Los últimos atentados de Manchester, Kabul o Londres, con su abultada resonancia política, han vuelto a poner de actualidad el debate sobre el terrorismo, los métodos de contención y la vulnerabilidad. Un discurso a menudo negado en su necesaria templanza por intoxicaciones y actitudes exaltadas; las luchas electorales de Corbyn y May, la ambivalencia de algunos países árabes, el ego de Donald Trump. Ana Salinas, con galones internacionales en la materia, pone orden y ciencia al análisis. Y, además, por la vía oficial: la investigadora de la UMA acaba de remitir al Consejo de Europa un informe cuyas conclusiones preliminares serán analizadas por primera vez de manera conjunta por los comités que se ocupan del crimen organizado y de los grupos terroristas: las dos vertientes que se concitan en el nuevo terror, el del ISIS y el Daesh.

El terrorismo se ha convertido en un problema endémico que, lejos de recular, parece cada vez más presente. ¿Está fallando la respuesta?

El problema del terrorismo tiene una dimensión internacional y, por su propia naturaleza, exige un planteamiento coordinado y forzosamente de cooperación. Nos enfrentamos a una amenaza que ha mutado en sus formas y en su articulación. Y que, por tanto, no puede ser abordada con la misma lógica que ayer. Acabo de concluir un informe para el Consejo de Europa en el que abundo precisamente en eso, en el solapamiento que se ha producido en los últimos años entre organizaciones terroristas y criminales. Sobre todo, en las redes de financiación, que ya no dependen de las aportaciones privadas, sino de todo tipo de actividades delictivas. Desde el tráfico de órganos y personas a la venta de drogas y la explotación sexual.

Supongo que esa complejidad hace más difícil su persecución. Incluso, desde el punto de vista legislativo. ¿Haría falta reescribir y unificar la ley?

Ése es uno de los puntos complicados, el de la dispersión. Las legislaciones funcionan de manera separada y eso hace que los delitos no se atajen judicialmente con la misma contundencia. No creo, en cualquier caso, que sea necesarias más leyes, sino un mayor compromiso de los estados en la aplicación de los convenios. En el tráfico de armas, por ejemplo, existe un tratado que regula los protocolos a seguir, tanto para controlar la propiedad como su uso y su desactivación. El problema está en que en puntos clave permite que se interprete con la ley nacional y eso abre la puerta a que no se haga como se debe, de manera uniforme, con las reglas claras. Es muy preocupante que en países como Afganistán, bajo la mirada de Naciones Unidas, un camión cisterna repleto de explosivos pueda burlar controles hasta llegar al centro de Kabul.

¿En qué aspectos habría que incidir? ¿Es posible llegados a este punto actuar en prevención?

Una de las claves está, sin duda, en todo lo que tiene que ver, insisto, con la financiación y con los movimientos de los combatientes, con su formación. La Unión Europea trató de afrontar el asunto con un protocolo adicional firmado en 2015 que tipificaba de manera clara este tipo de actividades. Y que, dicho sea de paso, no fue suscrito por Reino Unido, que se negó asumir que el liderazgo fuera comunitario. Una pena porque era la primera vez que se atendía legislativamente a elementos fundamentales como la autoradicalización, porque en esto los tiempos también han cambiado. A diferencia de otras décadas el reclutamiento ya no es tanto boca a boca como de manera casi autónoma y a través de internet.

¿Tan importante es el papel de las nuevas tecnologías?

Sí, cada vez mayor. Y era algo que hasta ese protocolo no estaba previsto por la ley: la posibilidad de que sea uno mismo el que se radicalice, en las redes sociales. Es algo que está pasando en estos momentos. Y la prueba está en los autores de los atentados recientes de Londres, que, incluso, habían participado en algunos de los vídeos de adoctrinamiento que circulan en la red.

Buena parte de la opinión internacional está soliviantada por el hecho de que los terroristas estuvieran identificados previamente y con ficha en la policía.

Es hasta cierto punto natural que se produzca esa reacción, porque estamos hablando de personas que, en algún caso, figuraban en la lista de los 3.000 sospechosos más peligrosos del país, que usaban las redes, que viajaban de un país a otro. Pero por mucho que se sepa todo esto un juez puede llegar hasta donde se lo permite la ley. Por eso es tan importante la coordinación, la ayuda internacional, el intercambio de datos; que todos los países cuenten, en definitiva, y actúen bajo un convenio internacional común.

¿Por qué Gran Bretaña es tan remisa a la hora de aplicar este tipo de normas?

Gran Bretaña parte de una concepción parecida a la que ha hecho gala durante años Estados Unidos: es una mentalidad isleña, independiente. Y, en este caso, además, poco engrasada en la conexión entre sus propios servicios de inteligencia, la policía y el estamento judicial. Se ha visto con los doce detenidos por los últimos atentados, que han sido puestos en libertad por falta de pruebas. En España, debido a la larga experiencia con ETA, existe un nivel bastante alto de fluidez en el funcionamiento y de avance legislativo, tanto en las garantías y derechos de los presos como en la rapidez de respuesta y la atención a puntos como la autoradicalización.

España, al igual que el resto de países europeos, no está precisamente fuera de los objetivos potenciales de los terroristas. ¿Cuál es el nivel actual de riesgo?

Es difícil hablar de plena protección frente a un fenómeno tan incontrolable y con un mensaje de destrucción tan amplio e indiscriminado. Evitar ataques como el del otro día en París, de alguien armado con un cuchillo o un martillo, es prácticamente imposible. Estamos hablando de un terrorismo muy vinculado al crimen, que se nutre más de gente inadaptada, con problemas sociales o psicológicas, que de fervorosos creyentes. El ejemplo está en la incoherencia del propio Daesh, que aparentemente defiende una versión estricta del Islam y se sirve con descaro de todo lo que se supone que veta su ideal: drogas, música, sexo, nuevas tecnologías.

¿En qué ha cambiado el perfil del terrorista?

El perfil es otro porque el mensaje es otro. Ahora vale todo, cualquier método, con tal de destruir al infiel. Existe una contaminación recíproca con el crimen organizado, porque al fin y al cabo se trata de organizaciones que captan, sobre todo, a delincuentes, que pescan en la misma piscina. Y a los que el terrorismo, en este caso, ofrece un discurso de heroísmo, de redención, cuando no de bienestar económico.

¿Se está produciendo un efecto mimético? ¿Sociopatía por contagio?

Está claro, según ha quedado acreditado posteriormente, que muchos de los ejecutores de los atentados habían viajado a Siria, pero también que otros apenas acumulaban un proceso de radicalización exprés, en muchos casos sin rastro siquiera de consulta en sus ordenadores y teléfonos móviles. Lo que pasa es que el Daesh es muy rápido y hábil a la hora de levantar la mano y reclamar la autoría, por su efecto propagandístico.

¿A qué responde la obsesión con ciudades como París, Bruselas y Londres?

Se trata de países que cuentan desde hace años con grandes comunidades de inmigrantes. En muchas ocasiones, con problemas de integración, circunstancia que se ha recrudecido en el clima actual, que ha aumentado la sensibilidad hacia el rechazo y el recelo entre la población autóctona. Desde luego, actitudes como la de May no ayudan. Entre otras cosas, porque con políticos como Bush ya se ha recorrido ese camino, el de la mano dura, y todos sabemos sus consecuencias. No sería ni mucho menos impensable que Reino Unido haga lo mismo que Francia en su momento y se declare en estado de excepción para no tener que aplicar el convenio de la Unión Europea, que es garantista con los derechos de los presos y las horas máximas de retención. Lo ha insinuado su gobierno y no es la primera vez; Gran Bretaña ya fue condenada por el tribunal europeo por inventarse figuras como la retención administrativa, que permitía encarcelar a los sospechosos en sus casas sin una sentencia ni fecha de revocación.

¿La lucha contra el terrorismo implica indefectiblemente pérdida de libertad?

Esa es una de las victorias del terrorismo, el que se haya asimilado la renuncia, la limitación de los derechos. Es un tema muy complejo, porque en muchos casos la necesidad de abordar cierto tipo de delitos incurre en el campo de la libertad de expresión. Me refiero, sobre todo, a la actuación en el uso de las redes sociales, que es necesaria. Teniendo en cuenta siempre, por supuesto, las garantías legales y los derechos.

¿La falta de unión es la principal flaqueza?

La mayor debilidad es que con el terrorismo no queremos cooperar. Y cuando se hace siempre es de manera bilateral y puntual, justo después de un atentado. Los países no quieren mecanismos legales que los vinculen. Y eso se observa en el tratamiento del Tratado de Lisboa, que incluía una cláusula de solidaridad, de actuación conjunta, que nunca ha sido invocada. Especialmente, porque después de su aprobación se negoció una regulación en la que se ligaba su activación al reconocimiento de una incapacidad real por parte de los afectados para hacerse cargo de la situación. Algo que ningún gobierno estaría dispuesto a admitir. Y menos con un partido político detrás.

¿En qué medida está afectando la carta del terrorismo a la dinámica electoral?

La influencia es alta; y ése es una de los grandes objetivos del terrorismo, el condicionar los sistemas políticos y, como decía, recortar la libertad. Ahora aceptamos con naturalidad medidas de vigilancia como las cámaras callejeras que hace apenas ocho años levantaban mucha polémica. Y seguramente si se le preguntara a los estadounidenses por las medidas adoptadas tras el 11S las volverían a ratificar. Otro asunto también espinoso es el uso político que se está haciendo de los atentados; lo vemos ahora con el cruce de acusaciones entre Corbyn y May.

¿Fueron contraproducentes campañas como la de Irak?

Lo que está claro es que no se supo prevenir lo que iba a ocurrir y que la situación sigue sin resolverse. El terrorismo se ha deslocalizado. Se ha dado una diáspora de gente dispuesta a seguir sembrando la destrucción. Y la falta de adaptación, la creación de guetos sólo empeora las cosas. Situaciones como las de Palestina, con grandes bolsas población hacinada y sin derechos, favorecen la radicalización.

¿Se está criminalizando a los refugiados?

Ahí se están dando varios factores. Está el shock de la crisis económica, que ha hecho que todos se vuelvan más egoístas. Y también la mala digestión a partir de casos particulares. Es cierto que en algunos atentados se han encontrado carnés de personas con esa condición, pero estamos hablando de algo muy puntual, entre miles de personas. Por otro lado, los propios países árabes, con sus divisiones internas y religiosas, están jugando cartas muy poco claras.

Supongo que Donald Trump también suma en la ecuación.

Trump está dejando muy mal a su propia administración, que más de una vez ha tenido que intervenir para sofocar sus errores. Fue muy estúpido al acusar a Alemania por acoger a refugiados sirios. Y también por actuar buscando la medalla, sin dejar, como Obama, que toda intervención se haga en coalición y a petición de los países de la zona. Otro error está siendo aprovechar la coyuntura para reclamar la aprobación de su reforma migratoria.

¿El terror pude llegar a ser políticamente rentable?

Lo que está claro, si se refiere a Occidente, es que se dan grandes dosis de doble moral. Lo digo , sobre todo, por los beneficios de la venta de armamento, que ha aumentado también en España. Si se venden armas lo mínimo sería responsabilizarse de su destino y control.