Se cumplen este año diecisiete desde que Frank Gehry, el afamado arquitecto, visitase Málaga invitado por Enrique Van Dulken que le envió -para interesarlo- una fotografía aérea de la gran explanada que surgió tras la obligada modificación del diseño del nuevo dique de Levante, con vistas a explorar las posibilidades de que proyectara una obra singular para dicho lugar.

No es cuestión de desempolvar viejas historias, pero fue una gran oportunidad perdida pues ni el puerto ni la ciudad le dio el trato que una figura mundial de la arquitectura se merecía. No fuimos «muy hospitalarios».

Y ahora, a toda prisa, se pretende aprobar allí el proyecto de un hotel que mejoraría las cuentas del puerto pero que, en mi opinión, generará más inconvenientes que ventajas para la ciudad, incluso para su turismo.

¿Qué habría en el muelle dos si en vez del Palmeral de las Sorpresas se hubiera aprobado el proyecto Chelverton? Es la mejor constatación de que las prisas en un proyecto y en un lugar único de la ciudad podrían llevarnos a cometer gravísimos errores. La prueba de que amplios debates ciudadanos son positivos, aunque se retrasen mucho la aprobación y ejecución de proyectos, es el éxito ciudadano de los muelles uno y dos. ¿Sería mejor que donde está el Pompidou hubiera un «supermercado de alta gama» como muchos apoyaban? Al parecer todo tiene que ser «alto» para que los ciudadanos comulguen con ruedas de molino.

Coincido plenamente con el ponderado escrito de la Academia Malagueña de Ciencias que resume la esencia de la crítica al proyectado hotel. No obstante quiero exponer otras cuestiones para reflexionar desde la perspectiva turística.

No creo que nadie se oponga a una importante inversión hotelera. La oposición es al lugar previsto. Por tanto son falaces los argumentos a su favor de la importancia del volumen de la inversión y de los puestos de trabajo que puede generar. Siempre que un tema es controvertido y se presume oposición ciudadana, se argumenta lo mismo. Ya los utilizaba Chelverton y hoy nos alegramos todos de no haber hecho caso entonces a los cantos de sirena que ahora vuelven envueltos en la música de los petrodólares.

Desde la perspectiva de nuestro presente y del futuro turístico de la capital, ¿qué añade el proyecto? ¿Originalidad? ¿Novedad? ¿Singularidad? ¿Modernidad? ¿Identidad? Yo respondería que simple banalidad.

En un mundo globalizado, donde las arquitecturas se copian de unos lugares a otros, las únicas imágenes que triunfan como iconos turísticos reconocibles en cualquier lugar son las «realmente» originales, y una torre de 135 metros no tiene nada de original. Quiero creer que es una vuelta al papanatismo por la altura de los edificios que tanto daño hicieron a nuestro patrimonio urbano en los años sesenta y setenta del pasado siglo.

Turismo. El turismo de calidad basado en la cultura es nuestro objetivo como ciudad. Hemos encontrado en la magnífica gestión museística municipal nuestro «nicho de mercado turístico»; pero sabemos que Málaga presenta limitaciones por las reducidas dimensiones de nuestro centro histórico y eso también plantea problemas incipientes que no se están abordando.

Y los turistas «de calidad y cultos» buscan y exigen «autenticidad». Autenticidad que se encuentra en las raíces milenarias de nuestra cultura y las muestras que podemos ofrecer de ellas, de las que los rascacielos no forman parte precisamente. Además si de algo son símbolo estos edificios -salvo casos excepcionales- no es de turismo cultural o urbano sino de negocio financiero y se elevan en barrios destinados a oficinas, nunca solos. Por tanto, uno aislado en un entorno portuario, lejos de crear imagen positiva de Málaga, afearía considerablemente la actual que hemos empezado a mejorar. En consecuencia como arquitectura turística, e incluso de negocios, me parece totalmente inadecuada.

Todo el mundo quiere atraer turistas y se compite por un mercado en expansión generando atractivos donde no los hay. Por eso, cuando no existe oferta turística, se crean artificialmente atractivos como han hecho las petromonarquías del golfo a base de espectaculares rascacielos para el turismo en pleno desierto. Y algo parecido ocurre en ciudades costeras como Shanghái o Singapur y otros muchos ejemplos. Pero nosotros, que podemos ofrecer autenticidad y singularidad, ¿vamos a prescindir de nuestras fortalezas histórico-culturales para importar «en pequeñito» modelos ajenos mal copiados?

Por otro lado, los hoteles de un destino cultural como Málaga tendrán éxito si se ubican en entornos urbanos y respetan la fisonomía de la ciudad. El hotel proyectado en el dique de levante no cumple ni lo uno ni lo otro. El turista interesado en la ciudad y su cultura preferirá otros establecimientos hoteleros «en la ciudad», lo cual añade dudas sobre la rentabilidad de su explotación.

Muchos especialistas del turismo coinciden en que los elementos básicos del presente y futuro turismo de calidad se sintetizan en tres conceptos: sostenibilidad, identidad/autenticidad y experiencia. ¿Qué implica el proyecto portuario al respecto? La sostenibilidad tiene tres facetas: ambiental, económica y social. La primera no la cumple y el escrito de la Academia de Ciencias sintetiza algunos de los problemas ambientales que genera; la segunda es dudosa; y veríamos qué ocurre con la tercera cuando los malagueños comprueben que su horizonte marítimo está siendo violado. Prefiero mil veces en ese lugar una noria gigante, que siempre será desmontable y transparente, a una mamotrética torre que quedará para los restos. Entiendo además que el volumen de los edificios tiene que estar en consonancia con el tamaño de las ciudades donde se elevan, por lo que para las dimensiones de la nuestra me parece totalmente desmesurado.

Identidad pasajística. Y respecto a los otros dos conceptos yo me pregunto ¿qué identidad ofrece ese rascacielos? ¿No genera exactamente lo contrario? Es decir la perdemos al pretender asemejarnos a otras muchas ciudades que carecen del atractivo urbano que Málaga ofrece. Nuestra identidad paisajística ha quedado trazada históricamente en la línea que marcan Gibralfaro, Alcazaba, Aduana, y Catedral. A partir del Guadalmedina hacia el oeste no hay problemas de interferencia con el horizonte urbano y su litoral, por lo que ubicar allí inversiones hoteleras reforzaría turísticamente el nuevo polo cultural que se articula en torno a la Tabacalera. En cuanto al tercer concepto, ¿qué aporta para mejorar la experiencia turística de los futuros viajeros? Nada.

Finalmente quiero exponer un último argumento. La ocupación de un espacio público de altísima calidad absolutamente emblemático y singular exige un proyecto de gran calidad y un uso compatible con su carácter público que justifique la utilización de dicho espacio y sea aceptable para los ciudadanos; e, incluso, que fuera fácilmente reversible a su situación previa si surgiera algún problema. Su privatización por un proyecto hotelero ni lo justifica ni cumple con esos requisitos que considero imprescindibles. Porque además un hotel de esas características, no solo por su tamaño, altura y demás razones ya expuestas, es también una inversión de «alto… riesgo», riesgo que se pretende minimizar precisamente por su ubicación, lo que no es de recibo.

Si tan rentable es el proyecto que se haga en cualquier otro lugar porque si ocurriese lo que a emblemáticos hoteles de lujo costasoleños, como el Byblos, el Don Miguel, Incosol, Guadalpín y tantos otros, tendríamos una emblemática ruina hotelera en el lugar más visible de la ciudad. La garantía de continuidad del uso de tan apetecible espacio solo la puede proporcionar el sector público, por ejemplo con el proyectado auditorio de la música. Por consiguiente creo que debemos tener mucho cuidado con este espacio público único, en especial las autoridades de todas las administraciones involucradas, cuya gestión nunca debe estar presidida por miopes visiones cortoplacistas, sino poniendo por delante los intereses generales «a largo plazo» del conjunto de la ciudad y sus habitantes, cosa que no parece ocurra en este caso. e esencial de su mandato original.

*Rafael Esteve Secal es economista