Fueron más de cuatro siglos. Muchos de ellos sin más signos de esplendor que el recuerdo mudo de las piedras, con olvido parcial de las instituciones e, incluso, viviendas mal acondicionadas en su entorno. Se habla de una visita protocolaria de Felipe IV en 1625, pero, en general, al conjunto monumental de La Alcazaba no le sentaron nada bien las décadas que sucedieron a la conquista católica: no fue hasta los años treinta, con el empeño de investigadores como Leopoldo Torres Balbás y Juan Temboury, que participaron en una excavación histórica, cuando la fortificación volvió a sacar flote parte de su tumultuoso pasado, en el que se dan cita califas y gobernantes, además de una de las batallas decisivas, con resistencia acorazada incluida, de la toma de la ciudad. La Alcazaba y Gibralfaro fueron durante cientos de años el centro de una civilización que incluía desde un centro místico sufí -probablemente ubicado en el actual parador de turismo- al cementerio de la calle Victoria, en el que fueron inhumadas personalidades de la clase dirigente de diferentes etapas de Al-Andalus. El arqueólogo Miguel A. Sabastro, de Nerea, habla de la necesidad de mejorar la integración turística del monumento: «Urge hacer un plan integral de intervenciones que mejore la señalética y una las visitas en un único recorrido e integre a la arqueología como eje de un discurso pedagógico», resalta.