Un sábado cualquiera del pasado mes de enero, el coche de Juanma Moreno para a la entrada de la calle Larios. El presidente del PP de Andalucía se baja y camina hacia el puesto informativo que ha montado su partido para reivindicar un tercer hospital en Málaga. Percutir en el mal estado de la sanidad es una de las líneas maestras que se ha marcado para lograr el objetivo final. Hace un día de primavera y la principal arteria de la capital está colapsada. Entonces, pasa algo extraño. La gente se le acerca y quiere apretarle la mano. Otros le dan golpes en el hombre. Le reconocen y él devuelve efusivamente el saludo. Por un momento, Moreno se olvida de lo que ha sido su principal problema desde que volvió a Andalucía. En 2014, cuando fue designado por Mariano Rajoy para liderar al partido en Andalucía, era un absoluto desconocido para la opinión pública. Incluso, dentro del propio PP, algunos tuvieron que indagar para saber quién era ese secretario de Estado de Servicios Sociales e Igualdad que regresaba de Madrid a Andalucía para hacer el camino a la inversa. Este sábado, 18 de marzo, Moreno ha sido ratificado como presidente del PP-A en el 15 congreso regional en Málaga. Ahora quiere convertirse en esa gota espesa que haga colmar el océano de poder en Andalucía, donde navega el PSOE desde la instauración de la democracia.

En su caso, con el PP envuelto en una renovación sistemática de sus liderazgos regionales, Moreno es ya, junto a su compañero gallego, Alberto Núñez Feijóo, el presidente regional más veterano a nivel nacional. Algo que cobra un valor añadido si se analiza su trayectoria en Andalucía, donde, en sus inicios, pareció moverse con una corona de espinas. Algunos militantes del PP de Sevilla, entre ellos el ahora ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, andaban enrabietados con la decisión de nombrar a Moreno como presidente y no estaban dispuestos a besarle el anillo. La primera cita a trazo grueso llegó para Moreno a los tres meses. Demasiado pronto para darle alas al partido, pero tiempo suficiente como para tragarse su primer sapo electoral. En las elecciones europeas de mayo de 2014, el PP sucumbió ant el PSOE en Andalucía con unos diez puntos porcentuales de diferencia. Algo que no iba a cambiar sustancialmente en su segundo encuentro frente a las urnas. En las pasadas elecciones autonómicas de 2015 contó con el legítimo parapente del novato, aunque la derrota resultó más abultada de lo esperado. Otra vez diez puntos por debajo del PSOE. A partir de entonces, kilómetros y más kilómetros. El reto ha sido y es elevar su grado de conocimiento entre los votantes andaluces. Certificó su intención a base de recorrer cada pueblo de Andalucía con un discurso centrado en la necesidad de combatir lo que él tacha como «régimen socialista» y en la necesidad de acerar al PP y hacerlo una opción viable para la gran masa social. A pesar de fraguarse en Madrid, conoce al PP-A a la perfección. Básicamente porque ya lo fue todo antes de irse a Madrid: concejal en el Ayuntamiento de Málaga, diputado, presidente de NNGG y, en esta legislatura, portavoz en el Parlamento. En su regreso a Andalucía, todavía lidió con un partido embridado por la sombra alargada de Javier Arenas. Pero el historial de fracasos acumulados por quien fuera presidente del PP-A durante casi dos décadas, aconsejó un progresivo distanciamiento. Hasta convertir las coincidencias de ambos en un formalismo menor. El rumor alimentado y ahora confirmado de una posible marcha de Susana Díaz, abren una ventana de oportunidades para una migración de votos y en su interior Moreno sabe que es un ahora o nunca. En sus planteamientos está no cometer ningún error de bulto y seguir alimentando los fuegos del impuesto de sucesiones. Pero antes de lanzarse de lleno a la conquista, tiene pendiente resolver los posibles conflictos que puedan surgir a raíz de la acumulación de cargos de Enrique Fernández de Moya, José Antonio Nieto y Antonio Sanz. La diferencia con 2015, y lleva razón, es que sigue teniendo el apoyo de la cúpula, pero ya no es un desconocido.