El ser humano es social y tiene la necesidad de comunicarse con los demás. La sociedad del siglo XXI impone unas nuevas formas de contacto que no paran de evolucionar y que se introducen en el día a día de las personas, llegando a hacerse imprescindibles. En España hay más teléfonos móviles inteligentes que habitantes -inteligentes o no- y una gran parte de las nuestras relaciones se dan por medio de estos dispositivos y sus aplicaciones. Su irrupción ha sido tan drástica que genera miedo, tanto, que la tecnofobia se ha instalado en muchos centros y se extiende la norma de prohibir que los alumnos lleven el móvil al instituto.

Así lo constata, por ejemplo, Pilar Triguero, representante de la asociaciones de padres de la provincia de Málaga, quien apunta que estos centros docentes son «mayoría». «Lo que se está empezando a extender es el miedo a que se usen los móviles dentro de los centros educativos como herramientas para el ciberacoso y el bullying», explica. Y puede llegar a estar de acuerdo con que un móvil no es necesario en un centro, «salvo cuando se utiliza como herramienta educativa».

El juez de Menores de Granada Emilio Calatayud, conocido por su sentencias ejemplarizantes, ha defendido recientemente la prohibición del uso de los teléfonos móviles en los centros escolares como una de las formas de combatir el acoso. El magistrado se refería de esta forma al protocolo específico de actuación ante supuestos casos de ciberacoso en los colegios e institutos andaluces elaborado por la Junta, que da potestad a los docentes para requisar teléfonos móviles ante la sospecha de que pueda estar dándose un caso de acoso.

Pedro Jerez, maestro del colegio Manuel Siurot, en la capital, confiesa que aunque en su centro están prohibidos (también hay que tener en cuenta que se trata de un centro de Primaria), se posiciona más del lado de Rosa Liarte, profesora de Geografía e Historia y coordinadora TIC en el IES Cartima, que se define como «amante de las nuevas tecnologías y metodologías educativas». Así, Jerez confía en que «la alfabetización digital debe ser integradora de este tipo de dispositivos».

La propia Liarte defiende que «tenemos que preparar a los ciudadanos para el siglo XXI y hoy todos llevamos un móvil en el bolsillo». «Los niños aprenden de cualquier cosa, pero no se les educa. Son nativos digitales, pero no aprenden solos», sostiene. ¿Quién busca hoy en día en un diccionario o una enciclopedia de papel? Todo el mundo hace click en Wikipedia o en Wordreference. ¿Quién usa un atlas para buscar un río o una cordillera? Casi nadie. La mayoría recurre a Googlemaps. «Eso es aprovechar las herramientas de hoy día, pero es también obligación del profesor enseñar las digitales porque los niños pueden saber trastearlas, pero no usarlas», asegura Liarte.

El miedo está también, a juicio de esta docente, en «abandonar la zona de confort, en perder el control». «Las peleas se pueden producir dentro o fuera del centro, pero gracias a la grabación de una pelea también se puede denunciar al agresor», añade esta profesora. Y no son pocos docentes los que lo entienden igual, aunque a veces se dan de bruces con la incomprensión de otros compañeros que no le encuentran la misma utilidad y prefieren su prohibición. «Hay que hacer una gran pedagogía con el alumnado, los padres y los docentes», insiste Triguero. Como confirma la Delegación Territorial de Educación, en Andalucía la regulación del uso de los móviles en los centros educativos forma parte de las atribuciones de sus propios consejos escolares, que pueden determinar las condiciones de uso, teniendo en cuenta que pueden tener posibilidades educativas, o incluso su prohibición. Es decir, que cada instituto es autónomo para determinar qué hacen, de acuerdo con el decreto 327 del año 2010, que regula las normas de convivencia.

Pero claro, hace siete años aún se mandaban y recibían SMS y la norma habría que actualizarla, sin embargo «la realidad nos supera y siempre nos lleva mucha ventaja», reconoce Triguero. Los centros tienen autonomía junto al consejo escolar para matizar o pormenorizar esos atentados contra la convivencia, e indicar qué es posible o no es posible hacer dentro de la clase.

Perturbar la clase

Un caso concreto, el IES Mare Nostrum, en la zona oeste de la capital. Aquí, como explica su director, José Luis González Vera, «en la parte disciplinaria de nuestro reglamento pusimos que está prohibido el uso en clase de cualquier dispositivo electromecánico y lo ampliábamos a todo», porque se entendía que eran elementos que podían perturbar el normal desarrollo de la clase, y por tanto, eran sancionadores. «No obstante, hemos tenido una discusión al respecto en el consejo escolar y entendemos que el móvil se ha convertido ya en una herramienta que sirve dentro del aula, de hecho, tengo compañeros que lo usan como si fueran un pequeño ordenador», admite.

«La prohibición por prohibición tampoco lo entendemos», agrega Pilar Triguero. Cuando un centro prohíbe que sus alumnos lleven el móvil está prohibido desde la entrada hasta la salida. Precisamente porque el temor fundamental de muchos docentes radica en que se usen ya no en el aula sino en los recreos, en los cambios de clase y en los pasillos. «Y las normas dicen muy claro que si vas con el móvil al centro y te cazan, el móvil se queda en el despacho del director y no te lo dan», insiste la portavoz de la FDAPA.