Bueno, pues estas cosas pasan, no siempre vas a ser el sujeto activo, ahora te toca de pasivo, un huevazo en la cabeza por apoyar al taxi, Pablo. Y llega Echenique, que tiene tiempo después de recurrir su sanción de la Seguridad Social, y censura el incidente y asegura que las manifestaciones «reivindican mejor cuando son tranquilas», qué cara, cuando tú no eres el que las organiza, claro. Pero menos gracia tiene que Mauricio Valiente, tercer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Madrid, de IU, culpe a EEUU de la situación en Venezuela, y no a Maduro, al que ni cita. ¡Qué criatura! Aunque lo que no hay que perder de vista es que Podemos legitime el referéndum ilegal en Cataluña. Nada extraña ya, por otra parte, pero si no suscribieron ni el pacto antiyihadista.

Eso sí, siempre podremos decir que hay cosas peores, como que una menor denuncia en su redacción escolar, en Málaga, los malos tratos de su madre a su hermano. O el caso de esa pareja británica detenida en Cártama por prostituir a sus hijas. ¿Y qué decir de los dos desalmados británicos que atropellaron en Marbella a varios viandantes y provocaron un espectacular accidente? Yo solo diría que su propio aspecto lo dice todo.

Y siguiendo con esta Divina Comedia que vivimos sin apenas darnos cuenta, me pregunto, ¿por qué no salen masivamente los musulmanes a la calle a gritar contra sus hermanos de religión que nos quieren matar?, ellos son los primeros interesados en que distingamos entre unos y otros, en defender su permanencia aquí y, en suma, a vivir en paz. Aunque si le preguntamos al Papa Francisco, cualquiera sabe por dónde sale. Después de los terribles crímenes cometidos en Niza o Bretaña -con el asesinato de un sacerdote francés- el Papa dijo en Polonia: «Todos los días veo violencia en Italia; gente que mata a su suegra, a su novio, y se trata de católicos bautizados. Si hablamos de violencia islámica tenemos que hablar de violencia católica». Vamos, que es lo mismo. Confiésate, Francisco. Estoy que echo tierra patrás, como los toros, y recuerdo que la elección de las penas en la obra del Dante sigue la ley del contrapaso, que castiga a los pecadores mediante el contrario de sus pecados, imagínense. Tras los incontinentes, que son los más cercanos a Dios, están los violentos, y los últimos, que habitan en las Malasbolsas, son los fraudulentos y los traidores, que quisieron el mal conscientemente, aquí están los golpistas catalanes, con Puigdemont y Mas y Homs y tantos otros. Es cierto que entre los traidores hay cuatro categorías: a la Caína van los traidores a la familia; a Antenora los traidores a la patria -que son los susodichos y los podemitas-; a Tolomea, los traidores a los huéspedes y a Judeca, los traidores a los benefactores y a Dios. Yo digo como Isaac Bashevis Singer, «¿qué locura es esta?, los hombres desfilan hacia su muerte y los acompaña la música».

Tampoco hay que olvidarse del proyecto del Ministerio de Cultura de licitar en 2019 el concurso para levantar la Biblioteca del Estado en San Agustín. Aunque sostengo que no pasa nada si continúa en su actual ubicación, ¿por qué el extrarradio no ha de contar con estas y otras instalaciones, como el Museo Ruso, por ejemplo? Un edificio, el del santo de Hipona, cargado de historia -convento, colegio, hospital, ayuntamiento, Facultad y escuela de español- desde el XVIII.

Pero casi sin darnos cuenta nos hemos zambullido en la poshistoria y eso conlleva que consentimos que Amazon sepa lo que compramos, Google lo que buscamos, Facebook y Twitter, entre otras redes, lo que decimos y las operadoras de telefonía dónde estamos, todo lo demás lo sabe la banca. Esta es la cesión, hasta cierto punto voluntaria y libre, de parte de nuestra identidad, hay otra que no se registra en lugar alguno, y se supone que lo hacemos para estar a la page en este mundo enajenado. De ahí que Umberto Eco dijera que las redes sociales les da el derecho de hablar a legiones de idiotas, ¿quién lo negaría por incorrecto políticamente que sea? Gaspar Núñez de Arce advertía hace más de un siglo:

La generosa musa de Quevedo

desbordóse una vez como un torrente

y exclamó llena de viril denuedo:

«No he de callar, por más que con el dedo,

ya tocando los labios, ya la frente,

silencio avises o amenaces miedo».