Si a partir de la Catedral se pusieran en fila todas las cajas de documentos o legajos que conserva el Archivo Histórico Provincial de Málaga, la hilera llegaría hasta Benalmádena. Desde 2002, la malagueña Esther Cruces dirige este reino de la clasificación, el orden y la investigación.

Miembro de número de la Academia de Nobles Artes de Antequera y la Andaluza de la Historia, el jueves de la semana pasada ingresó como académica de número en la Malagueña de Ciencias, con un discurso que aunó dos de sus pasiones: Historias inquietantes: archivos y archiveros en el cine. Un repaso a los archivos en el séptimo arte, que estuvo acompañado por fotogramas de una treintena de películas .

«Tengo un inventario; en el cine aparecen muchos documentos y archivos. El documento es siempre parte de una trama y además necesaria para el desenlace», cuenta.

Los archivos, destaca, suelen representarse de forma tópica, como lugares oscuros y con telarañas. «Uno de los estereotipos es el sótano, la sensación de catacumba. Mi hipótesis es que aparecen así para subrayar la opacidad del Estado, la policía, el juzgado... aquello por donde la trama tenga que transcurrir». Y pone de ejemplo el archivo de El nombre de la rosa.

Otra constante del cine, señala, es que al frente de los archivos siempre aparecen hombres, mientras que las mujeres son siempre bibliotecarias, algo que contrasta con España, porque, como recuerda, «desde los años 30 y 40 en España siempre ha habido más archiveros que archiveras». Para Esther Cruces, el que al frente de los archiveros abunde tanto hombre, «a lo mejor se debe a que la figura del hombre sigue siendo la del poder, y más cuando en el cine, en los años 40 y 50, la mujer se incorpora al trabajo pero de mecanógrafa o secretaria».

Los archiveros representados suelen ser hombres grises, con manguitos para no mancharse de tinta, pero a la vez brillantes, capaces de ayudar al protagonista, y casi siempre trabajan en archivos actuales no históricos, como el que frecuenta Julia Roberts en Erin Brockovich, clave para el éxito de su misión.

Pocas películas hay, sin embargo, cuenta la nueva académica, protagonizadas por un miembro de su profesión. Entre las escasas, la italiana Totó Rey de Roma, de 1951, con Totó y Alberto Sordi. «Es realmente la historia de un archivero pero a su vez, la de un gran ministerio en la Italia de la posguerra en el que se ve la corrupción, el poder, los tejemanejes y el pobre archivero, un hombre digno, que al final el pobre tiene que claudicar».

Pese a los estereotipos, Esther Cruces piensa que el cine refleja bien su profesión, «porque en los archivos está la clave de todo, incluida la de nuestras vidas personales». Además, subraya que cada vez más, aborda cuestiones relacionadas con el poder y la corrupción y muestra cómo los archivos pueden ser instrumentos para alcanzar la transparencia. Un final feliz.