Suena a desconchón en plaza aristocrática. A un tipo de problema muy a tener en cuenta, pero cuyo padecimiento indica ya de por sí la existencia de un pasado y de una tradición exitosa. No todos los destinos turísticos del mundo pueden presumir de haber llegado a este siglo con más de cincuenta años de vida. Y mucho menos de haberlo logrado con un nivel razonable de servicios, sin necesidad de acometer grandes proyectos estructurales, aunque con alguna que otra cuenta pendiente en cuanto a modernización y puesta a al día. La Costa del Sol, con el vaso medio lleno, podría ser vista sin duda como un destino superviviente, proverbialmente elástico en su adaptación a los tiempos, si bien eso no la exime de haber tenido que combatir en estos años contra la amenaza que más fuerte suele golpear a los productos maduros: la de ser presa de la herrumbre, de una idea que en un tiempo fue válida, pero que poco a poco ha ido perdiendo eficacia y sentido.

En las últimas décadas lo de renovarse o morir ha funcionado como una máxima implacable en el turismo. Son muchos los ejemplos y casi siempre reproducen el mismo modelo: ciudades que fueron el paraíso que acaban convertidas en cadáveres de bajo coste, a menudo entre insufribles y apelotonados bloques de pisos. El riesgo, en la provincia, con toda su veteranía, era alto. Tanto como para que el presidente de la CEHAT, la patronal hotelera del país, insistiera en darle prioridad en su última visita en FITUR. Por fortuna se están haciendo los deberes. Y de manera cada vez más concienzuda. A iniciativas como el plan Qualifica, actualmente un tanto empantanado y en espera de un nuevo impulso, se suma la inversión particular de los hoteles, que ha puesto el acelerador y va creciendo a buen ritmo. Sobre todo, y con especial énfasis este invierno, en Torremolinos, uno de los puntos que mayor intervención precisan.

Según Luis Callejón, presidente de Aehcos, los establecimientos se han dejado en menos de dos años casi cien millones de euros en mejorar sus infraestructuras. El gran salto además se ha dado este trimestre, con la puesta sobre la mesa de una cantidad, 67 millones, que casi triplica en conjunto a la del pasado ejercicio. Un dinero que se ha ido en reformas, pero también en operaciones de transformación ambiciosas como las que ocupan a hoteles como el legendario Pez Espada y el Riu Costa Lago. El responsable de la patronal se refiere a estas obras como parte de la ansiada reinvención de la planta hotelera, que va teniendo clara la meta, dejando cada temporada menos negocios fuera de un tipo de ajustes a los que ya nadie discute su condición de inevitables. La asimilación de las pautas medioambientales, los nuevos equipos de consumo energético o la iluminación, prosigue Callejón, son percibidos como un gasto innegociable para no perderle el pulso al futuro. Y más desde que a éste le ha dado por acortar los plazos, subiéndose a una ola de vertiginosa competencia, con modas que marcan la diferencia cada día.

Las palabras de Juan Molas, de la CEHAT, en la pasada feria turística de Madrid fueron contundentes. El récord de turistas de 2016 no debería dar para sacar pecho, sino para ser conscientes de la letra pequeña, que en este caso viene determinada por unas circunstancias excepcionales, las de la situación que atraviesan países como Túnez, Turquía o Egipto, que ha provocado la entrada imprevista en escena de miles de viajeros en busca de alternativas. Sin llegar a los números de Canarias, la Costa del Sol ha sido uno de los destinos que ha sentido el efecto en carambola en positivo. A partir de ahora viene lo difícil. Conseguir que esas bolsas de viajeros se queden. Incluso, cuando todos esos destinos, actualmente abrumados, consigan recuperar la normalidad económica y política.

Para Molas, al igual que para los representantes de la industria en Andalucía, buena parte del éxito de la llamada fidelización tiene que ver con el esfuerzo que asuma el sector en estos meses. Y eso no sólo se refiere al servicio inmediato que se brinda al turista, sino también a las instalaciones. Un asunto que durante décadas ha sido muy sensible en Torremolinos, donde, a tenor del cómputo de la inversión, por fin se ha tomado conciencia de la importancia de romper con el envejecimiento y no extraviar el rumbo. El salto que ha dado el municipio en cuanto a estancias y entrada de viajeros va traduciéndose en más celo modernizador para las infraestructuras.

El hecho de que todas estas obras se acumulen en invierno no responde, sin embargo, a un motivo que describa a nivel general ningún tipo de mejoría. Como ya sucediera en 2016, el inicio del año está siendo recibido en los hoteles con marcha de hormigonera y martillo. Una especie de temporada alta de reformas, por supuesto nada casual, y en consonancia con el ritmo de la otra temporada, la turística,que es la que sanciona el negocio y el volumen de viajeros. De nuevo la elección del periodo de reforma ha venido determinada por los cierres temporales. «Hay que ser honestos, no es que todos los hoteles hayan cerrado por obras, sino que se ha aprovechado el cierre para hacerlas», precisa Callejón.

La cruz de todo este ilusionante afán inversor es la continuidad de la llamada estacionalidad, que un año más sigue sin reducirse, imponiéndose como una de las pocas variables sin reacción que quedan en el sector desde los tiempos de la crisis. El presidente de la patronal no se anda en este sentido con paños calientes y da la alarmante cifra de establecimientos que han optado por suspender su actividad en estos meses: un total de 66. Los números invalidan cualquier tipo de excusa. De todo ese volumen, únicamente son 17 los que se han decidido a compaginar la falta de clientela con proyectos de mejora de las infraestructuras. Las causas no son para Callejón ningún misterio, sino pura suma de economía. «Es evidente que todavía no llegamos en invierno a los niveles de ocupación que nos permitirían a todos abrir sin asumir grandes riesgos ni pérdidas excesivas» resalta.

La ventaja con respecto a otras temporadas, eso sí, es que se acortan los plazos. Los establecimientos siguen cerrando, pero cada vez es menor el tiempo en el que permanecen sin recibir turistas. Mayo y octubre se han convertido en los últimos años en una prolongación natural de las grandes estadísticas, dejando un invierno todavía duro, aunque ya más comprimido. El presidente de Aehcos no avista muchas sorpresas, y aunque adelanta que existen negocios que han decidido volver a abrir en este mes de febrero, el grueso de la planta regresará a la normalidad en las semanas previas a la Semana Santa. Con un aspecto en muchos casos remozado, distinto.