Los que me leen los domingos conocen mi afición por recordar y utilizar palabras del vocabulario popular malagueño. El primer malagueño que se entretuvo en recopilar las palabras y definirlas creo que fue Juan Cepas, autor del libro titulado precisamente así: Vocabulario Popular Malagueño. No sé si se puede encontrar en librerías; el mayor problema es que solo se pueda adquirir en librerías de viejos o libros de ocasión.

Aunque Juan Cepas fue el pionero en esta curiosa y valiosa elaboración del vocabulario malagueño, y después han surgido otros escritores que han seguido sus huellas, incluso centrándose en zonas o pueblos concretos de la provincia de Málaga, hay que reconocer que uno de los novelistas malagueños que más recurrió a expresiones malagueñas en su extensa y valiosa novelística fue Salvador Gonzáles Anaya, tío de Juan Cepas. En sus novelas, un tanto difícil de leer pero riquísimas en lo que a uso de palabras se refiere, deslizó una y mil veces palabras del habla o argot malagueño.

Yo empecé a aficionarme por la caza y captura de esas palabras que son familiares en nuestro entorno y que provocan la curiosidad de los malagueños de adopción, de la mano de un malagueño perteneciente a una familia de gran arraigo en la ciudad y que provenía de Inglaterra.

Me refiero al apellido Huelin, que incluso dio nombre a uno de los barrios más poblados de Málaga. Matías Huelin Álvarez de Toledo me facilitó algunas de esas palabras que había ido recopilando a lo largo de su vida. Como funcionario del Ayuntamiento o como administrativo del Mercado del Mayoristas, hoy sede del museo o Centro de Arte Contemporáneo (el CAC para los amigos de las siglas), trató a diario con asentadores de frutas, verduras y hortalizas, por un lado, y por otro con los propietarios o concesionarios de los puestos de los mercados públicos, por aquel entonces concentrados en la plaza o mercado de Atarazanas.

Una de aquellas frases malagueñas que me facilitó hacia el año 1952 o 1953 figuraba la que dá título al capitulo de hoy: Pampampujá. Suena a ciudad de la India. No es una ciudad; es la reducción en una sola palabra de una frase que se oía entre la clase trabajadora: «Pan para empujar».No hay que ser de ninguna casta para entender su contenido. Para ayudar a recoger los alimentos de un plato, un pedazo de pan facilita la incorporación del alimento a la cuchara y trasladarlo a la boca. Total, pampampujá.

Otra de aquellas síncopas -si ésta figura de dicción es aplicable al caso que cuento- es P´a que tempapes, que significa «para que te enteres».

Años después, leyendo el libro de Juan Antonio García Galindo Prensa y Sociedad en Málaga 1875-1923, supe que en 1913 se editó en Málaga un periódico taurino de carácter humoristico titulado así: P´A QUE TEMPAPES.

González Anaya

Como hoy vuelvo a desenvolverme en el mundo del palabrerío malagueño, me he detenido, como he apuntado en líneas anteriores, en uno de los novelistas malagueños más sobresalientes y que llegó a ser académico correspondiente de la Real Academia Española. No llegó a ocupar sillón en la docta institución porque le obligaba a residir en Madrid. Él prefería vivir en Málaga rodeado de libros en su famosa Librería Ibérica sita en la calle Nueva. En su recoleto despacho escribía, recibía a amigos relacionados e implicados en la cultura y no se le caían los anillos al despachar a los que íbamos a echar la vista a las últimas novedades… y comprar lo que nos permitía nuestra economía.

En sus novelas, y en bastardilla para evitar falsas interpretaciones, el novelista recurría a palabras como chaveas, arvellanas, chochos, menoso (en El castillo de irás y no volverás), chipén, «aspavílate, niño, que ya yegamo» (en Las brujas de la ilusión), «haciendo los guarritos», chapires, manoteca (en Las vestiduras recamadas)…

En andaluz suena mejor

Hay muchas palabras que suenan mejor en andaluz y malagueño que en castellano; por ejemplo, chuchurrido. Pero, reconozcámoslo, en nuestro habla cotidiana nos sale chuchurrío, como chalaura en lugar de chaladura… y espanchurráo, que no tiene versión castellana pero que se entiende sin más aclaración y definición.

Pero no presumamos de ser los únicos que jugamos con las palabras y las marcas; efectivamente en España, al referirnos a una batidora, la denominamos «turmix», porque fue la primera que se fabricó y distribuyó en España.

Antes, a cualquier máquina fotográfica, la localizábamos como una «kodak», que era la más conocida, y a todos los analgésicos, aspirina. Hay cientos de ejemplos. Pero una lectora que me sigue los domingos (para leerme; no para otra cosa) me dijo hace unas semanas que en Inglaterra pasa igual. A las aspiradoras las denominan «huber», que fue la marca de la primera que salió al mercado. En España pasó algo parecido con el mismo producto eléctrico domiciliario para tener limpias las alfombras: Electrolux. Era, o es todavía, una marca sueca.

Otras palabras que pueden enriquecer a mis lectores no malagueños son, entre otras, empampringao (algo que no ha resultado bien), espichar (morir), hacerse el longui (pasar inadvertido), maquearse (arreglarse), perrillero (guardia municipal), percodía (sucia), trancazo (gripe), zambullo (torpe), jibia (tontorrón), Erlegío (El Egido, donde está el Conservatorio de Música y la Facultad de Económicas), riquitimpá (R.I.P, resquiescat it pace, morir) y cuando un hombre empieza a sufrir alopecia y la frente aumenta de tamaño por la caída del cabello, alguien le puede advertir que «cada día se le ve mejor el pon la», o sea, la frente; el «pon la» se identifica porque es el inicio del rezo: «Pon la señal de la Santa Cruz…».

Cuando se descubría en Hollywood que un actor y una actriz congeniaban fuera del rodaje de una película y en su vida privada se les veía juntos en restaurantes, fiestas y lugares públicos, la prensa especializada tildaba la amistad de romance, una discreta y cursililla manera de interpretar esa amistad; en España, en lugar de recurrir a romance, se utilizaban otras expresiones, como plan o trajín.

Más tarde se despreciaron esos dos vocablos un tanto malsonantes por otro menos contundente: ligue. No hay que confundir el ligue de una pareja de jóvenes o menos jóvenes con la Champions League, la preocupación de los rectores y aficionados al fútbol de diez o doce equipos que militan en la Primera División, entre los que se encuentra el Málaga que la jugó un año y que por el trapicheo de Platini y sus muchachos se quedó a medio camino, como quedó a menos de medio camino la soñada aspiración del inolvidable Zapatero cuando, en los prolegómenos de la crisis económica de medio mundo, transmitió a los españoles la posibilidad de que España jugara en una hipotética Champions League superando a Italia y Francia.

Y para cerrar esta rúbrica, ¿por qué no nos tomamos un pintao? Los que no sepan los que es, que lo pidan en cualquier taberna típica de Málaga: le servirán un vaso de vino donde se mezclan el blanco y el tinto. Está bueno.