Tomaron el relevo de las trincheras. De una manera forzosamente invisible, sin el ruido de los cartuchos, pero con el mismo nivel de riesgo. Fueron miles de malagueños, la mayoría con esa heroicidad silenciosa, y a ratos llena de melancolía, que significó para muchos el haber resistido al franquismo y formar parte de una nueva etapa. Constructores a quemarropa de la democracia, sindicalistas, militantes anónimos. Personas ninguneadas por una amnesia que, en su voracidad, ha alcanzado demasiadas veces una dimensión torpemente desnaturalizada, contraria, incluso, al conocimiento cívico de la historia.

A pesar de los avances de la última década, de investigaciones como la del antiguo cementerio de San Rafael, donde fueron asesinados más de 5.000 malagueños, la memoria histórica continúa con muchas páginas por desvelar. Y no todas se remontan a la época más dura, la de los fusilamientos masivos y las desapariciones. Las hay, también crudas, que no han recibido una atención proporcional a su papel determinante en el viaje hacia la democracia. De todas ellas, por su relativa cercanía, destaca el periodo comprendido entre 1955 y 1975, que fue el del surgimiento de un movimiento que acabaría por sentar las bases para una nueva generación y el debilitamiento progresivo del régimen militar de Franco. Historias de obreros, de activistas clandestinos, de empresas desaparecidas, de familias y nombres que ahora vuelven a la luz a través del libro 'La resistencia malagueña durante la dictadura franquista', un trabajo de Alfonso Martínez Foronda que completa la labor de documentación sobre estos años iniciada por el docente y su equipo hace más de una década. Y que, en este volumen, que se ocupa en exclusiva de la provincia, menciona de manera explícita a más de 3.000 personas.

El libro, que se presenta hoy en el aula María Zambrano de la Facultad de Filosofía y Letras, y en presencia, entre otros, del escritor Luis García Montero y del historiador Fernando Arcas, supone un recorrido minucioso por la actividad política no oficial de las décadas que enlazan entre la posguerra y los inicios de lo transición. Un tiempo lo suficientemente amplio y vertiginoso para contar también subsidiariamente el que podría denominarse como segundo salto a la modernidad del siglo, con una transformación económica que va desde el desmantelamiento de la industria al nacimiento del turismo. Tramas de fábricas, de represión, de sistemáticos ataques a la que para el autor fue la organización sobre la que orbitó toda la respuesta social de la época; el PC, el único de los partidos que, aunque vapuleado, consiguió sobrevivir al trauma de la guerra.

De hecho, el trabajo, en el que colabora el sindicato CCOO, parte precisamente del final de la contienda y los primeros intentos de reconfiguración del partido, renovado ya a finales de los cincuenta por la incorporación de una generación que sería clave en el proceso: la de los jóvenes nacidos en torno al final del conflicto. Gente que en palabras de Martínez Foronda seguía siendo prudente, pero ya sin experimentar el temor palarizante de sus predecesores, conmocionados por el salvajismo de las represalias y de la guerra.

A todos estos jóvenes les esperaría en Málaga una cantidad extenuante excesiva de persecuciones y lucha bajo cuerda. La actuación contra la resistencia fue en la provincia bastante intensa, con continuas redadas y golpes sindicales como el de 1970, que llegaría a computar peticiones de pena frente al tribunal de orden público de más de 150 años. «Sin duda, Málaga fue tras Sevilla la ciudad de Andalucía en la que más fuerza adquirió la oposición al régimen», puntualiza.

El trabajo de Martínez Foronda, que se acompaña de más de ochenta entrevistas, algunas a dirigentes políticos como Leopoldo del Prado, es un recorrido precisamente por todos esos episodios, que hablan a la par de ebulliciones colaterales como la de la Universidad de Málaga, que se mantuvo muy activa, aunque, no tanto, según el autor, como para reclutar el protagonismo histórico. «El ochenta por ciento de los que eran llevados a los tribunales de orden público eran obreros y la mayoría militantes de CCOO o del PC», señala. En la capital, insiste el autor, el movimiento tenía un cariz muy vinculado a las fábricas textiles y, por tanto, también a las mujeres, que poblaban los centros de trabajo. Años con doble velocidad, con una historia oficial y otra en muchas fases por narrar, escrita aún entre huelgas y faxes.