál sería la solución?

Sin duda, la reforestación y la recuperación de los cauces fluviales, auténticas autovías de los ecosistemas, claves para recuperar el ciclo del agua y regenerar también el litoral. Málaga ha de mirar al interior no sólo buscando un activo turístico que regenere el crecimiento económico basado en el turismo. Málaga ha de mirar también al interior para luchar frente al cambio climático, ha de mirar a sus ríos. La lucha frente al cambio climático en la provincia pasa por recuperar nuestros ríos y sistemas fluviales, sobre todo el Guadalhorce que atraviesa toda la provincia y vertebra los ecosistemas del interior.

La Costa del Sol está inmersa en una nueva etapa de esplendor turístico. Sobre todo, por la situación que atraviesa la competencia.¿Se están haciendo los deberes para fidelizar a la nueva clientela?

No creo que dependa tanto de los destinos. Los mercados turísticos son tremendamente oligopolísticos, alejados del ideal de competencia perfecta o transparencia. Los lobbies o grupos de presión empresarial, sobre todo a nivel macroeconómico, son los que finalmente mueven esa demanda de un destino a otro movidos por las repercusiones del coste laborales, la crisis económica o el terrorismo. Independientemente de si se han hecho los deberes, nuestro examen los corrigen los touroperadores.