Eran médicos. En muchos casos, masones y republicanos. Una doble condición que, sumada a la de su oficio, resultaba muy común en Europa, pero que en la España de Franco, con toda su brutalidad y sus patologías, funcionaba como una sentencia de muerte. A algunos se les apartó del oficio, otros fueron torturados. Hubo humillaciones, sadismo, juicios sin ninguna garantía. Una historia de represión, acaso de las más oscurantistas, que se extendió hasta mucho después de la guerra. Y que, como tantas otras, ha permanecido durante décadas sin desentrañar, perdida en notas y archivos destartalados, sin divulgadores ni visión de conjunto.

Las vidas de los médicos y masones represaliados por la dictadura, con sus inevitables diferencias, están tejidas sobre la trama de una misma deuda pendiente en Málaga y en Andalucía. María Victoria Fernández Luceño, que ha dedicado tres años de su vida a buscar documentación, visitando una y otra vez los centros de información, militares y civiles, habla de un punto común que tiene más que ver con la ciencia que con las impetuosidades de la ideología. Fue ésta, la de Franco contra los galenos y las logias, una guerra con mucha resonancia medieval, anterior al nacimiento de las grandes doctrinas de izquierdas y de derechas, más cercana a la Ilustración y sus enemigos tenebrosos que a la dualidad posterior entre rojos y fascistas.

En su libro Médicos republicanos y masones en Andalucía contemporánea. La represión franquista (editorial Aconcagua), la historiadora y catedrática de instituto explica que muchos de estos profesionales de la sanidad estaban empapados por el ambiente intelectual de Madrid. Habían viajado a la capital por obligación académica, porque era el único lugar acreditado para obtener la tesis, y allí tomarían contacto con gente como Ramón y Cajal y Negrín, con una camarilla convencida de la necesidad de extender la instrucción y la asistencia pública. Su pecado fue precisamente ése: el de entender que la sanidad era un derecho, no un acto caritativo. Un discurso completamente revolucionario en la época. Y más en una sociedad consumida por la enfermedad y la falta de alimento. «Decían que el primer y gran obstáculo para la salud era el hambre y al regresar a Andalucía comenzaron a aplicar sus ideas», señala.

Fernández Luceño, que presentó ayer su investigación en el Ateneo de Málaga, donde estuvo acompañada por Patricia Planas, Gran Maestra de la Gran Logia Femenina de España y por Pedro Navarro, del Colegio de Médicos, apunta a la extensión del humanismo, y por tanto, de la represión, que afectó a buena parte de los médicos que ejercían en ese momento en Andalucía. El trabajo se apoya en al menos 900 casos en los que, además de la medicina, se daba la adscripción -imperdonable para el régimen- a la masonería. Nombres de tanta resonancia para Málaga como Cayetano Bolívar, Heliodoro Acosta o Avelino Aurelio Ramos; científicos que veían en las hermandades una comunidad en la que practicar sus valores ilustrados, con la libertad y la razón en primer término.

En lo que se refiere a los médicos, y de acuerdo con la historiadora, la masacre pudo ser aún más encendida. Al igual que ocurrió en zonas de castigo continuado a los campesinos, el régimen comenzó a otorgar indultos selectivos. No por conmiseración, sino porque se daba cuenta de que no podía permitirse tener en las cárceles a trabajadores de los que dependía su propia supervivencia física. Con los masones, ya fuera por negarse a delatar a sus compañeros o por no querer abjurar de su pasado, no hubo perdón. Especialmente, a partir de 1941, cuando fue constituido el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, un aparato criminal, dedicado durante casi veinte años a hostigar y aniquilar a miembros de logias e izquierdistas. Como ejemplo de la arbitrariedad, Fernández Luceño alude al médico Manuel del Río, detenido y juzgado por hechos ocurridos en Málaga mientras él estaba de veraneo en Galicia. «De haber estado aquí seguramente se habría opuesto a los nacionales», reza la sentencia. ¿La obsesión franquista con los masones? La historiadora se inclina por el resentimiento del propio dictador, al que en su juventud, durante la campaña de África, y según coinciden numerosas fuentes, se le había denegado el acceso a una logia.