Es el momento de descubrir nuevos mundos. Como una ballena hambrienta que tiene el hocico abierto y está a punto de filtrar el plancton de forma placentera. El Freedom of the Seas yace en la terminal de cruceros de la capital. En 2006, cuando salió de un astillero finlandés, fue el gigante de todos los cruceros. Símbolo, entonces, de un sector en expansión y de sus ansias de rentabilizar a una generación fascinada por la globalización.

La realidad golpeó por la noche. O mejor dicho, fue lanzada por la tempestad e impactó de forma violenta contra la ventana del camarote. La realidad fue un ave marina de pequeño tamaño, pero que llegó a Málaga con un gran dolor de cabeza. Fue retirada enseguida por uno de los muchos operarios que se preocupan por el bienestar de los viajeros a bordo. Casi todos tienen rasgos asiáticos y devuelven la sonrisa con mucho celo. Uno apostaría por filipinos. Hace años, el núcleo de trabajadores lo conformaban checos y polacos. Su fama era la de ser baratos y puntuales, aunque tuvieran el mismo encanto de una cortina de hierro.

Para la autoestima de Málaga, como ciudad portuaria que quiere pintar algo en la ruleta de los megacruceros, convienen visitas como la que se produjo ayer con cierta asiduidad. Acostumbrada a la llegada consecutiva de los cruceros más grandes del mundo, con sus habituales cortes de tráfico incluidos, el Freedom of the Seas supuso un pequeño retroceso en los titulares de superlativos que gustan a la Málaga crucerista. Conviene, sin embargo, recordar las relaciones porque ahí hubo eslora suficiente como para superar al resto de cruceros que atracaron en una nueva jornada histórica para los registros. ¿Los que miran al Freedom of the Seas desde una embarcación más pequeña sentirán envidia? El Melillero, en todo caso, parecía una maqueta a escala 1:1000.

La primera aproximación al coloso revela una escena que se repite. El desembarco va ligado al embarco de los toritos. Un ejército de ellos introduce la mercancía en los flancos del barco, a la vez que otro ejército de autobuses saca a los cruceristas a las calles del Centro Histórico. El único dinero que ve la ciudad es el que se gastan los cruceristas fuera del barco, para lo demás se tributa en las Bahamas. Viajar por primera vez en un crucero es darse cuenta, también, de que las mejores ocasiones para disfrutar del crucero se producen cuando se hace escala. Todo el mundo se baja del barco para participar en las excursiones que se organizan y las cubiertas superiores adoptan el aspecto de un desierto.

La sensación que se experimenta es similar a la de cuando eres niño, caes enfermo y te quedas solo en casa mientras que todo el mundo se ha ido a trabajar. «Los fanáticos de los cruceros no se bajan y aprovechan estos momentos para tener el barco para ellos», subrayó el group leader, responsable de las visitas guiadas. Y es que la tentación, realmente, se alimenta en mañanas así. No parece que haya un deseo terrenal que no se pueda satisfacer. Uno puede estar solo en la barandilla superior de babor y contemplar la noria, que desde aquí se ve realmente pequeña (de la fábrica de cemento de La Araña no ponía nada en el catálogo), y después bajar a uno de los muchos restaurantes para ponerse fino de todo. Operan las 24 horas y representan la eficiencia logística a gran escala.

En ese océano del turismo de masas, hay sitio, además, para 100 diferentes tipos de refrescos azucarados que explican, en parte, porqué cada viajero engorda entre cuatro y siete kilos durante su estancia. Por la tarde, el gigante zarpó a Mallorca. Adiós, Freedom of the Seas. Adiós, fortaleza flotante y útero metálico para el s. XXI a la vez.