Dejan la mochila en un rincón, ponen el móvil a cargar y enchufan la plataforma digital que pagan sus compañeros de piso -sus padres- para ver una serie. El cuerpo les pide Juego de tronos: una lucha épica por el poder como corresponde a su edad, su potencial y su energía. Pero la pantalla se empeña en cambiarles la historia. Se ven a la fuerza como personajes de otra saga: Los juegos del hambre. Les suena el argumento de la tetralogía: un mundo postapocalíptico donde los más jóvenes conviven con la pobreza extrema, el hambre, la opresión generacional y los efectos de una guerra que aquí ha sido económica y laboral. Que ha dejado a los miembros de la «Generación Z», los jóvenes con menos de 24 años, desarmados frente a una realidad que les mete a la fuerza un primer episodio: la dictadura del becariado y la hiperformación sin meta.

Los mayores, que sentaron las bases de la corrupción y la cultura del pelotazo con sobre en negro, les dijeron que había que esforzarse. Los mayores, que les legaron un mundo abocado al terrorismo diario, las pateras hundidas en alta mar o la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, les dijeron que las preocupaciones excedían el marco de su smartphone. Los mayores les dijeron muchas cosas. Pero ellos vieron otras más útiles.

Vieron que sus hermanos mayores, los millenials de la generación Y, salían de la facultad cargados de licenciatura, máster, idiomas y hambre de abrirse hueco, pero solo encontraban precariedad, infracualificación, la pista de despegue del aeropuerto o una fila larguísima llamada «paro» que era atendida por un empleado público con trabajo de por vida y cuyo currículum les hacía sonreír. Y esa lección les ha servido.

Sin el efecto placebo

Así lo recoge el amplio estudio del Observatorio Generación & Talento que ha analizado las distintas generaciones del presente. Tras hablar y encuestar a representantes de esta generación Z, los autores del informe ponen de relieve una palabra para definir su estado de ánimo: «Desencanto».

Se palpa en los pasillos de las facultades: todo el mundo sabe ya que los Reyes Magos no existen. Las generaciones anteriores al menos tuvieron el efecto placebo de creer que el esfuerzo servía para algo. Los baby boomers creían que servía para toda la vida; se equivocaron. Los de la generación X pensaron que la vida profesional era un cúmulo de ascensos; se equivocaron. Los de la generación Y dieron por sentado que el currículum abría puertas; se equivocaron. Pero la generación Z tiene una característica que los hace únicos: sí que saben el precipicio al que se asoman antes de ser conducidos ante el abismo. De ahí el desencanto antes de hora.

¿Qué piensan ellos? Los más mayores de la generación son actualmente becarios o estudiantes de los últimos años. «Son conscientes de que cuando acaben sus prácticas es posible que no les contraten y aparecerá otro becario en su lugar», dice el informe. El sueño es un contrato, un trabajo digno: la llave para independizarse. Pero muchos ya barruntan un plan B: no tanto como alternativa sino como una opción forzosa: el emprendimiento.

No todo es trabajo. Son una generación especial. Son los primeros nativos digitales, los primeros que viven dos vidas: la real y la virtual. José María Peiró señala un rasgo derivado de esa digitalización desde la cuna.

«Su presencia en las redes sociales haciendo públicas sus opiniones, gustos, preferencias, sus fotos o sus actividades, configura en buena medida su propia actividad. En ocasiones actúan para hacerlo saber y guían sus actuaciones en función de los criterios de notoriedad de esas redes sociales». Y esa conducta, advierte Peiró, comporta riesgos. «En una etapa de conformación de la propia personalidad y de la propia identidad puede ser peligroso porque se hipertrofia el yo social frente al yo personal. Pesa más cómo me ven y cómo ´aparezco´ y me presento a los demás, que clarificar y construir mi propia identidad: quién soy y quién quiero ser», explica.

José María Peiró señala otro rasgo. Es la generación de la inmediatez. De la aceleración. El instante y el corto plazo es el tempo que les rige. «No será fácil que tengan un trabajo para toda la vida, pero tampoco lo buscan. No será fácil tampoco que tengan una relación de pareja estable a lo largo de toda su vida, pero tampoco parece que entre en el horizonte de una buena parte de ellos».

Saben que todo va a cambiar. Sienten que muchos edificios se están desmoronando. Y que en los juegos del hambre, aquel que está acostumbrado desde bien pronto a moverse con el estómago vacío, tiene ya un paso ganado con respecto al resto de competidores. Tan tristes son los juegos que les han dejado en herencia los amos de los tronos.