En su despacho del OMAU, entre cartapacios con planos y demás datos técnicos sobre Málaga, Pedro Marín acumula una gran cantidad de fotos de la ciudad histórica que funcionan como una especie de número de barraca: con referencias circenses de lo que pudo ser y no fue. Imágenes de espacios como la nueva Plaza de las Flores o la del Siglo, paseos apacibles durante el día de su inauguración que en su versión actual parecen haber sido trastocados baldosa por baldosa por un chamarilero. Terrazas, cierres de plástico, sillas, turistas. Todo en el baile del turismo, de la acumulación. Una actividad que ha dado al centro el mayor periodo de esplendor de su historia reciente, pero que para muchos urbanistas empieza a acusar un mal ya avistado en otras ciudades: el del exceso, el hartazgo de los vecinos, la gentrificación.

Casi una década después del inicio de la crisis, Málaga, pese a la tímida emergencia de otros sectores, apuesta claramente su economía a la carta del turismo. ¿El sector está capacitado para llevar las riendas de futuro de la ciudad?

El turismo urbano es muy importante. Y la prueba está en su aportación al PIB, que ronda ya el 15 por ciento. Estamos hablando de una actividad que prácticamente no existía, surgida a raíz de la transformación urbanística emprendida a partir de los noventa. Y que prácticamente ha multiplicado por tres en quince años sus plazas hoteleras. Un crecimiento espectacular pero que, sin embargo, contrasta con la tasa de paro, que sigue siendo espeluznante, del 25 por ciento. Esto junto a las cifras de pobreza habla de una ciudad en la que todavía hay que trabajar mucho en términos de cohesión social.

¿Qué le falta a la industria turística para dar el salto y ayudar a corregir esa cuota? ¿Es todo una cuestión de distribución de la riqueza?

Sin duda, es la gran asignatura pendiente. Y no se puede entender de manera aislada. En la propuesta Agenda 21, que es nuestro marco de referencia, planteamos un modelo de actuación en el que todo está interrelacionado; desde el empleo y los temas sociales al medio ambiente y la gestión política. Y le pongo un ejemplo: veníamos de una ciudad que únicamente era visitada por el 4 por ciento de los turistas que llegaban a la Costa del Sol, con un centro inseguro y degradado. Y que gracias a la recuperación que iniciamos en 1994, con las reformas urbanísticas, ha logrado invertir la tendencia. Incluso, en una primera fase, atrayendo a población. Ahora, por desgracia, se han vuelto a perder vecinos.

En ese aspecto precisamente no se atisban grandes mejoras. Al menos, si se atiende a las últimas cifras.

Cierto .Uno de los objetivos que nos planteamos con el proyecto urbanístico fue el de ir poblando de nuevo el centro, la ciudad antigua, y poner freno a la pérdida demográfica que se vivió en los setenta, cuando se pasó de 20.000 a alrededor de 8.000 habitantes. Entre 2002 y 2007 se produjo un repunte, el primero en casi cuarenta años. Desgraciadamente, duró poco. Y, ahora, a falta de la confirmación del padrón, estaremos en torno a los 4.500 residentes.

¿A qué achaca el descenso? ¿El turismo también deja cadáveres?

El turismo ha traído el fenómeno de la masificación. La intervención en el centro no sólo se enfocaba en origen a la economía, sino a la restitución como barrio de la zona, con sus necesidades y equipamientos. Sin embargo, ha habido efectos colaterales. Entre ellos, la ocupación masiva de las plantas bajas por parte de bares y restaurantes y el dominio de las franquicias, que ha desplazado al comercio local. Con todo los problemas que este tipo de cosas conllevan: más ruido, más basura, más presión. Nuestra propuesta, y así lo señalamos en 2015, es restringir el uso hostelero al 20 por ciento de los locales. Y aplicar esa fórmula también con las franquicias.

No parece, de momento, que se haya logrado. ¿Falta voluntad política o pesa demasiado el lobby de la restauración?

Voluntad debería haber más. Sobre todo, porque no se ha conseguido avanzar hacia una distribución más equilibrada. Es algo que también interesa a hosteleros y a hoteleros, porque a nadie le conviene tener una oferta de escasa calidad. Le doy un dato: en los últimos años el tipo de negocio que más ha crecido es el relacionado con la comida rápida. Y ahí es donde hay que actuar, no sólo corregir la cantidad, sino también la calidad.

¿La receta también vale para las terrazas?

En ese tema el aspecto cualitativo también es fundamental. En un lugar tan sensible como el centro histórico hay que tener muy en cuenta el diseño, el impacto visual. Hacer, por ejemplo, como en Valencia o en Barcelona, que acotan no sólos los metros, sino la influencia en el contexto estético y donde jamás se tolerarían excesos como los cierres y veladores que se colocan en el Málaga. De hecho, sólo permiten sombrillas. No podemos olvidar que los que sufren todo esto son los vecinos. No es casualidad que las zonas que más se han despoblado coincidan con las que presentan mayor número de terrazas y de bares.

¿Habría que actuar con más mano dura?

Lo razonable sería aplicar la ley y aprobar una nueva normativa. Pero no bajo el patrón de la dureza; nosotros precisamente, en la alegación que hemos presentado al Ayuntamiento, lo que abogamos es por el sentido común: que se estudie al detalle cada plaza, sus usos y su situación. Y que se regule mejor el horario.

Los estudios sobre el centro que publica el OMAU aluden a un alto índice de actividad hostelera, aunque concentrada en apenas un ramillete de calles. ¿Se corre el riesgo de la tematización, del parque temático?

Si analizas el ruido, la despoblación y la concentración de negocios calle por calle te das cuenta de que todo coincide. Los puntos en los que más se incumple la ordenanza de ruido son, según el rastro que dejan en Flickr, los más frecuentados por los turistas. En realidad todo se mueve en 14,4 hectáreas. Y es necesario ampliar el campo de operaciones; así es también como se combate la masificación. Y estamos frente a una oportunidad de oro: la reforma de la Alameda. Estoy convencido de que acabará peatonalizándose íntegramente en diez o doce años. Pero, ¿por qué no hacerlo ya? Seríamos vanguardia. Y daríamos respuesta a las necesidades del centro, procurando una conectividad total.

Una de las últimas transformaciones del centro ha venido aparejada al auge de los apartamentos turísticos. En Barcelona, la proliferación, ha desembocado en un conflicto social. ¿Se teme un problema parecido en Málaga?

Los apartamentos turísticos han crecido mucho y muy rápido. Hasta el punto de que muchos hablan de epidemia. Todo el mundo quiere convertirse en gestor porque el rendimiento económico es mucho más alto que con el arrendamiento común. Más allá de su aportación, las consecuencias están claras y apuntan al incremento general de los precios de alquiler, que según los buscadores especializados, ha sido en el último año del 17 por ciento. Es un nuevo factor añadido de expulsión de los residentes. A los valientes que hayan aguantado los decibelios, la basura y la masificación, ahora los echan por la vía económica.

¿Cuál sería la solución? ¿Y el límite? ¿Existe algún tipo de orientación en cuanto a número de viviendas?

Lo que está haciendo en Barcelona y en otras ciudades es seguir la misma pauta que nosotros planteamos con los bares y restaurantes. Limitar el porcentaje de uso, de manera que no se renueven ni se otorguen nuevas licencias hasta que no se cumpla con la proporción necesaria en cada manzana analizada. Otros destinos han abogado por multar a las plataformas y restringir los plazos de alquiler. En cuanto al límite, en Málaga no convendría hablar de una cifra. Todo depende de dónde se ubiquen, de su concentración. Lo primero que hay que hacer es referenciar cada vivienda. Y a partir de ahí, en algunas áreas habrá que practicar restricciones y en otras no; básicamente como con las terrazas.

Otro fenómeno propio de esta década es el desarrollo del turismo de cruceros, que, en ocasiones, y por la coincidencia de varios atraques, también deriva en masificación.

Es un tema complejo. Evidentemente no le puedes decir a un crucero que venga al día siguiente. Pero se debe hacer un trabajo a largo plazo para que el puzzle encaje. Buscar una mayor planificación. En cualquier caso, en todo lo relacionado con el puerto, lo que más me preocupa es el uso que se le quiere dar a algunas de sus zonas. Y más, en concreto, al Muelle 4, donde se proyecta un centro comercial acompañado de quinientas plazas de aparcamiento. Un planteamiento que va radicalmente en contra del concepto sostenible y equilibrado de ciudad, que defiende justamente lo contrario, que favorece la dispersión, que no da continuidad al Soho y que fomenta además la utilización del vehículo privado. Habría que aprender de soluciones como la de Génova, que cuenta con un puerto en el que convive una facultad, con un bloque de apartamentos, un museo y una zona de bares.

El centro no es el único barrio en el que la multiplicación de bares y restaurantes ha acabado por desatar las protestas de los vecinos. En Teatinos la polémica es casi permanente.

Sí, en este caso se circunscribe a una zona más delimitada, a un par de avenidas. Volvemos a lo mismo: a la falta de alternativas en las zonas comerciales, que están ocupadas por bares o por franquicias. ¿Es esto lo que queremos para el centro y para otras zonas, este monopolio? ¿Para eso hemos trabajado y gastado energía desde 1994? ¿Para acabar como Dubrovnik o Venecia?

Algunas ciudades han optado por gravar incluso la economía turística. ¿Sería contraproducente?

Las tasas, en algunos casos como el del centro, me parecerían una buena vía de compensación para los vecinos. Eso sí, siempre y cuando, revierta en ellos y el dinero recaudado se dedique íntegramente a mejorar su calidad de vida, a crear equipamientos, guarderías, zonas verdes.No es una medida, ni mucho menos, descabellada. De hecho, la prueba está en los destinos que las han adoptado, que no han sufrido, ni mucho menos, ningún tipo de perjuicio en cuanto a entrada de turistas.

El Soho, en cuanto a distrito transformador, no acaba de arrancar con la fuerza que se presumía.

Todavía es pronto. Habrá que darle tiempo. El Soho es una buena idea para precisamente romper con la concentración y ampliar los focos de interés del centro. Pero no podemos perder de vista que un proceso de este tipo no cuaja de manera inmediata; el propio centro necesitó varios años para que las transformaciones urbanas de principios de los noventa comenzaran a dar sus frutos.