Era un lujo frío. Un guiño de la ciencia a la telenovela. Algo que, como solución, flotaba por encima de la mesa en muchas broncas, pero que casi nadie, por pudor y desconfianza, se atrevía a sopesar en profundidad. Las pruebas de paternidad no son nuevas; sin embargo, es ahora, al igual que los aviones y la tecnología, aunque por diferentes motivos, cuando se han democratizado. Especialmente, en entornos urbanos como Málaga, que suma desde hace más de una década, un aumento ininterrumpido de consultas clínicas y de solicitudes.

Las razones del incremento son complejas. Tantas que, como señalan en algunos laboratorios, merecerían, incluso, la amplitud de una tesis doctoral. Influyen factores sociológicos, de revolución en las costumbres y en las uniones de pareja. Pero también elementos objetivos. El más evidente, la evolución del precio, que en apenas quince años se ha reducido a más de la mitad. Según la doctora Mercedes Alemán, de Cefegen, una de las firmas de cabecera del sector, las peticiones de particulares tenían un coste de más de 700 euros. Una cantidad que, junto al estigma social y el miedo a las murmuraciones, hacía que en la práctica se tratara de un asunto minoritario e incómodo, casi residual.

La situación, al menos en cuanto al acceso, ha cambiado. La tarifa media, aunque con excepciones, ha pasado a situarse en alrededor de 250 euros. Además, con todo tipo de facilidades. Incluida la tramitación completa vía internet. Sin necesidad de moverse de casa, se pueden obtener resultados fiables en poco más de cinco días. Algunas fuentes apuntan a una variable más, la mayor visibilidad y presencia de la oferta, que se multiplica a diario en los buscadores de la red. Toda una revolución que ha provocado que, en lugares como Málaga, la escalada no tenga techo. Con un incremento, además, en el último año superior al registrado en ejercicios anteriores.

La doctora Alemán apunta a un tipo de consulta que innegablemente se ha popularizado, de perfil interclasista, aunque, eso sí, con un protagonista que no ha variado mucho desde que los exámenes genéticos forman parte de la sanidad. En esto la evolución es menos atrevida. Y si bien se dan solicitudes inusuales (búsqueda de hermanos, encargos de abuelos) lo más habitual es que el proceso sea iniciado por padres con dudas respecto a la veracidad de su paternidad. A partir de aquí el repertorio es amplio: divorcios, sospechas reprimidas, infidelidades. En cualquier caso, los laboratorios recuerdan que en este campo se opera con la máxima discreción y confidencialidad, sin preguntar motivos ni inquerir más allá de los datos que cada cliente decida libremente aportar.

Para comprobar el nivel de demanda que han alcanzado este tipo de pruebas nada mejor que analizar su peso en el conjunto de peticiones que manejan laboratorios como Cefegen, donde ya representan prácticamente la mitad de la actividad. A las demandas privadas, se suman las consultas judiciales, que suelen cobrarse más caras, ya que de sus resultados depende en gran medida el desarrollo final de la investigación.

En el ámbito de las evaluaciones genéticas, la caída de precios no ha venido, sin embargo, dictaminada por la tecnología. Aunque para iniciar el análisis basta con una muestra de sangre o de saliva, el procedimiento no se ha dejado conmover por algunas de esas pequeñas revoluciones que de vez en cuando surgen para abaratar los costes y simplificar al extremo la ecuación. La maquinaria sigue siendo la misma, no precisamente ligera ni fácil de obtener. Los cambios vienen más por el lado de la oferta y la demanda, que ha sufrido una enorme alteración. El fenómeno no es exclusivo de Málaga, si bien los especialistas suelen apreciar grandes diferencias entre las ciudades de mayor tamaño. Madrid, Barcelona y algunas de las capitales de la costa son las más activas en cuanto a la solicitud de pruebas de paternidad. La estadística, en este caso, genera comezón: uno de cada cinco niños tienen un padre biológico distinto al que desempeña el papel en el hogar. La ciencia llega donde no lo hace la intuición.