Ya había sobrevivido a numerosas tormentas violentas. A ataques de pulpos gigantes. A pesar de todo, la belleza de un mar frío y cristalino se impuso con fuerza en su memoria. Una vez que el huérfano haya contemplado la belleza del océano, será para siempre el mar de su corazón. Es la conclusión a la que llegó la tripulación a bordo del Pequod, ballenero que aparece en Moby Dick, aquella mítica novela que dio fama a Herman Melville. Han pasado unos 160 años desde que vio la luz aquella narración que culmina con un duelo de época entre el Capitán Ahab y una gigantesco cachalote. Si el duelo se librara hoy, no lo sería en unas aguas impolutas sino en un campo de batalla rodeado de basura.

La cantidad de plástico que flota en nuestros mares va en aumento. En modo irreversible. Juan Jesús Bellido, biólogo marino, responsable del Aula del Mar en Málaga, confirma un fenómeno preocupante que está directamente relacionado con el uso del plástico como materia prima: «A día de hoy, la práctica totalidad de los hábitats marinos están contaminados por el plástico. Es un material muy barato, pero que tiene un gran inconveniente. Y es que, en ocasiones, puede tardar siglos en descomponerse».

Una botella cualquiera, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos, tiene una vida flotante de 450 años. Esta longevidad basta para comprender la magnitud del problema. Sobre todo, para la fauna marina, que acaba confundiendo el compuesto con alimento o ve como sus aletas se enredan en bolsas o trozos de redes. Aunque todavía no se vean las grandes islas de plástico desde nuestras orillas, no significa que en el Mar de Alborán éstas no estén flotando ya sin rumbo alguno y a la espera de aumentar su kilométrico diámetro. El plástico atrae al plástico y en alta mar no existen fronteras. Eso hace que una bolsa tirada, por ejemplo, en el Golfo de Tailandia pueda aparecer 10 años más tarde flotando por las playas de Pedregalejo. «Todos los mares están conectados como grandes autopistas, y eso hace que no haya ninguna parte en el mundo que esté aislada», explica Bellido que las corrientes marinas actúan de propulsor: «Un fenómeno que va a más, no a menos».

Sólo basta con visualizar la siguiente secuencia que representa una foto fija: Un camión de basura cargado con bolsas de plástico se acerca a la orilla, vuelca su carga y se retira. Un minuto después, llega otro camión cargado y repite la maniobra. Así, 60 veces por hora, 1.400 veces al día, más de medio millón de veces al año. Esta turbadora imagen corresponde a los actuales niveles de conocimiento que se tienen sobre la materia. Unas ocho millones de toneladas de plástico acaban todos los años en los mares del planeta. Los datos los aporta la fundación Ellen MacArthur. Con sede en el Reino Unido, es una de las principales entidades sin ánimo de lucro a nivel mundial que se preocupa por el reciclaje de plásticos en alta mar. La cantidad que ya hay flotando se estima en 150 millones de toneladas. O dicho de otra manera. A cada tres kilos de peces le corresponde un kilo de plástico. Y el plástico está remontando. Si el reciclaje sigue a su ritmo actual, en 2050 ya podría haber más plástico que bancos de peces.

Situación en la Costa del Sol

Los responsables del Aula del Mar son conscientes de este problema y apelan directamente a la población. A las puertas del verano, cuando cada fin de semana es ya una peregrinación masiva a las playas, Bellido recuerda que la principal fuente de contaminación proviene de la tierra. «Al contrario de lo que se pudiera pensar, el vertido en alta mar representa una parte mínima de lo que hay flotando ya en nuestras aguas», precisa. El experimentado biólogo marino, insiste en la mencionada dificultad que tiene el plástico para degradarse. «Es prácticamente imposible que se elimine sin un tratamiento industrial. En la provincia tenemos varias depuradoras, pero la Costa del Sol carece aún de un plan de saneamiento industrial». Con este panorama, a Bellido no le queda otra que apelar a la acción individual de cada: «Al final, la concienciación es imprescindible. La gente vaya a la playa, que la deje como si no hubiera pasado por ahí. En los últimos años, me gusta añadir que la dejen, incluso, mejor de lo que se la encontraron. Está comprobado que algunos comportamientos incívicos se mantienen y no está demás agacharse por alguien que no ha sido capaz de recoger su basura».

Pero Bellido recuerda que el problema no viene sólo de la contaminación que salta a la vista con los elementos catalogados como macroplásticos. El agua está llena, además, de microplásticos que se mueven como particulas diminutas que flotan en una bola de nieve navideña. Una especie de confeti de lo que en alguna vida anterior ha sido una botella, un bolsa o una red de pesca. O que proviene de las cremas que se utilizan, que contienen estas microparticulas.

Son estos microplásticos, los que entran directamente en la cadena alimenticia. Ya sea por ingestión directa, en el caso de los vertebrados, o a través de la filtración como ocurre con los moluscos. «A medida que los estómagos se van llenando de plástico, queda menos sitio para alimentos y los animales perecen de una manera agonizante», lamenta Bellido. A través de los animales, la materia entra en la cadena alimenticia de los humanos. Es poco probable que alguien se atragante por una esquirla en el filete de atún, pero las particulas son ingeridas sin que nos demos cuenta. Entonces, no sólo tenemos plástico en el estómago sino con, toda la probabilidad, una duradera ración de elementos contaminantes.Consecuencias para animales

El parte de guerra que presentaba el último animal devuelto a su hábitat, tras una larga estancia recuperadora en el Centro de Recuperación de Especies Marinas Amenazadas (CREMA) de Málaga, se la semana pasada se lee con cierta indignación: «El ejemplar, de 60 kilos, presenta heridas en su estómago por la ingesta de plásticos, así como por la presencia de un tapón de refresco que le obstruye el tubo digestivo». Por desgracia, reseña el director del CREMA, José Luis Mons, no se trata de un caso aislado: «Las tortugas son animales muy antiguos. Hablamos de millones y millones de años. Como lo son las medusas, uno de sus principales alimentos. Confunden a las bolsas de plástico con medusas y las consecuencias son nefastas. El esófago de las tortugas tiene una especie de pinchos para evitar que la presa se pueda salir. Esto hace imposible que puedan expulsar el plástico que van ingiriendo.

El caso de la tortuga que se encontró en las costas de Mijas no es una excepción. «En el 2013, entre julio y agosto, llegaba prácticamente todos los días una tortuga herida a nuestro centro», recuerda Mons. «Un síntoma frecuente es la acumulación de gases que se genera por la indigestión. Esto impide que los animales se puedan sumergir y los aboca a una muerte agónica», lamenta.

No son sólo tortugas. Pequeñas crías de ballenas o delfines también han pasado por las instalaciones del CREMA debido a la ingesta de plástico. En algunos casos, la naturaleza se ve obligada, incluso, a adaptarse. «Recuerdo que una vez dimos con pez malformado por una anilla de plástico a la que se enganchó de pequeño, y con la que fue creciendo, con sus consecuentes malformaciones», detalla Mons. «Llevamos mucho tiempo abusando», concluye. El mar es infinito, pero no puede tragar con todo.